30 septiembre 2006

Mis lios

Me aventuré hablar con el Genio. Nunca me resultó fácil dialogar con él, es la antítesis de Cerillo, a menudo me quedo en blanco con sus evasivos circunloquios. Por esto prefiero no preguntarle nada.

Me quedó claro que no le gustó lo de Genio, pero bueno, es que no le gustó nada de nada. Hasta me borró de castigo la habitual y camuflada sonrisa con que apareja sus respuestas.

Quedé pensativa….

Pensé….

Tengo que buscar otro nombre.

Me dije….

Como no tengo el día y la cosa apremia, le pondré Ese, inicial de su nombre de pila.

Eso me decía a mi misma buscándole a mi penosa elección algún atractivo, un poco de magia sonora, cierta empatía con el bautizado y nada. Solo me sonaba el siseo y el perfil ondulante, serpentino, de su grafía.

Es que me suena a crótalo, no sé, no sé….

Me vino de sopetón a la cabeza una cascada de imágenes mitológicas y caí en la cuenta de la fijación ancestral de las religiones en adornar con cualidades mágicas o divinas a determinados animales. (Curiosidad que con criterio hermana las religiones con nuestra prolífica y procelosa cuentista incombustible, la factoría Disney)

No sé con que fundamento, se sirven las religiones de la zoología, para engordar con estas intrigantes divinidades su mitología.

Nuestro cristianismo siempre rácano con cualquier tipo de frivolidad nos dejó para no ser menos dos muestras curiosas: la paloma y la serpiente y el añadido colateral de un cordero místico. Esto es todo, ninguna fiera más si no contamos por supuesto con el buey ni el burro ni los espectaculares caballos apocalípticos.

Suficiente para descartar la ese.
Le llamaré Náufrago que tiene su argumento.

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