31 julio 2007

De lo eterno



Estas noches de calor me poseyó, por supuesto sin desearlo, un delirio apaciguado.

Esculpido en un tan sólido como frágil maniqueísmo y casi saturado de una paranoica persecución de la verdad, sin alivio ni transición alguna, me sumerjo por la noche en la metafísica existencial a base de una mezcla calor y sueño. ¿En que momento dejas de percibir la diferencia entre sueño, vigilia y pesadilla? En la frontera de todos ellos, quedo estas noches de vértigos y sudor.

Me vuelven loco unas pulsiones que me impelen a unirme en un todo cierto con el impulso de encontrar alivio en mi desvelo y cuando casi lo consigo me disgregan al acto, sin solución de continuidad, en caos inciertos. Vivo sin vivir en mí. Despierto y no logro borrar por mas que quiero este oleaje que todo lo une y disgrega con metódica insistencia. Mezclan con ello sueños de imágenes descabelladas que parecen domésticas que de inmediato se diluyen para pasar a obsesionarme quehaceres de orden primero: si y no, blanco y negro y descubro sin saberlo que la verdad y la paz no existen como tampoco el blanco ni el negro, ni el si, ni el no, ni todo lo contrario.

Existo porqué sueño un delirio de ameba, el plañido de un universo que busca la unión como deseo instintivo y que la interrumpe recién adquirida incitándose brutal a disgregarse.

Luego al levantarme me digo, soñé sueños tan reiterativos que parecen pesadillas.

Digo: estos sueños son el vehículo con el que llego a sentir como un insecto, o mejor todavía, son el telescopio que rescata del fondo de mi universo el inicio de este invento. El latido de la vida: unirse, crear mundos complejos y disgregarse, ganar y perder la herida del tiempo replicándose. Este simple pálpito sigue en mi tan vigente como la primera vez que me zarandeó, vete a saber que es lo que era entonces, en el inicio del tiempo.

28 julio 2007

Leer sobre la saturación




Aprendí a leer así que conocí todas las letras, fue en un parvulario ruinoso y de su pequeño patio de tierra conservo como recuerdo una foto de niño, detrás de una mesa, con la B en las manos. Ayer mientras la miraba recordé sin consuelo que un atardecer, a los tres o cuatro años, estaba sentado en el inodoro de mi casa ojeando un libro, ¿qué hacía yo con un libro en las manos sin saber leer? Reviví el instante en que, de pronto, sin pretenderlo, se me juntaron letras y leí, y lo milagroso consistió en que entendía su significado. Una indescriptible alegría sentí por ello. Lo que dudaba que pudiera aprender se descifró a base de voluntad de querer hacerlo, desapareció el velo y de la noche a la mañana se volvió cotidiano. Desde entonces devoré, siempre de prestado y sin descanso textos y tebeos. Alimenté este gusto, con el dispendio en libros de mi hermano, tres años mayor que yo, que alimentaba la misma afición. Leía todo lo que llegaba a sus manos y la inercia de leer continuó hasta los treinta años.

Ya sé que nada de especial tiene esta historia que no sea que es la mía. Un día dejé de leer y después de pasar un tiempo con los ordinarios trabajos de vivir, casi sin darme cuenta, volví a coger el pincel y luego más tarde lápiz o bolígrafo y al resistírseme su uso insistí, dejé que lentamente me fueron invadiendo colores, formas y al fin, ahora, las palabras.

No sé porqué me lío si yo de lo que quería hablar es de lo saturado.

Ni que me lo hubieran juraran me lo hubiera creído pero quedé saturado de lectura un día exacto y también lo recuerdo, leía “El amante de lady Chatterley”. Demasiadas palabras para decir tan poco razoné y aunque la terminé, se me acabó el ansia compulsiva de leer. Tantas veces de esta guisa ocurre, que deberíamos siempre tener muy en cuenta que hay una gota que colma el vaso y esto es físico, contra ello nada se puede hacer. La paciencia tiene un limite dicen. Todo, todo, afirmo, tiene un límite, todo puede llegar a saturarse y al fin la saturación te cambia la vida.

Bien mirado la saturación es un motor evolutivo de primea línea. El inerte contenido, al ser derramado se vuelve incontrolable, fecundo y creativo.

Es corriente andar por territorios donde impera el aburrimiento y que el miedo a cambiar mantiene controlados en el límite de la saturación. También es habitual que de continuo algo se atragante definitivamente. ¡Hasta aquí podíamos llegar, ya no aguanto mas, se acabó! Sin capacidad de admitir ya otro diletante argumento echamos el cierre a una relación, a un gusto, a un amor, a una afición, a una costumbre o a nosotros mismos y nos tiramos de un quinto piso.

Lo que hace singular la saturación es su radical condición de irreparable. No hay razón ni argumento que pueda subvertirlo pues no acepta sugerencias. Para nada sirve cambiar lo dulce por salado. El cuerpo dice basta y la razón no atiende, se rompió el contenedor. Sólo el tiempo que todo lo sana puede aceptar y sólo como tributo doloroso, alguna licencia para recomponer, pasados los años, los añicos de lo que el hastío se cobró en un instante.

No es distinto del hombre lo que del hombre proviene y a la sociedad también le afecta el aburrimiento y la saturación puede palparse por doquier. Cuando la saturación supera el miedo al cambio todo se revoluciona muy rápido. Un punto antes se palpa crispación y me parece que en algunos temas estamos en este punto exacto.

21 julio 2007

Verdades

Suenan campanas cada vez que alguien consigue definir sin dudar la verdad. Con este milagro, si lo dispusiera, montaría otra secta en su defensa. Aunque ¿Para que quiero cosa tan poco manejable como la verdad?

Como me quedo dando vueltas sin querer al asunto me veo en el apuro de acallar este zumbido moscón y en estos casos lo mejor es encontrar razón que lo alivie no importa que sea cataplasma momentánea, débil y temporal. Lo cierto es que por más fiesta que le doy a la cabeza nunca deja el tajo.

Demasiadas veces me jugó la obsesa razón malas pasadas, me obligó sin proponérmelo a cargar con verdades grandes como castillos, verdades que, tal como se las gastan las grandes verdades, tienden a ocultar todo lo que no agrada a su exquisito gusto. Malgasté buen tiempo y pasión en defender estos territorios verídicos, hasta podría decir que malgasté parte de mi vida si no fuera, que estos argumentos son los que le dan sentido, por más peregrinos que al fin resulten. Tampoco descarto que la duda en la que me instalé, y que me desarma y libera de verdades contundentes no sea mas que otro tipo de verdad que confirme la vieja costumbre de tener siempre alguna razón por la que dirimir. Lo que deploro es que, con la pérdida de esta fe me quedé sin su paraguas protector, esto me obliga a asumir muchas cuestiones a palo seco. No tengo ninguna duda que, sin trincheras con las que defender verdades el mundo se vuelve excesivo, pero al mismo tiempo adquiere su pizca sentido pues sin nada que defender todo es más sencillo. A cambio de una mirada liberada de prejuicios, la ausencia de verdades te instala en incómoda incertidumbre, pero esto es lo que hay en estos tiempos de rutilante zozobra.

La inseguridad, y esto lo percibo con recelo, nos mantiene despiertos, vivos, quizás por esto, en el fondo, no será tan mala como la comodidad nos la pinta. Sin corazón ni voluntad de ser héroes, el destino a veces nos reserva la posibilidad de mantener actitudes nobles y aquí, en estos tiempos, igual necesitamos de unas cuantas dosis de este milagro doméstico que consiste en resistirse a las verdades que sin sentido nos imponen.

13 julio 2007

Emoción


Emoción

Hay palabras que les sienta bien un uso reverencial, que respiran firmes en las pausas contenidas del habla pues ellas solas se encargan, si cabe, de dar sentido a lo pronunciado. Hay palabras de las que se ocupan libros enteros sólo para intuir lo que, con su presencia, activan sin necesidad de estudio alguno y esta es precisamente su gracia. Las palabras de la esfera de los sentimientos las sufrimos más que las entendemos. Es así que me queda el trasfondo de que, en según en que territorios, el saber tiene algo de estéril, nada parece superar a la emoción pura. Esto me inclina a pensar, que la inteligencia o el saber tributan al estudio o a la sabiduría buena parte de lo que emociona, salvando, sin duda, la que les procura el poder saber más. Y digo esto, porqué una de las cualidades que caracteriza la experiencia es la de moderar las emociones, ¿que es lo que quedará de ellas cuando lo que sea, sea destripado en mesa de disecciones para su desentrañamiento? Lo previsible empaña la emoción, la previsión puede ser su muerte.

Cuando atiendo a la memoria, las emociones me parecen como imágenes que emergen insolentes y cubren de color toda su superficie o se ocultan oscuras en el núcleo protegido del subconsciente cuando su impacto mina peligrosamente el equilibrio. La vida queda reducida sin remedio, a un mosaico de recuerdos emocionantes que reinvento cada vez que los rescato del olvido y un inmenso archivo de cuestiones útiles que uso con prestancia pero sin trascendencia alguna, quizás porqué la emoción ocupa mucho espacio.

La inteligencia puede presumir de poder conquistar cualquier horizonte y a ello se afana regularmente, pero en el territorio emocional se debe alimentar a veces de gato por liebre y en el obligado esfuerzo de subsanar estos desaguisados, edulcora su incapacidad de aprehenderla con acrobáticos ejercicios de la mente para, al fin, tener que conformarse a menudo con placebos.

Así pues la emoción, la muerte y el enrevesado mundo de los sentimientos igualan a los hombres sea cual sea su fortuna y nos celebran idénticos, mal les pese a los que el azar genético o la herencia los ha hecho mas ricos o mas bellos o mas inteligentes o los tres adornos a la vez que mucho son y tanto envidio.

06 julio 2007

Evolución


Cuando atendemos una cuestión con fijeza, nuestra sola atención amplia con desmesura el objeto observado por culpa de la precisión microscópica de la mente concentrada. Bajo este prisma multiplicador, lo que analizamos, ocupa mucho mas espacio del que de natural le pertenece y para rematar, muchos de los resultados de estas pesquisas se adaptan con facilidad a los huecos que les dispensamos dando satisfacción a más interrogantes de los debidos en honor y gloria a nuestra general y benévola disposición.

No sé que se sepa con certeza lo que concretó la evolución del hombre con respecto del mono, por esto hoy me dio por pensar que una razón importante pudiera ser el ejercicio y dominio del riesgo que no es más que una suerte de gestión óptima de la violencia. Por esto a menudo me siento mas identificado con las familias de leones que con los grupos de primates.

Con esta rutina me pierde sin sentirlo la violencia buena parte de sus connotaciones negativas, pues teorizo que con su adopción crecimos y superamos con creces la funcionalidad de los órganos con que la evolución nos distinguió. Lo que agarraba rama, agarró hueso, agarró palo y lo blandió luego con peligrosa contundencia. La gestión del riesgo convierte al herbívoro en carnívoro y al carroñero en depredador. Estos debieron ser los caminos del omnívoro que le gana así la partida a la especialización. El riesgo afila los sentidos y a la misma inteligencia a cuenta de lidiar con la violencia como formula de sustento y supervivencia.

Con lo bien que vivía en la naturaleza del paraíso terrenal donde nos coronamos rey, ahora voy y se me ocurre valorar en positivo la violencia. En la doctrina de este reinado magnánimo es tan fuerte el anhelo de impartir justicia que la violencia ocupa un lugar en el desorden, estratos de oscuridad con los episodios sangrientos que empañan nuestra benevolente dominación.

Vueltas da el destino y de la misma manera que un cuerpo adecuado para vivir en los árboles transforma con ayuda del ingenio o de la necesidad sus precisas adaptaciones arborícolas en armas letales, la dinámica de la violencia se nos vuelve a la contra pues sin enemigo que haga peligrar nuestro dominio su fuerza cinética deriva en menudos enfrentamientos de hombre contra hombre exactamente igual que el león en sus dominios.

Nuestra aventura apostó por el riesgo y el riesgo entraña violencia, esto forma ya parte de nuestra genética. La revolución pendiente sería pues la alternativa de, desde la posición conservadora que implica abandonar la violencia, mantener la supremacía de la especie. ¿Quiere o puede el león convertirse en cebra y comer hierba? La naturaleza asegura que no, pero el azar puede decidir lo contrario quizás porqué la apuesta mas arriesgada puede ser ahora no incurrir en riesgos.