Hay montones de dibujos tirados en su taller que rompe, pega, rasga, roe y recompone incansablemente. Pinta una y otra vez en el mismo folio hasta que el papel satinado, saturado, sobornado, subyugado, escupe, vomita, expulsa, cede todo pigmento. No importa lija, barniza, ruega, riega, tortura la malherida celulosa que se quiebra como fino cristal, como hoja seca, como hielo pálido, en lucha desigual de la tozudez en busca de consuelo, de dicha, de objeto, de sujeto, de un talento enfermizo colado ya definitivamente en el caos de caudalosos desastres. Orillada la ambición y el orgullo, queda la lucha desigual donde el tiempo adquiere dimensiones irreales, lo nuevo es tragado constantemente por la presión renovadora hasta devenir, no viejo sino eterno, con el valor de un guijarro, de un puñado de ceniza, de un gusano, de un vaso de vino en un campo roturado, de unos pies planos, de un sapo disecado, de una salpicadura de barro.
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