Preámbulo
Viendo la tele, esta tarde, fui espectadora de una rocambolesca y delirante reconstrucción escenográfica de los inicios de la espiritualidad en el hombre primitivo. Consistía el empeño en proponer una serie de casualidades mágicas que llevaron a un joven cromagnon a discernir de un porrazo, la muerte, la existencia de un alma y la necesidad de un rito funerario y del sepelio. Demasiado para el cuerpo. Yo hilé como bueno el inicio del relato y este pudo muy bien ser la causa de los primeros sepelios.
En un documental cursado como narración literaria de una pareja de gatopardos hermanos (Odio quedarme colgada en estos siempre previsibles y monótonos documentales) que vi hace tiempo, me quedó grabada la visión del desconcierto que la muerte de uno de los dos hermanos gatopardo causó en el otro. No podía asimilar su cuerpo exánime, pues no entendía la vida de otra forma que junto su hermano. Quedó velando su cuerpo dos o tres días hasta que, el hambre o la sed le apartaron del cadáver.
Cuando la horda o la tribu en determinados períodos se volvían sedentarias la visión del cuerpo difunto podía robar a la tribu atención para su supervivencia. Con el entierro terminaba el conflicto. Ojos que no ven corazón que no siente.
Viendo la tele, esta tarde, fui espectadora de una rocambolesca y delirante reconstrucción escenográfica de los inicios de la espiritualidad en el hombre primitivo. Consistía el empeño en proponer una serie de casualidades mágicas que llevaron a un joven cromagnon a discernir de un porrazo, la muerte, la existencia de un alma y la necesidad de un rito funerario y del sepelio. Demasiado para el cuerpo. Yo hilé como bueno el inicio del relato y este pudo muy bien ser la causa de los primeros sepelios.
En un documental cursado como narración literaria de una pareja de gatopardos hermanos (Odio quedarme colgada en estos siempre previsibles y monótonos documentales) que vi hace tiempo, me quedó grabada la visión del desconcierto que la muerte de uno de los dos hermanos gatopardo causó en el otro. No podía asimilar su cuerpo exánime, pues no entendía la vida de otra forma que junto su hermano. Quedó velando su cuerpo dos o tres días hasta que, el hambre o la sed le apartaron del cadáver.
Cuando la horda o la tribu en determinados períodos se volvían sedentarias la visión del cuerpo difunto podía robar a la tribu atención para su supervivencia. Con el entierro terminaba el conflicto. Ojos que no ven corazón que no siente.
1 comentario:
O despúes de enterrar al difunto, la tribu levantaba sus petates y se instalaba en otra región. Visitando el sur de Argentina, cerca de los glaciares, está la villa de El Calafate. En las afueras hay vestigios de tumbas de indios Tehuelches que practicaban esa costumbre. Abrazos.
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