28 noviembre 2008

El trayecto de hoy


Hoy.

Vamos a ver.

El no sé si sé, no sé si sirve tanto como el sé que no sé

No sirve de nada saber. Nada. Digo, en este caso, pienso en lo de la explosión descontrolada de excesos, que luego de vigilia, maltrecho, quieres no saber nada de ellos nunca jamás. De los descalabros, de los excesos.

Mas tarde piensas en huir de pensar. No es el caso de hoy que pienso, pienso ocurrente.

Quería entrar en el sol de noviembre que asoma a ratos.

Lee el que no lee y piensa que mientras lee no piensa, absurda teoría. Creía, con la atención desperdigada, hace más de un año, quizás dos o tres que me aventuraba línea a línea, enseñoreándome en la desaparición, despersonalización y suplantación y todo esto, del doctor Pasavento.

Soy Cerillo, digo incrédulo. Si sumo las cifras de mi fecha oficial de nacimiento y luego sigo sumando hasta las unidades, ¿cómo se llama esto?, me sale un cuatro. Cuatro es un número al que no le tengo el menor afecto, aunque porqué iba yo a querer un número? El cuatro y el seis no deberían existir, aunque el seis por lo menos tiene lo de la media docena. Del dos y el ocho nada aprovecha, será que no me gustan los pares, y si no estuvieras tu, tu o tu, me cargo sin dudar todas las parejas. El ocho me parece un engreído y los primos, que manía tenemos todos con los primos.

Voy a llamarle a esto que no sé que nombre tiene, mi número astral lo llame como lo llame quien entendido sea. Poca enjundia tiene poner nombre tan pomposo a un cúmulo casual de casualidades, incluidas el nombre, que es letra y sonido congruente debido a innumerables apaños casuales y que abarca estrechas geografías que por suerte en este caso son la tuya y la mía, sino, no nos entendemos.

Estaba por entrar en el sol de noviembre y quedarme a allí un rato, calientito, pero nada, no sé si llegué a pensar que un cerillo sin cabeza, si se arrima al fuego puede parecer lo que fue, un cabeza colorada perfecta para arder. Aquel doctor que leía distraído penetró en el peor sentido de la palabra dentro de Cerillo y él sin darse cuenta fue, se hizo, suplantó, en fin, se encontró con un lío personal de mucho cuidado.

Si eres otro queda todo por hacer y con tanto no cuentas. Inventar una vida entera con una biografía montada a la ligera. Lo que se olvida y aparece de súbito aunque siempre estuvo allí, este es el reto complicado que acusa el que suplanta.

O poner los pies en el suelo, los pies en el frío suelo y mirar por el balcón, coger revolado la máquina y intentar guardar lo que ves a simple vista y deplorar la National Geographic de uno mismo y arrastrar en este desahucio, no solo a la naturaleza que decidiste encuadrar en el marco de una pantalla, sino objetos, obras y modelos.

Y las formas mismas de la belleza que pasan por el orden que un dictado desconocido eligió no sé con que propósito y al que se acostumbraron, no mis ojos, sino miles de ojos antes para acertar desordenados con una maldita ilusión óptica con presunción estética. Así, si lo que me enamora me duele de maldecir maldigo este barroco otoño.

No interioricé el otoño principesco y como lo veo fuera con el preciso marco que dispongo cada vez, ando con él tieso. No me lleva al huerto. Lucho contra la belleza que me impone el universo, que al fin sé que no es tan diverso por mas que no sé quien, clasificó millones de insectos. Como si a mí me importara. Yo ando atento a desclasificarlo todo para llegar a mi nada, aunque entre medio me asalta lo bello y por mas que huyo no puedo.

Vuelvo a la nada que trabajo me cuesta meter en la pequeña botella transparente, como aquellas que traían penicilina con la que, con terror, me pinchaban de enfermo. Por cierto, recuerdo que me encontraba muy bien, sin colegio, de primera, pero que luego estaba, pestes, el horror doloroso de los pinchazos día si, día también. Llenaba después la botellita, a media, de agua. Si la llenas entera, pienso, parecerá vacía. Entro todo dentro la botellita y así que voy metiendo va siendo nada. Luego le ponía litines, tapaba con tapón de goma, lo dejaba en el suelo y estallaba. Pequeño estallido, y a buscar el tapón vete a saber donde, y así horas y horas.

Me digo, os lo advierto, no juguéis a desaparecer que luego va de cierto. Aunque desaparecer está bien, sirve para que nuestro enfermo entusiasmo por la belleza crea que podemos entrar todo en una botellita de penicilina, como genio. Vas metiendo y asombra todo lo cabe y pienso. Hoy pienso, voy, me meto dentro y desaparezco.

Pero seguido estoy en cuanto Mahler no acaba de terminar con los bombos y platillos. El estruendo de un final apoteósico, atronando increscendo, que parece insuperable una y otra vez. Todo, reflexiono, construido para saborear media décima de segundo de contrastado silencio, pues andan los ansiosos aplaudidores en vilo, intentando atar la emoción con el estallido de las palmas, obviando que en privado la emoción se siente en silencio si no es que brote quejido del pecho. El bravo, bravo, embridado por la espera, desata un ruidoso agradecimiento por lo vibrado y suspende la emoción, adormecido y bien guardado el preciado gemido que atraviesa el vulnerable ánimo.

Pienso en penicilina enfermo y en jugar, mucho antes de que el doctor Pasavento certificara la fragilidad de mis distintas y difusas personalidades, antes de que los instintos pusieran a cada cosa en su sitio en la batalla personal donde nos hieren y herimos, muy lejos de épica alguna. El mundo encogido en una baldosa hidráulica, con un botellín misérrimo de agua, penicilina o nada, con la que juego, siempre huyendo del dolor, aunque sea del que sana.

Sufrir para curarse para sufrir, este es otro dilema. Silencio, que pienso y oigo un constante ruido eterno.

El silencio y la nada serán lo mismo y no lo digo.

Y sigo.

luego

4 comentarios:

fgiucich dijo...

Un trayecto lleno de vericuetos que hacen de la vida mucho más interesante que la propia nada. Abrazos.

M. Domínguez Senra dijo...

Así es, tal y como lo dice fgiucich ni más ni menos. Por más que quiero no consigo recordar qué le pasaba al Doctor Pasavento, pero sí que la novela era como una masa de queso, como escrita sin levantar la mano o de un tirón (cosa que también tiene su gracia).
Muy sugerentes los platillos de Mahler y la botella de penicilina, su identidad con la numerología. Y eso que no te has puesto en eneagramas, una tontería si uno no busca lo mejor: el sol de noviembre y los azules.

Un saludo, Cerillo.

alida dijo...

Hoy… paso a dejarte un caluro abrazo y desearte luego unas felices fiestas
Recibe un afectuoso abrazo

fgiucich dijo...

Paso a dejarte un abrazo y desearte muchas felicidades.