10 diciembre 2012

A vueltas con la independencia




Quisiera seguir con la historia esta del arte, pero no consigo superar la dificultad que entraña filtrar lo que en exclusividad le pertenece por la sencilla razón de que buscar la independencia de lo que sea, en sentido estricto, no es que no tenga sentido, es que sin contagio nada se enhebra.

He contado de que cosa tan alambicada como el gusto; que en lo que a mi concierne se muestra indefinido e indefinible; es en el fondo el que, en una mas o menos controlada cadena de decisiones, va elaborando lo que luego resultará un discurso específico. Joder, o sea, en plata y sin llegar a la prehistoria, lo que ya he contado: pongo este u otro color, sigo por este camino, me desvío, modifico lo que no me gusta, o mejor, lucho penosamente para que lo sugerido se manifieste…

Caigo ahora mismo en que, concretar una idea nos satisface enormemente porqué cumple con la ilusión de que hemos sido capaces de elaborar una limpia verdad, como quien encuentra un boletus en medio del bosque, tropiezo pues ahora en el mismo engaño, en usar la tendenciosa licencia de creer que se puede impunemente separar una parte de un todo y luego determinar su pureza en algún sentido por el simple hecho que obedece a ciertas normas, esto nos hace felices pues desvela una realidad asequible y que nos convence o conviene en cada particular momento y para esto sirve y es suficiente.

Las ideas son como partículas locas que rebotan en las paredes de mi cerebro y revisan incansables todos los rincones. Este centrifugado sistema que me habita absorbe con rapidez cualquier idea luminosa, arrasada por el marasmo de unas dependencias infinitas e inescrutables.

Así es el arte.  

27 octubre 2012

El gusto perdido





Me gusta lo elemental. Busco inclinarme hacia lo sencillo, no quiero complicaciones, pero lo cierto es que casi nunca me salgo con la mía. Este último reto, muy íntimo, de mostrar que no tiene mística ni secreto el trabajo artístico, que ni talento necesitas, me pone en un brete, porqué uno no acostumbra a pensar en el como ni en el porqué hace las cosas, pero puesto a dar explicaciones, toca abordar, para ser coherente, estos temas. El como es fácil y ya lo he esbozado: eliges objetivos plausibles, hojas de ruta determinadas y te pasas luego la vida saltándote las reglas o corrigiendo lo que, de continuo se resiste. En mi caso, ahora, una vez concluidos los trabajos rituales donde el azar mandó lo suyo y que acostumbra a ser un trabajo rutinario y mecánico, me pongo en la tesitura de modificar lo que no me satisface. Este estado es similar al que todos padecemos cuando nos esforzamos en que la vida vaya por donde nuestros gustos y deseos consideran oportunos o; no sé si rebajo o intensifico la percepción; de cuando nos dejamos llevar por lo que, sin reflexionar, nos apetece en cada momento.

Pero claro, así, sin revelar nada, el relato termina al empezar: Me pongo delante de la obra, mis ojos barren su superficie y allá donde tropiezan con algo que me parece mejorable, lo modifico con acciones más o menos preestablecidas utilizando los recursos que dispongo. Son mecánicas de un oficio que se consigue, nadie se lleve a engaño, desde la nada, en general a base de insistir un largo tiempo del que ahora, parece, carecemos.

Uno o varios objetivos, aunque sean tan inconcretos como es buscar lo que pueda sorprender y algo de oficio es todo lo que se necesita. Para objetivos ordinarios mejor pensar en algo, decidirse por un paisaje, figura o bodegón que era la clasificación académica de cuando estuve en la escuela de bellas artes o apostar por cualquier otro ismo o invento que nos apetezca para luego ponerse sin reparos a imitar lo que, de manera conceptual o gráfica nos estimule el gusto por la creatividad.

En mi bagaje personal cuento, por el tipo de educación que desde la infancia me impusieron, con una muy relativa facilidad para copiar modelos del natural y también con una tendencia, muy común por otra parte, de distinguir objetos concretos o figuradas imágenes en accidentales trazos azarosos. Así, puesto a hacer algo y en actitud de liberarme de la esclavitud o el aburrimiento que los modelos imponen, en el habitual proceso de abandonar y quizás olvidar las técnicas aprendidas en la escuela, mi tendencia natural fue la de hacer sencillos experimentos con distintos materiales y colores en busca de sugestiones que estimularan mi curiosidad. Seguía el ritmo que me inspiraban las formas y colores que de manera espontánea aparecían para, cuando me cansaba del juego abstracto, dedicarme a las figuras que se concretaban casi sin querer y donde finalmente me sujetaba de manera mas rígida a los modelos preestablecidos. Una especie de viaje inverso al que formula cualquier academia. Me parece evidente que el sistema es muy simple, muy parecido a como evolucionan los dibujos de los niños en el transcurso del tiempo.

La fórmula, de apariencia sencilla, abre un universo entero de posibilidades, pues es inevitable que lo elemental, sin prisa pero sin pausa, se complique hasta el infinito. Hasta los rematadamente tontos, con el tiempo, adquirimos un halo de sabiduría y para muestra, este botón.

También es inevitable caer, de vez en cuando en el hastío o tener que lidiar con la sensación de estar dando vueltas sin llegar a ningún sitio y es entonces cuando se desea volver al inicio de la aventura, cuando buscas en la simplicidad la esencia del oficio. Siempre nos permitimos jugar con este tipo de adorables ingenuidades.

De vuelta a la simplicidad encuentro gusto y alivio en explorar las geometrías más elementales: la recta, la curva, el triángulo, el cuadrado, el círculo.

Gozar. ¿Como explicar el placer que da el ver como un triángulo blanco pegado en determinado laberinto caótico empieza a imponer un cierto orden armónico?

Al enfrentarme a las razones que me mueven a obrar tal como lo hago, tropiezo con el gusto, en aquello que determina utilizar este u otro recurso, escoger entre una u otra opción, optar por este o aquel color. La elección definitivamente viene influida por el gusto y este, en cada persona se muestra distinto, pero… ¿Qué es el gusto? ¿Porque me gusta esto y no aquello?

Entonces es cuando caigo en el tipo de reflexiones que escapan del ámbito de la plástica. Debe ser a causa de esta facultad casi divina que tenemos los que nos las damos de artistas, de poder elegir de entre todo un universo infinito para fijar lo que nos viene de gusto. A veces mis propias decisiones me sorprenden, así que llevo tiempo dándole vueltas a las particularidades del gusto, a su relación con el placer y a esta intrigante y alambicada facultad de poder educarlo. Mucho secreto parece no tener pues más que nada parece que sirve para dar validez a teorías como que el esfuerzo tiene su recompensa y que una persona con gusto acostumbra a ser educada, toda una serie de frases hechas a la medida de algún interés. En particular aprecio de sobremanera los gustos que me sorprenden a ciegas y encuentro paradójica e inquietante su inestabilidad. Las cosas parece que gustan y dejan de gustar alegremente, con auténticos descalabros en las épocas de formación. La moderna tendencia a la inmadurez también provoca constantes cambios de gustos a los inestables consumidores.

Todo va bien hasta que algo deja de funcionar y lo que sirvió deja de ser útil.

El otro día, antes de levantarme, en estos momentos, cruciales y mágicos en los que el mundo se me torna transparente, no le encontré placer al gusto, o mejor, no le encontré tanto placer como utilidad, comodidad o educación. Un rayo de luz puso en duda de que todas mis aficiones, que para que engañarme, hacen que sea como soy y no de otra manera, sean de mi gusto sin reservas, así que empecé a sospechar que gusto y placer no tienen una relación tan directa como les suponía.

Si, puse en cuestión que me guste: beber, fumar, comer unos específicos alimentos, viajar, leer, escuchar música, hacer deporte u holgar, nadar, cantar, pintar, o lo que sea, sin la pertinente narración que le dé un aire positivo. Me gusta la música pero, si he de ser preciso, sólo disfruto de entre lo que elijo y de manera casual cuando el azar me brinda agradables sorpresas y tantas veces gustos, como con el alcohol y otras drogas tiene un desagradable adiestramiento y una dura y no tan gratificante esclavitud y así con estos razonamientos podría seguir desbrozando gusto y aficiones para concluir que el gusto no es un seguro sino sólo un camino y que no siempre busca ni consigue la satisfacción.

Pero para llegar al meollo de la cuestión me deslumbró el botellón, o lo que es lo mismo la posibilidad de ingerir cantidades absurdas de psicotrópicos para desinhibirse o huir de la realidad, o para ambas cosas a la vez y seguro que otras variadas razones que ahora no importan. Todos o casi toda la humanidad en algún momento gusta, llámese como se llame en cada situación, de fiestas botellón. La atracción de la noche, de la juerga, de todos los actos sociales donde uno pueda llegar desinhibirse, de todo lo que se entiende como diversión de la manera más genuina, oculta un gancho. No creo que en todos estos actos sociales importe tanto lo que se ve, lo que se toma, lo que se dice o lo que se hace, como el singular milagro de conseguir enmascarar momentáneamente nuestra desnuda soledad, soledad que nos procura una inquietante fragilidad que guardamos como un oscuro presentimiento: un miedo, el miedo a los demás. Todos los gustos esconden como finalidad mostrar afinidades para compincharnos y dejar de temernos. En estas artificiales burbujas que delimitan espacios comunes nos sentimos protegidos unos de otros. Los gustos nos sirven de guía para establecer reglas para posibles juegos comunes, así pues los cultivamos y afinamos como armas de seducción y para establecer o mantener puntos de contacto. Como más singular sea la afinidad que podamos compartir, más fuerte podrá ser la vinculación no agresiva, la amistad

Cuesta creer que cuando pego un cuadrado de papel blanco en el laberíntico caos y me sorprende y guste de la armonía que asoma, que la orgullosa obra de mi mano tenga, como toda emoción, algo que ver con nuestro miedo a los demás, pero no cuesta tanto pensar que todo lo que hacemos es en última instancia para poder mostrarnos ideales y que el placer, lo más grato, lo que es la satisfacción, anida en la capacidad de que lo que aprendemos y sabemos, en momento oportunos, podamos compartir y que nuestras afinidades y habilidades, sirvan para seducir a los que consideremos de parecido rango o condición y que esta seducción no es más que un ardid para un complejo, educado y oculto pacto de no agresión que tiene su culminación en la entrega mutua, sin defensas, que propicia en alguna disparatada ocasión el amor.

Aquí debería terminar el cuento, pero ¿donde quedan mis inquietudes de mostrar con transparencia que no hay secreto en esto del arte? No quiero caer en los tópicos de siempre, pero si la maestría necesita de unas decenas de miles de horas para entender que debes llegar a la simplicidad de un niño. ¿Quien no esconde en sus entrañas un niño? La cuestión es, dejarle suelto.

A lo que iba, después de pasar unas horas de intromisión y abuso de mis conceptos estéticos, que no son otra cosa, que una forma determinada de orden, en lo que el azar abandonó , la cosa queda de la guisa que la imagen muestra. Estos son los resultados de servirme de algo parecido a la marquetería, pero con papel ordinario o de desecho, lápices y bolígrafos de pacotilla, dibujos viejos y algún pigmento y... cola blanca y horas.

Muchas horas, poco talento y nada de miedo.




30 septiembre 2012

Autenticamente absurdo




La mayoría de las veces, lo que me gustaría reflejar en estos delirios que transcribo son los vericuetos del absoluto más desconcertante con el que a menudo tropiezo, el absurdo.

Claro que el absurdo se distingue por no tener mecánica alguna y aquí radica la dificultad de ser coherente en lo que sea si hemos de contar con él. La meditación, que para la mayoría es de un engorro ingobernable; pues parece en extremo peligroso esto de pensar; esconde en sus entrañas simplicidades como el OM y la contradicción de que el objetivo del meditar sea llegar en alguna ocasión a no pensar en nada.

Me sorprende también todo lo que con apariencia de simple, exige incontables cantidades de tiempo y esfuerzo.

Dado que la verdad se me niega, dirijo la distraída atención hacia parajes similares. Lo que aceptamos como auténtico me parece ideal. Auténtico es una palabra de compleja articulación probablemente debido a los estragos que sufrió por uso indiscriminado y también porqué la modernidad ya no está para según que fiestas. Son aquel tipo de palabras que no se sabe porqué se les extravía el sentido y entran en alarma de extinción, como las especies no protegidas. Antes, cuando la palabra auténtico cumplía como una cualidad personal encomiable, reflejaba a personas que eran capaces de transmitir fe a base de defender objetivos nítidos, sin dobleces, nada que ocultar, siempre en tono positivo, gente de una sola pieza.

Como es evidente, los tiempos cambian y ahora llamamos auténticos a los friquis, o sea a los estrafalarios, a los que no les importa o parece no importarles lo que los demás piensen de ellos, algo así como Esperanza Aguirre. El significado de las palabras que manejamos se modifican sin pausa, constantemente y como son de entre nuestros recursos narrativos de los preferentes, nos enseñan que, para entendernos hemos de mantener frescas una buena cantidad de acepciones curiosas.

Los recursos narrativos que disponemos son más numerosos de lo que parecen y aunque me cueste descifrar que es lo que busco transmitir, sé que en los dibujos afloran, como en muchas otras actividades, nuestras vivencias, estas experiencias que nos marcaron porqué a menudo rayaron lo absurdo.

De alguna manera, todo esto viene a cuento de que la simplicidad que ahora quiero que luzca en esta presente actividad, el objetivo de batalla para en definitiva huir de la nada, es probar de intentar mostrarme como soy. Alardear de auténtico. Menuda contradicción, pues esta voluntad, que de lógica no necesita de esfuerzo alguno, pues cada cual es como es y no de cualquier otra manera, se vuelve sumamente intrincada de cumplir cuando se quiere merecer. Así resuelvo que es posible que no intente buscar tanto el auténtico yo, como encontrar un tipo de narración llena de gestos de transparente honestidad que me tranquilice, un relato donde que me sienta cómodo, que me dé equilibrio, cuestión de ir pasando el tiempo sin sufrir demasiado.

Así lo que en principio parece sencillo se retuerce complejo al atender en exceso que es lo que debo hacer para cumplir. En este caso, como no tengo por costumbre valorar constantemente si lo que digo o hago tiene que ver con mi auténtico yo o si por el contrario es una actitud formal para evitar problemas o tener que dar explicaciones. En fin que no sé cuantas veces soy yo o me camuflo agazapado en lo que la corriente general permite sin sobresaltos. Esto me obliga a andar hurgando interioridades para descubrir que lo elemental siempre anda enmascarado y que se acoge más al absurdo que a lo intrincado.

Quiero. De verdad que quiero. Esto es lo que quiero con feroz y auténtica firmeza: mostrar sin ninguna vanidad (que igual si la tengo bajo un conveniente disfraz) que lo que hago, estos dibujos que regularmente cuelgo en el blogg, no tienen secreto alguno. Vaya descubrimiento pensaran muchos de ustedes. Pues... a estos no me dirijo, para qué si ya lo tienen claro, hablo para los que creen que algún mérito tendrá la ocasional fanfarria orgánica a que me dedico, aunque el valor sea mínimo.

Para empezar con este cuento, me pongo, abocado en el zafarrancho de poner de alguna guisa, orden en los desaguisados que mi rabiosa parte conceptual de entender el arte y el azar puso en abundancia. En el momento de valorar lo que dejó la automática mezcla para constancia de mis ojos y cuidado de mis manos.

Quizás continuará... o no...

05 septiembre 2012

Picar piedra





A pesar de que me gobierna, poco de lo que hago tiene que ver con el azar. Como buen desordenado me cuesta seguir una disciplina y carezco de cualidades para disponer de una técnica primorosa y una catadura moral sin sombras, aunque no me quejo de ello pues creo que la flexibilidad a que obliga la falta de orden tiene más ventajas que inconvenientes.

Orden, lo que se dice orden siempre lo hay, pues nada de lo que percibimos escapa de un orden, incluido el mismo acto de percibir. Así pues, dispongo lo que sea, en este caso romper, triturar si considero que es necesario el dibujo escogido (ya de por si el dibujo original eracomplejo, estaba hecho de retales).

Como dije, el orden general acostumbra a ser simple, por ejemplo: cortar a tijera un trozo de dibujo, romperlo a pedazos con las manos y pegarlo en las mismas coordenadas que el original en un soporte rígido. La consigna en este caso fue alterarlo todo, pegando del derecho o del revés a base de pedazos minúsculos o de tamaño más considerable dependiendo de órdenes accidentales, a menudo de un solo uso, que varían por cuestión de gusto o por necesidad, tanto por planteamientos estéticos como prácticos, dependiendo siempre de lo que tengo en las manos. Luego está lo de no seguir puntualmente, el orden general, saltárselo a la torera para mas tarde, cuando la cosa se desmanda, volver al redil. Este asistemático sistema no deja de tener un orden difuso que acepto resignado.

El trabajo duro por mecánico, consiste pues en romper en pedazos un trozo de dibujo y pegarlo de forma aleatoria en soporte rígido. Esta es una faena de lastre, pesada, como la de subir al taller el soporte, maniobrando con dificultad en la escalera de caracol con el tamaño máximo que puedo subir en rígido y que resulta que es el que ahora mismo trabajo. Es la parte desagradable de picar piedra.

Las normas generales me vienen dadas por acumulación de experiencias pasadas y que enfatizo sin mucho convencimiento al iniciar un nuevo trabajo intentando regular cuestiones como:

El tamaño de los pedazos
La mezcla ideal de tamaños
La mezcla ideal del derecho y del revés
Si permito que los pedazos se solapen.
Si me esmero a consciencia en no dejar espacio entre ellos o voy más a bulto, pegando en forma de islotes y por lo tanto de manera más sencilla.

Normas que luego sirven paro lo que sirven contando las veces que deportivamente me las salto.

Las normas implican una atención adicional, o sea un esfuerzo suplementario en lo que hacemos que en general no estoy dispuesto a mantener mucho tiempo.

Saltarse las normas acostumbra a ser una liberación.

He aquí una larga introducción, circunloquio que poco a poco debería soslayar puesto que los antecedentes siempre son indescriptibles por absolutos pero lo que a continuación cuento es real dentro del escueto hilo de esta narración.

Empecé pues pegando del derecho o del revés según me sugería el pedazo que tenia en los dedos y en un principio me limité a pegar en el soporte rígido los trozos que iba rompiendo del dibujo original en las mismas o parecidas coordenadas para obligarme a algún tipo de disciplina de estas que dan sentido a cualquier trabajo. Intenté como casi siempre que los pedazos se recompusieran idealmente pegados formando un puzzle perfecto pero la cosa no es nada sencilla para alguien tan poco metódico como yo. Mi primera intención es cubrir del todo el nuevo soporte pero a medida que pasa el tiempo voy dejando agujeros pues no consigo soportar la presión de una atención desmedida. El: ya lo arreglaré, es norma básica y me da que no soy el único que me permito este tipo de licencias.

Cuando rompo o trituro un dibujo siempre dejo restos inservibles. Es una basura adicional de lo que ya se convirtió en escombros. En este caso y fuera de toda lógica razonable, llegué a creer que por culpa de la cantidad de restos que iban quedando, al final me faltaría papel. Evidentemente ocurrió todo lo contrario y queda un buen pedazo aún del dibujo antiguo para reponer en caso de desgracias no previstas o eventualidades varias.

Nunca dejo de observar esta micro mierda que sobra, meditando que se podría hacer de provecho con ella.

Al acabar y cuando toca, se inicia una contemplación que alterna el mirar con el observar, para continuar luego con el siguiente paso que consiste en empezar a actuar sobre lo que un conceptual y dirigido azar dejó planteado.

01 septiembre 2012

Masticar

(figura 1)

Enrique Lynch cuenta los efectos que le producen tanto la prosa de Kierkegaard como las sinfonías de Bruckner porqué según él son muy parecidos y lo asocia a la metáfora (wiederkäuen) de Nietzsche–. Lynch dice textualmente: “no se contentan con repetir un tema sino que lo mastican y lo vuelven a masticar, de tal modo que el lector (o el oyente) acaban por descubrir en el asunto sentidos inesperados que permanecían enterrados bajo la superficie de los signos”.

No pretendo ser pretencioso, pero de común, lo que sea, en cuanto aparece, obedece religiosamente a los mismos parámetros. Si hablamos de masticar; si se insiste con el dale que te pego mandibular, descubrimos incontables e inesperados sabores.

Esto que he bajado (figura, 1), no es un dibujo pero me gustaría encajarlo en el amplio abanico que actualmente se concede a lo que llamamos arte y seguro que se puede considerar arte si aceptamos que discurre por los raíles del concepto, pues estos, son de tan ancha vía que entre ellos se podría meter al universo entero.

Me gustó lo de masticar porqué como cualquier otra palabra, si la agarras con insistencia, al conjurarla descubres que se pueden elaborar un sinfín de ocurrencias, parece como si, dedicados a extraerles el jugo, cada palabra pudiera desvelar montones de enigmas.

En bellas artes me llamaban el náufrago y este temprano vaticinio de los dioses se cumplió religiosamente ya que no interpuse defensa alguna a lo que presagiaron sería mi destino, aunque esto ahora, no creo que venga a cuento.

Un día conté, muy aproximadamente, los dibujos que se amontonan en mi estudio. No recuerdo la cantidad que tengo ni importa, lo que cuenta es su peso, su peso en días, en horas, en imágenes nunca del todo satisfactorias y en su fatídica decadencia. Pero lo que peor llevo es su esclavitud, el peso de lo que se me convirtió en un cautiverio, en un malquerido álbum que desbroza al detalle la ruina de mi vida, y por esto ahora me gusta jugar a los naufragios que sí, vienen a cuento.

Lo que quería desde un buen comienzo es buscar la manera de justificar esta deriva que me impele desde hace unos años a destrozar (y esta mierda es la martingala que tiene que ver con el llamado arte conceptual) viejos dibujos. Seguro que alguien lo hizo hace mil años o lo está haciendo ahora mismo en cualquier otra parte del mundo, vaya una originalidad.

No quiero remontar hacia atrás que luego me pierdo, pero es que no soy original ni conmigo mismo, que de siempre me ha gustado jugar con la casualidad, que este tipo de artificios me viene de mucho antes, de cuando insatisfecho con el resultado de un dibujo lo partía y para alterarlo pegaba aleatoriamente sus pedazos o, para continuar masticando mas posibilidades, los mezclaba con pedazos de otros dibujos que penaron la misma suerte. A partir de aquí, como de milagro, aparecía un mundo distinto, con la gracia de que, sin dejar de ser un producto de elaboración propia me resultaba mucho más sugerente. El azar siempre sacaba a relucir interesantes matices de entre las miserias rechazadas.

Mastiqué hasta hacerlo trizas, un antiguo dibujo y como un nefasto aprendiz en el arte de la marquetería de papel, he pegado con azaroso gusto pedazos y trizas, mas del revés que del derecho (¿Puede haber algo mas oculto que el adverso de un dibujo?), en una faena parecida a desbrozar y arar un campo para luego, al atardecer, contemplar el arrasado paisaje (figura 2), un desastre que de pié a que el Ave Fénix resurja.

Me gustaba y me sigue gustando una recuperación tipo ave fénix. Como una metáfora que cuente que todo lo que existe tiene su parte orgánica: la casita de pescadores con piedras de una antigua muralla romana brillando en su fachada. Así, mis dibujos pasan por mil avatares, los destruyo y recreo continuamente mientras sigan acompañando mis inseguros pasos y mal que me pese no puedo ni quiero evitarlo.

(figura 2)

25 agosto 2012

Verdad y orden







Se puede vivir y de hecho vivimos; a menudo sin que seamos conscientes de ello; en un orden preestablecido, acomodados sin conflicto a un rosario de verdades impuestas de antemano, porqué si una cosa de cierto tiene la verdad es que sólo se manifiesta dentro de un estricto orden.

Si, se puede vivir sin cuestionar nada, con absoluto convencimiento de lo que es correcto e incorrecto y seguir hasta la muerte sin problema al amparo de esta realidad. Puede que este sea el estado perfecto, accesible sólo para aquellos que adoptan las directrices que cada orden impone y aceptan como señuelo una felicidad emboscada en feroces cajas cerradas, en burbujas perfectas. Así que, sin orden no hay verdades, que aunque sólo sea por eliminación, la verdad no encaja en el disperso y polifacético desorden.

El problema lo tendrán pues aquellos que exijan a las verdades que cumplan con su cometido, que así como ocurre con los rostros, no hay verdad que aguante sin merma una mirada inquisidora. Los especuladores listillos, al perder pie, se enfrentan aterrados a su drástica soledad. Los audaces pobres diablos, sin posibilidad de recuperar el tono perdido, se ven forzados a buscar consuelo discurriendo fantasías con verdades elaboradas fuera de los corsés establecidos, verdades que defenderán en conflicto con las gozosamente asentadas. Este tributo les descarta para acceder a la felicidad que pueden disfrutar los acólitos y, como todo proscrito, buscarán satisfacción en minar el prestigio de esta felicidad inmediata con vagas promesas de una utópica felicidad futura. La exigencia extrema bautiza estos avatares como progreso cuando no son más que pasos sin rumbo de quien perdió la inocencia y por tanto la posibilidad de ser auténticamente feliz.

Esta es la mecánica y también un cuento chino, pues si bien no parece que pueda funcionar una sociedad sin verdades incuestionables, los individuos lucimos sin problemas extremas contradicciones, un pie en cada verdad, esperando siempre que luzca el sol para arañar una pizca de felicidad de donde sea, pues, descubierto el truco, no queda otro remedio que hacerse continuamente el loco o serlo.  

04 agosto 2012

Desesperación de ciencia ficción




Disfruto mucho leyendo, pensé veinte minutos antes de las ocho de la mañana, posiblemente espoleado por la lectura del divertido ejercicio literario de Vila-Matas en aires de Dylan, relato donde el fondo y la forman se conjugan en armoniosa simplicidad. La habitual deriva genésica que me consume me plantó a continuación y por contraste, en el pasmo que me produce la visión del personal que se dedica a actividades para los que no están dotados. De estos, la palma se la llevan aquellos que tienen evidentes dificultades físicas para ejercer su quehacer, un locutor tartamudo pongo por ejemplo. Es una muestra extrema, pero de manera no tan llamativa son muchos los que, será por el manido prurito este de superar dificultades, mejor que se dedicaran a otras actividades. Particularmente, continúa asombrándome que un locutor cecee, que un cantante no tenga voz, que el escritor se líe con la sintaxis o el filósofo sea incoherente. A esto de superarse, como hoy protesto en negro, le encuentro algún que otro inconveniente. Uno de sus efectos más nefasto es el que cretinos bajos, feos y con un puñado de complejos puedan llegar a dictadores megalómanos y sanguinarios. El que un bajo psicópata mande sobre un país destroza la leyenda de que el pez grande se coma siempre al chico y muestra lo complejo no solo del alma humana sino de todo el tinglado de lo que existe. Todo tiene ventajas e inconvenientes, todo puede ser bueno y malo a la vez, por ejemplo: sin remedio tendemos hacia la homogeneización colectiva, antítesis de lo que la solitaria superación procura: líderes singulares y por lo tanto potencialmente peligrosos. Una sociedad homogénea es absolutamente deseable y salvo catástrofe cósmica o colapso humano parece irremediable. Es solo cuestión de tiempo pero estamos en el camino. Menos mal que queda muy lejos y mientras, puedo continuar solazándome con esta seductora ilusión que cumplida me pondría al borde del suicidio. Esto de la homogeneización es como que uno se vuelva pequeño e insignificante, que la cosa está en que como no podemos crecer tanto como nos gustaría delegamos en la multitud esta capacidad aglutinante, aglomerante, alucinante o lo que sea. Bien homogeneizados, después de que las muchas Merkels de turno que aún nos quedan por sufrir lo permitan, formaremos el bicho creado más enorme que nunca hubo hasta donde mi pobre conocimiento llega. ¿Como no caer en la desesperación? 

27 junio 2012

Arte y vida




No sé si culpar al arte o a la calurosa noche que soporté, de que me venza hoy la locura de los colores. Una vez despierto, además de la habitual ceremonia del agua sigo con el rito de intentar gobernar las inquisitivas palabras a base unos buenos zarandeos. Es un juego. El arte se apoya en los colores y todo dios alimenta días negros, ¿porque no rojos o amarillos? Sueño despierto, entorpecido por el calor, mientras le discuto al relente, una serena liviandad para la mente. Esta es una composición de lugar artificiosa que ejemplarizo, con la necesidad de encontrar un bonito encaje que dé con el ansiado equilibrio. Así se une el arte con la vida y puesto que no conozco fuera del chiste, animal artista, el estigma que soportamos tiene que ver a la fuerza con este artificio, con la insistencia en rebajar la inasible complejidad de lo que nos circunda con el valor de lo simple. Servido el timo con las suficientes dosis de fe, parece que el artilugio sirve de escudo contra la inhóspita naturaleza, que aunque no le es dado desconcertarse, a veces, creemos incautos, que al fin, pudimos subyugar su implacable energía. Nos mentimos, y esta misma falsedad es la escueta piel de la burbuja que nos protege: un tenue halo místico. Es una locura creer en todo lo que creemos en severa cautividad, esclavos de una compleja red de absurdos que milagrosamente nos sostienen para lo desconocido: el temido abismo que se divisa desde nuestro particular y único universo.

07 abril 2012

El absurdo




Hoy, de buena mañana, recordé el viejo y mal chiste que sobre el arte moderno, se viene repitiendo desde tiempos del TBO, probablemente porqué, hace unos días, una de nuestras adocenadas televisiones lo reeditó. Una reportera o su equipo de esforzadas mentes pensantes tuvo la original idea de poner en mano de una panda de niños de guardería una tela y suficientes pinturas para embadurnar además del cuadro, un par de metros de alrededor (en el antiguo TBO ponían unos simpáticos monos). Se cumplieron estrictamente la previsiones que ya he contrastado otras veces cuando grupos heterogéneos se ponen en la faena de pintar en común, no importa que sean bebés, adultos o primates. La secuencia es la siguiente: se empieza con cierta timidez, al perder el miedo o el respeto, sea al material o a los presentes, se inicia una estridente juerga gestual donde cada cual experimenta autista con su estilo, formas y colores. Cuando empiezas a pensar que no está mal, que mira por donde, los artistas se empiezan a pisar la obra y por segundos se establece la competición de quien ensucia y borra mas de lo que los demás han pintado. Lo que mejor quedaba es lo primero que se embadurna y por ensalmo desaparece cualquier atisbo de frescura o singularidad que en un inicio despuntara. El descorazonador resultado final es en general y haciendo justicia al estricto color y textura conseguidos, una mierda considerable.

El desenlace humorístico todos lo conocemos. Se expone la obra en un lugar de prestigio (Arco en este caso) y entonces empieza el segundo acto que consiste en burlarse sin medida de una colección de incautos que valoran en sobremanera el cuadro. Esto gusta mucho a todo el mundo, tanto si nos las damos de enterados como si somos neófitos en arte o en lo que sea, disfrutamos cuando se pone en evidencia al ignorante o al vanidoso, siempre claro, que no se dé el caso que seamos nosotros el objeto de la chanza.

Esto, lo pensé en décimas de segundo pues tenia concretado el relato, pero lo que me intrigó de pronto y que a la postre me robó unos minutos fue el nexo que unía la ridiculizante broma con una de las fuentes primordiales del arte y la moda: atreverse con el absurdo, lo disparatado, porqué, concluí, uno de sus ideales preferidos: lo que es o será bello, se inspira a menudo en el desinhibido absurdo. Así el absurdo se convierte en una de las materias primas, o primeras para elaborar sin cesar lo que el tiempo o el azar sorteará o consolidará con réplicas para que se convierta en gusto, canon o pesada convención. Desde este punto de vista, el experimento, es uno más de los desatinos que constantemente se proponen y el tiempo diluye. Más intrigante es que se repita la idea y que siga gozando de simpatías.    

29 marzo 2012

La imaginación





Pensar no pide permiso aunque luego debes darle cuerda si tienes interés en seguir con lo que va proponiendo. Muchas veces, pinchado por la curiosidad, se la doy para averiguar adonde me llevará esta vez el invento. Hoy decidí despachar el subconsciente, ignorarle definitivamente. Siempre me ha parecido un bicho raro y como no recuerdo ningún trato con este sujeto, certifico nuestra total falta de entendimiento y comunicación. Otra cosa son las curiosas imágenes que aparecen de pronto en mi cerebro y que pueden resultar tan delirantes como familiares, ¿de donde vienen y a donde van?, ¿que es lo que me nutre de tales imágenes?, mi dilatada experiencia en estas lides me recuerda que es una búsqueda tan absurda como inútil.

Hoy pensaba enelcaos para darle vidilla y a ello me pongo, propósito, que por otra parte no es nada sencillo ante la sensación de que el filón se agota. Mientras pensaba que cuestionar, tomó cuerpo una rudimentaria imagen en mi retina que refleja una sensación que me embarga a menudo cuando pienso en según que temas: Cerillo, intentas hacer ebanistería con un motosierra. Mi bagaje es demasiado rudimentario para intentar lidiar con según que cuestiones. El caso es que me acostumbré a estas locas imágenes y resulta que ahora, además, me divierten. Está la imaginación desbocada que dicen que vuela y luego la castrante pared de una realidad cotidiana ajustada a la obligación de seguir alimentando nuestra indigesta sociedad. El trastorno bipolar del Dr. Jekyll y Mr. Hyde se desarrolla sin problema en este tinglado que permite pocos extravíos particulares y que nos adormece con el dictado de interesadas doctrinas aderezadas con corsés de pacata tolerancia y políticas correctas.

Cumplir con el azar, con el destino, con las incontrolables pulsiones que nos esclavizan, limita lentamente y sin cesar nuestras expectativas, de modo que, en algún momento, te invade la sensación de estar rodando en un tiovivo, de mareo y de que nunca nos movimos del mismo sitio. Alimentas ingenuo la posibilidad de pegar unos hachazos que destrocen con saña el pequeño mundo de cartón piedra donde vivimos con la escusa de que es un solemne aburrimiento para luego aventurarse a despegar y navegar por el inagotable universo de la imaginación donde establecer una siempre peligrosa relación con la locura.

Al intentar modificar los tratos con lo que por repetido hastía, los sólidos conceptos se vuelven de cristal. Hoy, como antes dije, en mi deriva hacia la locura descarté el subconsciente que apañó Freud porque no sé donde coño encontrarle que no sea en el susodicho sitio y esta plácida mañana de marzo además y sin querer, se me rayó el espíritu afectado por la inmemorial incomprensión mutua, que siempre me costó encontrarle sitio y hasta aquí, lo apañaba como un intruso que colonizaba un apartado oscuro de mi mente fuera de la jurisdicción de mis manejos ordinarios. Los espíritus nunca se me aparecieron, tampoco mi particular y noble espíritu y todo lo que parece navegar por impenetrables laberintos. Creo intuir que estas tinieblas que quedan a mi espalda o que se esconcen en lo mas profundo de mi ser o de mi mente, (no dejo de pensar que deben tener un aspecto semejante a las asquerosas tripas con las que nunca contamos hasta que nos duelen), es simplemente lo que desconozco y lo que por más que lo intente poco desvelaré que no sea para averiguar que resulta inoperante, como cuando descubres que la sabiduría es un lastre irrenunciable que evita que goces con ingenua y loca intensidad.

Puedo pues abandonar y vivir sin subconsciente, sin espíritu y sin alma, siempre que conserve intacta mi capacidad de imaginar, entre otras miles de cosas, por ejemplo, espíritus, subconscientes y almas y a continuación, creer en ellos, que nuestra capacidad y necesidad de encontrar ángeles de la guarda, solidaria compañía a nuestro triste y solitario deambular, es infinita.



17 marzo 2012

Desolación




Despertar, sentarme en la cama y ponerme en pie es de un considerable esfuerzo, pero por la cosa de la rutina no me hace sufrir tanto como alguna capciosa palabra que sin permiso de nadie, aparecen por arte de magia en mis reflexiones matinales. Hablo cada noche con Laoar, que la tengo lejos de casa. Hablamos por este artilugio con lucecitas, que tiene un montón de propiedades y un impracticable encogimiento que se llama móvil, pero que, a pesar de sus cualidades y servicios no deja de parecerme tan inhóspito como los antiguos aparatos de baquelita. Al teléfono le encuentro de siempre una lejanía, un hueco misterio que nunca encontré en la televisión que la imagen, ya sabemos, deja poco espacio a la imaginación. El caso es que no me gusta hablar por teléfono, me evoca la presencia de un desolado espacio vacío que me supera.

Será por el teléfono o por el contenido de la plática que ayer mantuve con Laoar, (la que es de letras pero estudia ciencias) que esta mañana la palabra: desolación, ocupó mi mente al rato de despertar. En el diccionario definen desolación como el paisaje que deja la destrucción de algo y deduzco que la parte ruinosa de hablar por teléfono es la áspera extrañeza que me produce escuchar la voz sin una presencia física que sustente el relato, la constatación del tipo de desierto afectivo que prospera con los tratos virtuales.

Desolación que me produce una tristeza que hoy, por momentos, se vuelve infinita, que voy sucumbiendo a una ligera pero constante sensación de pérdida, que asisto con estupor a lo que entiendo es una sistemática destrucción de lo que con tanto empeño se levantó. Desolación de ser espectador y víctima de una antiquísima representación con la que, cuando pintan bravas, se protegen los poderosos, un simple guiñol de títeres solo cabeza pegando palos de ciego a demonios de cartón descascarillados. Se insiste en que el mundo es extremadamente complicado pero se aplica siempre la receta mas simple de toda la historia: títeres sin escrúpulos, palos y tentetieso.

Consternación por el minucioso trabajo de desarticulación de una sociedad abotargada en la comodidad y la desmesura. Una sociedad que se secuestró al desmerecer los valores sociales y entronizar como ideal común el egoísmo de tener mas que nadie, sacralizando así, la obtención como sea, beneficios escandalosos. Es lógico que en esta competición venzan los psicópatas y que como paisaje natural, se agudicen y eternicen sus dominios aunque sea a costa de degradar a la ciudadanía a la miserable condición de payasos o de esclavos, esta es la rutina de la historia, la que construye brillantes imperios a base de desolación y muerte.

La neurociencia llegará a descifrar casi todos los recovecos del cerebro y hasta la misma ubicación del alma sin descubrir pero, donde se esconde la absurda codicia de querer acaparar recursos con los que se podría vivir centenares de miles de vidas sin agobios, pero más que esto, sorprende que resulte confortable y que se reseñe como logro y modelo, aunque para conseguirlo se haya desolado a toda una comunidad o al mundo entero.

Nos creemos muy listos, debidamente empachados y satisfechos con las diversas recetas con que nos aleccionan voceros de toda calaña para solucionar cada desastre. Me bloqueé y ya no me quedan ánimos para tragar con mas trucos de los que nos venden como imprescindibles para solucionar todos los desmanes que se permiten. Solo aspiro a que no sean encumbrados como héroes los que alcanzaron riqueza, solo deseo que dejen de ser el espejo, el modelo al que hemos de aspirar el resto de la humanidad. Esto es substancial.  

25 febrero 2012

Las reglas del juego 2





Acepto mi faceta de serio de tal guisa que ni a mi me sorprende tamaña ridiculez pero es un disfraz muy adecuado para mantenerse a la expectativa. ¿A la expectativa de qué?.

La imagen, la imaginería de la mente, mi imaginación construyó esta mañana la secuencia de verme como un niño echado de sopetón al ruedo de la vida. Así de hecho ocurre y empieza el juego.

El juego es la vida y se podría resumir con un apáñate que has de tirar para adelante sin remedio.

No creo que la naturaleza sea un ente, por lo tanto no puede ser nada, pero si se le ha de dar una cualidad humana la tildaría antes de cínica que de sabia, que pienso que apuesta por todas las caras del dado, por todas las cartas de la baraja, por todas las reglas de todos los juegos, no se priva de nada.

Diría, (cosa de la física) que sin meta no se anda. La verdad puede ser la zanahoria, un imprescindible invento.

El objetivo puede ser también cualquier otra menudencia: mi verdad, y aquí tampoco puedes escoger demasiado porqué para jugar necesitas del otro y de un marco donde pelotear.

El otro, ahí está y si me pongo a contar son la tira. Certifican que tú eres. Si no huye, es que muerde, araña o pica, y en un descuido va y se te come. Si huye, además de morder arañar o picar puede que sea comestible.

La cosa elemental está entre huir o perseguir. Si te pillo te como, si te atrapan te conviertes en la merienda, estas son las reglas básicas del juego.

La sostenibilidad, menuda generalización, incide en liar el juego que se complica porqué luego nada es lo que parece.

Huir o perseguir cansa, es poco sostenible. Lo sabe Pavese y la mayoría de bichos. Un perezoso o un agotado se encontró ya abatido con una buena estratagema: quedarse quieto.

El artista de mis entrañas me dice que si entre el blanco y el negro se cuela el gris, se lía todo. La posibilidades se vuelven infinitas. Lo gris sería quedarse quieto.

Lo infinito mejor no mentarlo. Si pensamos en ello nos absorbe sin remedio para poco.

El engaño es de un gris raro, tanto, que se camufla de todos los colores. La vida se nutre por excelencia de las rarezas.

La más brillante de todas las artes de Messi que, como la misma naturaleza las gasta todas, es el amago, una delicadeza propia de depredador como el camuflaje lo es en la presa, aunque luego amague la presa en la huida y se esconda el depredar para atacar.

Has de contar con todas las artes, que se puede ser a la vez verdugo y víctima.

Dribla, amaga, esconde, corre, para, escúrrete, vigila, posiciónate, toma carrerilla, huye, estate atento, alerta, en guardia, en forma, listo, defiende, ataca, elude, encaja, golpea, muerde, coge, atrapa… juega, compite, vence…

Competir sin descanso, y aunque no ganes nada, sentir que vences, esto y nada más es lo que hay.   

09 febrero 2012

Las reglas del juego




Al terminar el fútbol, a veces no tengo suficiente con el simple resultado del partido, así que busco seguir gozando o sufriendo con las repeticiones, resúmenes, y según haya sido el desenlace, las tertulias amigas o enemigas. Zapeo en este sinfín de programas que con más saña que acierto nos consuelan o enervan, que de todo hay, para que los consumamos los sufridos y alelados televidentes, radioyentes o foro aficionados y es que… como la parte de “todo el mundo” que me toca, asistí religiosamente a la enésima representación de otro partido del siglo que dirimimos tan a menudo que más que del siglo parece el siguiente asalto de un interminable combate de boxeo del que solo nos podría liberar un KO de funestas consecuencias. No me costaría nada sacar punta a cualquier oportuno hilo de la efemérides para embrollar aún más la perenne batalla entre las aficiones que embarullan cada partido. Esta discordia forma parte de la historia, del particular y aleatorio me gusta no me gusta de lo que sea y de la perentoria necesidad de que los demás acepten nuestras opiniones o certezas por inverosímiles o delirantes que sean.

En una de las tertulia, un irreducible y desconsolado forofo abrumado por la derrota, justificaba con peregrinos argumentos la incapacidad de su equipo de ganar al mismo tiempo que desmerecía los méritos ajenos con aspavientos, insultos y rosario de infamias, nada nuevo bajo el sol. Herido en lo más preciado se descolgó agorero con la manoseada frase de que quien ríe el último ríe mejor, un bálsamo para el perdedor que no es capaz de apreciar que nunca nadie se ríe el último. A menudo tenemos la necesidad de agarrarnos a clavos ardientes para no caer en la desolación. Por la mañana y sin que sirva de precedente, en mi cotidiana lectura de Musil leía que una de las protagonistas “sentía que todo aquello a lo que con tanta fuerza se agarraba, no estaba exento de la constante sospecha de que era simple apariencia”. ¿Qué es todo sino apariencia sujeta a la machacona apisonadora de la realidad?

Cito a Musil porqué el pensamiento de Ágata me recordó remotamente al tertuliano y la anoté presto en un resguardo de la Primitiva para recordarla literalmente. Me gustaría citar con regularidad pero reconozco que carezco de las mínimas cualidades para hacerlo, que no dispongo de singular cultura ni de suficiente memoria que, sin ánimo de ofender, leí a Enrique Lynch en Prosa y Circunstancia (Barcelona Anagrama 1997) que: “una persona culta no es la que ha leído y aprendido mucho sino mas bien el que recuerda y reelabora y sobre todo sabe citar lo asimilado, o sea los más memoriosos y hábiles en dar referencias librescas”. A mi me gustan las citas, apuesto que con un nutrido fajo de las buenas se puede sintetizar la cultura de todos los tiempos, así pues resultan perfectas para los que tenemos un escaso fondo de armario, o poco interés, o escaso tiempo para leer lo que deberíamos. La cita nos proporciona un ligero barniz de algo parecido a la cultura que se adapta a la perfección a la superficialidad actual muy dada a generar desperdicios. En fin, no me importa si citar es cultura o enciclopedismo, que en lo que a mi se refiere, me gusta el espectáculo que proponen, pues entretiene al mismo tiempo que permite conocer a grandes rasgos a pensadores ilustres sin el engorro de tener que leerlos, cualquier cosa que me divierta es una fiesta, así es que no me importa su veracidad ni la fidelidad a las fuentes, que sé de buena tinta que los más grandes y reconocidos citadores disfrutan inventando o enredando citas.

El actual equipo del Fútbol Club Barcelona le recordaremos y citaremos durante mucho tiempo porqué ofrece un gran espectáculo. Lleva camino de convertir un abrupto ejercicio gimnástico de veintitantos jugadores dando patadas a un balón, en un delicado juego de salón donde, el matonismo, apoyado en la prepotencia física se ridiculiza a base de habilidad y estrategia o sea, propone un juego absolutamente distinto del que habitualmente nos acostumbraron a ver. Creo que han coincidido, cosa del cielo, de las conjunciones astrales, un milagro, que un iluminado con un loco y con la ayuda del buen caldo de cultivo de la Masia parecen capaces de cargarse, durante un tiempo, la visceral banca de la fuerza bruta. Veremos lo que dura y como se desarrolla el drama en los días o años venideros.

Yo vuelvo al forofo energúmeno en el punto donde se acentúa el encono dialéctico y en el crispado rostro de uno de los interfectos se refleja la reprimida intención de buscar el cuerpo a cuerpo en un intento de eludir un enfrentamiento verbal que le ridiculiza. El encontronazo, si se diera, sería una regresión total, una involución a un estado anterior a cuando, siendo evidente que es muy complicado deshacerse de un contrincante de parecida fuerza y tamaño, vence quien encuentra ventajas en la habilidad o la estrategia. Imagino que no tienen los personajes que he escogido otro conocimiento de lucha que una serie de peliculeras imágenes de peleas y que si llegaran a enfrentarse, la lucha seria un grotesco intercambió de posturas ridículas, bofetadas, patadas, mordiscos y agarrones sin ton ni son, que la evolución no nos regaló ni cuernos ni garras ni dientes que no fueran para alimentarse, ni un triste aguijón venenoso nos dejó, solo gozamos de pies planos y manos blandas y con esto, matar no resulta nada sencillo.

La edad permite valorar placeres nimios y una cosa como manosear algo redondo es un placer bien elemental. Gusta cobijar en la mano juguetona cualquier objeto que se le adapte con precisión: una manzana, una naranja, una pelota de tenis o de béisbol, una piedra de tamaño perfecto, he aquí un buen utensilio, una eficaz arma. Agarrar a alguien por el cuello y apretar hasta que se le afloje la vida es duro y engorroso, el palo o piedra o quijada bíblica simplifican el problema, que la naturaleza nos muestra que en las luchas entre miembros de la misma especie la muerte suele ser la excepción. Sin querer fijar unos límites vanos, quizás la presencia implícita de la muerte marca y distingue lo que nunca puede considerarse un juego. O sea la vida vista en general no es un ningún juego pero en particular, en los pequeños pedacitos de como la vamos digiriendo si que lo es y lo es en cantidades industriales.

Escribir me pone trágico y por esto a menudo me propongo no volver a hacerlo pero…la pelota… el juego…

Así es que juguemos, a ver, juegos donde se utiliza una pelota, un, dos, tres, responda otra vez, el fútbol: pues… el balonmano, el tenis, el waterpolo, el ping pong, el baloncesto, las canicas, el billar, el béisbol, el golf, la petanca, los bolos, la gimnasia artística, el críquet, los malabares… y me quedo muy corto. Yo, es que… imagino… que la herramienta y el juego es como lo del huevo y la gallina, vete a saber que es lo que fue primero. No puedo evitar que mi mente infantil ilustre a un hombre de las cavernas con un amasijo de algo en forma de pelota como Hamlet con su calavera, meditando ensimismado que hacer con una pelota y otra, unos enloquecidos guerreros pegando rabiosas patadas a la decapitada cabeza de un enemigo. La violencia elemental que exige acabar con el enemigo se dulcifica con unas reglas del juego que determinan los limites del terreno, del tiempo y de las acciones permitidas, pero esto no ocurre por voluntad expresa de los contrincantes sino por práctica necesidad, porqué no conviene jugarse la vida constantemente o porqué siendo muy ajustadas las fuerzas, la pelea se eterniza, luego las normas se enquistan hasta hacer olvidar los objetivos del juego, así es de complicada la cosa y como yo, lo que quería es hablar de fútbol, de la revolución futbolística del Barça, recuerdo haber leído en algún extracto de estos donde alguien intenta arrancar un trozo de verdad o más bien de espectáculo de la historia, que lo que ahora hace el Barcelona es lo que sus inventores idealizaron al regular el juego. Pues no sé, como las reglas fueron un acuerdo entre centros docentes británicos yo creo que lo único que buscaban era una forma de canalizar el exceso de testosterona de los muchachos sin que se mataran. El reglamento utilizado como base para el fútbol fue el Código Cambridge, excepto por dos puntos del mismo, los cuales eran considerados de mucha importancia para los códigos actuales: el uso de las manos para trasladar el balón y el uso de los tackles (contacto físico brusco para quitarle la pelota al rival) contra los adversarios. Éste fue el motivo del abandono del club Blackheath que luego como contrapartida inventó el rugby. La leyes se hacen y luego la realidad, la busca de la ventaja soterrada las vulneran constantemente y lo que no consiguió la norma: evitar el malintencionado encontronazo físico lo consigue el Barcelona a base de jugar lo suficientemente diestro y rápido para que el rival no llegue al topetazo violento que no sea tarde y por lo tanto meridianamente punible. Pues sí, quizás sí que era esto lo que perseguían las elementales reglas del fútbol en sus lejanos inicios.