28 febrero 2010

Caixa Forum



“La mirada de l’artista” de Caixa Forum, es esto, la cultivada mirada de un artista a sus contemporáneos para deleite de aquellos que gustan de muestras compactas. Importa, lo sé, el simbolismo de una selección porqué refleja una manera determinada de mirar, también para conocer las señas de identidad del que selecciona o como mínimo la definición de un determinado gusto. Pero se le debería añadir a cualquier exposición el significativo gesto que implica la mirada del consumidor, de la que, por desgracia, no tengo otra referencia fiable que la mía. Así que, de la misma manera que en cada exposición lucha el artista para definirse con las obras que escoge, con su unidad o la diversidad, con lo que le atrae o repele, el espectador también tiene la opción de entrar a saco, limpiamente, lo que se dice a pecho descubierto o de manera tangencial, sesgada, de tendencioso refilón en cada muestra. Entro a saco, pues, en Arco y me dejo inundar por las sensaciones. Entro sesgado siguiendo crítico la especulativa mirada de la selección de Luis Gordillo y su personal gestión de mundos. De hace años contemplo a las exposiciones que tienen aires museísticos o de colectividades inconmensurables, de reojo, porqué se me cansa rápidamente la vista. Decae aturdida o por la ingente cantidad o por la calidad, la atención mínima que necesito para gozar de las obras.

Y que conste que no me interesan nombres, ni cronologías, ni estilos, ni necesito centrarme en ismos académicos, no es de mi gusto y tengo licencia para ello desde hace tiempo. No voy, ni miro de cada cuadro su autoría, título, técnica, tamaño y tiempo o cualesquier otro dato que sea para otros significativo, lo que me sé, me sé, es lo que hay, y lo que no me sé, si no gusta a bote pronto, sigo las imposiciones de la banal conciencia moderna que predispone a olvidar de inmediato. Craso error, pues conozco lo intrincados que pueden resultar los senderos del placer, tantas veces escondido el gusto y disfrute detrás del esfuerzo de un casual o estudioso tesón… O sea que, me acostumbro a dejar llevar por las sensaciones y siempre de refilón, pues ya dije que ando con ojo de no agotar mi mirada y perder intensidad en lo que me interesa. Así es que gasto un conjunto de miradas que se soslayan o superponen y supongo que me defienden de las obras a las que atribuyo vanamente la cualidad de superfluas. Me parece que lo que ocurre es que lo paso bien con mi hoja de ruta compuesta de distintas miradas trasversales: los ojos del artista y los míos y los de mis vecinos de aventura y los del observador que se observa y los del guardia que previsiblemente me reprimirá al acto por tocar lo intocable. Luego están los que andan en trance de flotar como sensibles espectadores de nivel que son y chirrían los comentarios legos mientras me escabullo al trote del mal envejecer de algún factótum sagrado de otros tiempos. La oficialidad protege lo que fue y que a más, claro, es negocio o inversión, pero que me dejan a veces el regusto amargo de lo decrépito. Poco de lo reciente envejece bien para unos ojos acostumbrados o viciados por la fugacidad de los vibrantes espectáculos modernos.

Y este es otro tema, pues pienso que no tiene sentido ver lo expuesto a la carrerilla, que es lo mismo que intentar ver todo Paris, o cualquier otro sitio en un fin de semana por aquello de poder decir, estuve allí, foto incluida, en una cena de amigos. El arte debería llevarse a casa como los libros y tenerlos un tiempo para poder mirarlos, retozar con ellos, sentirlos enteros y no sólo rozar lo que es superfluo. Quizás entonces podríamos descubrir sin intermediarios lo que vete a saber si inventan los ceñudos críticos en sus comentarios en diarios y libros de texto. Yo, he decidido guardar tres paredes de mi casa para instalar y contemplar con detenimiento tres obras de cada exposición que me interese. La primera pared para gozar de lo que atrae a mi atención de inmediato, la otra para la obra que rechazo, incomoda, abomino o lo que sea y la tercera reservada para más tarde, para aquella obra que sin mirar vi y que luego incomprensiblemente aparecerá en el recuerdo. Una vez empapado de ellas, pasado un tiempo, las cambiaré por otras de cualquier otra exposición que reúnan los mismos intereses o maldiciones. Aunque ya sé que esto es un sueño, que este es uno de aquellos placeres que, en fin, nos están vedados.

Que hi farem

08 febrero 2010

Geografía vital

Meritxell me entrega un DIN-A 4 para que le haga un dibujo abstracto que represente el espacio por donde he circulado, por donde ha transcurrido mi experiencia vital. La cosa tiene gracia porque, reflexiono, ¿no es esto lo que he descubierto hacemos toda la vida, buscar, adaptarnos a una geografía íntima donde sentirnos cómodos? ¿Poder subir a un taburete y orgullosos vocear éste soy yo, éste es el reflejo de mi actividad vital? Claro que yo hablo como artista plástico y para mi, la pregunta no tiene doblez, así es que voy y pinto cualquier cosa, esto mismo que encabeza mi escrito y que resulta que es mi último dibujo, y en él se encuentra un detallado mapa de lo que ahora es mi geografía vital. Pero, ¿qué busca Meritxell, licenciada en bellas artes y futura antropóloga? ¿Encontrar en el hombre moderno los rasgos abstractos que los prehistóricos pintaban o rayaban en los salientes de roca o en las cavernas, o el mundo que ocultan los automáticos dibujos de oficina a los que mi gusto ha sucumbido?

Conceptos, teorías, he aquí el mapa físico donde se establece el actual campo de batalla en el mundo del arte.

Me bajo del taburete donde voceé mis logros para sentarme a suspirar por las pérdidas y reflexiono que el concepto viene a ser para el arte como la especulación en la economía, una cosa que da beneficios sin el engorro de tener que producir riqueza, sin la necesidad de labrar obra. Y, ya puesto, como me he sentado cómodo en el taburete, las piernas abiertas, los codos sobre las rodillas y las manos enmarcando el rostro, me permito el lujo de pensar en el minimalismo, que es un paso anterior al concepto puro. Vete a saber donde está mi territorio. El caso es que no puedo alejarme de lo que me absorbe, mi geografía, donde cualquier atisbo de equilibrio se encuentra seguro en el siguiente rasgo, en la siguiente acción, en el siguiente ataque, aunque poca fe tengo en ello. Una vez asumes que la vida se establece a partir del desequilibrio, qué mejor que el caos como modelo de geografía. No seré yo el que doblegue su prolífica capacidad de desorden.

Pero no piensen mal, me gusta, adoro el orden. No encontraremos en parte alguna la seguridad que emana del orden, de lo que se establece sin sombras, la poderosa fuerza de la perfección cuando muestra con orgullo que esto es así porque no puede ser de otra forma. El orden puede llegar a ser muy convincente, y de hecho me da por pensar que es el único que tiene alguna posibilidad de convencernos. De hecho, hace años que debiera haber sucumbido a su encanto y ahora sería un hombre de orden, y no un desnortado, como es el caso. El problema del orden es que deja poco espacio a la imaginación, y puede encorsetar de tal modo que en vez del pretendido equilibrio convierta su rigidez, la comodidad en sudario. Ya descansaremos al morir.

Así es que veo el minimalismo como muy franco, todo se ve muy desnudo, sin ninguna doblez, como sin trampa, como poca cosa, es aquello de mover aquella piedra en un campo de arena arado y caer en satisfactorio trance. No sé porqué se extraña Moneo si el cardenal, para dar algo de vidilla a su elemental catedral, pone unos cuantos relicarios kitsch en medio de tanto diseño serio.

Si, me gusta el orden, pero tanto el orden como el equilibrio del que tanto presume la gente de bien no dejan de ser un aburrimiento, un solemne tostón. Así, me gusta pensar que el diseñador famoso sale escopeteado de su residencia, de su mínima nadería a cualquier sucio e infecto tugurio para sentir o sentirse con vida.

Tenemos lo de siempre, unos pocos y simples elementos que combinados hasta la saciedad por la acción especulativa del caos, se conviertan en absolutos y, como muestra de tal desvarío, estamos nosotros mismos que, para podernos aproximar a lo que somos, necesitamos montar un tinglado a base de imágenes, que, para poder acercarnos a nuestra naturaleza, ideamos una infinidad de conceptos que solo llegan a esbozarnos ligeramente.

Ay, encontrar el concepto perfecto, esto me parece que es la fórmula que andan persiguiendo los físicos teóricos desde Einstein para poder contestar sin problema todos los enigmas planteados.

03 febrero 2010

Pintura orgánica


Cuando me pongo a escribir sé sobre lo que voy a hablar aunque luego me lío con el antes o el después de lo que pretendidamente quería decir. Los últimos y gratificantes coletazos del romanticismo me llevaron a creer en la posibilidad de que el poeta, en estado de absorta inspiración y mientras juega con la musical alquimia de las palabras, crea oscuras metáforas que otras mentes iluminarán. El poeta sería pues el inconsciente profeta de lo que con posterioridad se desvela. En su constante batallar con el hechizo de las palabras y con la ayuda de una obsesiva insistencia en la perfección, consigue que las palabras se rebelen libres para revelar lo oscuro, para que trasciendan en luz. De la oscuridad a la luz al amparo de una imagen, esta es la fuerza de la metáfora. Embargado por tales emociones no puedo dejar de celebrar cuando descubrí que la luz tiene que ver con el conocimiento. Cuando la tentación de la luz se convirtió en mística inalcanzable.

No es conveniente abandonar la fe, algún tipo de fe que valide las imágenes con las que habitualmente convivimos y que sinuosamente conforman nuestra existencia. Así adquirí la fe de que el trabajo aparentemente sin provecho de embadurnar papeles podía producir en algún momento el milagro del poeta en mi y que, en crucial estado de trance, pudieran mis manos recrear milagrosas imágenes que sin entender fueran para otros reveladoras. Esta fe me convirtió en sacerdote de la luz que es como acostumbran a ser todos los sacerdocios, una especie de intermediario que venden milagrosa claridad a quien la busca y pretende, vete a saber a cambio de que.

De la luz a la oscuridad hay un solo paso y la llave puede ser una metáfora, una imagen, pero también una mezcla de colores o de formas que generen la ilusión de ser, el estado de ánimo óptimo para recrear la conciencia de que estamos inventando, de que podemos inventar un limpio y nuevo futuro. Este tipo de fe libera de convenciones y miedos de aventurarse en la oscuridad de lo desconocido. El talento artístico se identifica pues con la facilidad para encontrar rápidamente estos caminos.

De joven creí que, por un milagroso designio divino, podía tener talento, hasta que crueles me abandonaron designios, milagros y dioses y quedé de humilde y simple condición humana. Así es que, en mi reconstrucción personal desde el barro, cualquier tipo de fe era bienvenida y la fe de que con largos y agotadores rituales componiendo incomprensibles dibujos también podía, vete a saber que razones encontré, llegar a alcanzar algún milagroso resultado luminoso. Esta fue una tabla de salvación y mi bautismo iniciático en el honorable mundo del trabajo que, como todo el mundo parece hoy saber, tan reñido está con el talento.

Lo que sigue quería decir y no pienso prologarlo con más preámbulo ni prolongarlo con otras disquisiciones, aunque podría. Se me ocurrió el otro día y me dije, a esto lo bautizo yo como pintura orgánica porqué me da la gana. De la mano del absurdo voy y vengo de lo abstracto a lo concreto sin voluntad ni deseo de definirme. En plena abstracción veo figuras y según el estado de ánimo contemplo si intervengo y las persigo o abandono y descompongo. Nunca empiezo con prefiguraciones, es más, no las quiero. La cuestión es que hace un tiempo me enamoré de los dibujos de oficina, estos dibujos que la gente hace mientras mantiene la atención en otras cosas. Son como caligrafía del alma. Sobre esta base profundamente orgánica de distraídos dibujos míos o de otros, empieza la reflexión y poco a poco adquieren la solera necesaria para que me estimulen. No entiendo los dibujos que me salen, para que lo quiero, solo deseo no perder la capacidad de que sigan sorprendiéndome y suspiro, esto si, para que a alguien iluminen.