13 noviembre 2008

Lo mínimo


Mi primera contradicción como artista es que me gustan las cosas simples, elementales, pero que no les veo la menor gracia. Yo me entiendo.

Puedes dedicar toda una vida a la oración, alguien te alimentará. Quizás consigas aprender a no rezar, a contactar sin preámbulo con la divinidad que es de lo que se trata y vivir en permanente estado de nirvana, aunque no sé si esto es posible.

Pienso en japonés y me siento relajado aunque tengo la sensación de que estos señores mantienen una constante y controlada tensión.

Pienso en Velázquez, un lujo imposible, un maestro en engañar la mano a base comerse el coco.

La caligrafía, de rasgo depurado.

El concepto, blanco, verde, un cerillo inmenso, enmarcar una pared, importa ahora el equilibrio, ahora el desequilibrio.

Topé con solo tres colores. Blanco y negro. Una geometría limitada, línea y curva. Un marco, el encaje y el equilibrio.

Ando buscando razones para no bendecir la gracia de sentirse orgulloso en lo mínimo que viene a ser la antesala de la nada, por muy complejo que sea llegar a ella. La maestría tiene el efecto de una secta que con complejas hipérboles llegan a la nada para tirar una flecha, hacer un ramo, un traje, una gestual caligrafía, un espacio desnudo. Quisquillosas y rituales ceremonias para iniciados con la que vestir de algo, con símbolos, con artificios, con adornos al inescrutable vacío.

Andan los frailes cantando sin prestar atención a lo que cantan con la precisión del cirujano avezado, del maestro afinado en su oficio, definitivamente olvidado el riesgo por la precisión automática ganada con la devoción de una vida dedicada a ello. Es a lo mismo que yo aspiro, a pintar sin pensar en nada, aunque te encuentras luego siempre pensando, generalmente en comida u otras especies.

Aprendí que solo me interesa pintar para llegar a no pensar, para olvidarme de ser. Y como no me gusta ritualizar, por lo del aburrimiento, me acojo al camino del exceso con el que casi me acerco a la nada también, siguiendo la caótica senda del barroquismo que defiendo ahora, en este mismo instante.

2 comentarios:

M. Domínguez Senra dijo...

Para mí parece que ya no hay descanso: voy de lo mínimo a lo que otros desechan, y vuelvo al apagón de los sentidos, o a la enervación, a la sinestesia, a la deriva, al adocenamiento, a la saturación, al fastidio, a los azules otoñales velazqueños.

fgiucich dijo...

Creo que en las cosas mínimas está la base para llegar a un pensamiento depurado o para crear una obra de arte; también muy cerca de las cosas mínimas está la nada. Es cuestión de elegir el camino. Abrazos.