27 noviembre 2008

Insomnio otoñal

El insomnio, me enfrentó al laberinto y como defensa a su extrema complejidad fui acercándome sigilosamente a la nada. Con base tan nimia la contradicción es permanente y desde entonces me siento balbucear si es que tengo que argumentar sobre cualquier cosa. La nada te hace pequeño de la misma manera que la personalidad te agiganta, pero las químicas humanas son tan lentas que nadie percibe en mi cambio alguno. No se enteró ni él yo mismo que sigue defiendo con idéntico ahínco, grandes parcelas personales con el piloto automático puesto.

Con el tiempo, la gota malaya es la que cuenta, así siento, que los agujeros, las grietas, los abismos que se abren con el insomnio duermen un sueño reparador en cuando amanece, pero lo que han horadado en silencio, permanece latente, esperando su momento.

Este otoño me da por andar con las manos en los bolsillos lentamente, contando los pasos que me acercan y alejan sin descanso a lo que brillante me incita y que como urraca avariciosa persigo. Me veo entrando sin dudar en el mismo sol de noviembre, este mes tan triste, que invita a andar ligero.

Tiene gracia esto de sentir los elementos, este fluir tan alejado de las asperezas de la lucha cotidiana, de las miradas condicionadas, de las heridas del tiempo, y claro, disponer como lujo tener los ojos bien abiertos, filmando el concierto de sensaciones y también disfrutando de las representaciones que improvisamos sin cesar al vivir y con las que deleitamos sin querer a ojeadores aviesos.

En este tiempo que dispongo entre paréntesis a mi gusto, aprecio la cuota de espectáculo que estoy dispuesto a concederme, pagando con el esfuerzo de filtrar lo que quiero ver, pero también divertido por el revoloteo inconsciente de palabras que me asaltan afiladas como dardos que buscan dianas perfectas, la desfachatez que da la inmediata posibilidad de salir de foco cuando me viene en gana, el rebuscar entre recuerdos sin sufrir, como arqueólogo de vanidades petrificadas que paladea alimentos elementales o vulgares con sentimiento ancestral, ver lo que me enseñaron a ver otros ojos, descubrir noblezas, miserias y las siempre discretas ternuras, tan costosas de ver, floreciendo en cualquier basurero.

A la nostalgia del tiempo otoñal añado el resquemor de andar de vuelta. Ojo si; es sereno. ¡Que bien, vaya invento! Pero…. nada se funde, nada me arrastra, nada revienta entre mis dedos. Voy a tirarme un pedo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Pedorrearse tiene mucho de opinión implícita. ¿Qué si no?