La condición sectaria de determinados grupos sociales se hace más evidente con el uniforme de rigor. Encuentro deleznable la uniformidad por aburrida y alienante. No entiendo otro gusto en parecer iguales que la pelota picada. Aunque celebro los uniformes que cumplen la función de alerta peligro que para esto se lo ponen. Como sufridor de años victoriosos sé que como mas totalitario sea un régimen más tendencia tiene a uniformar al personal o uniformarse el personal y sentirse además orgullos. El absurdo orgullo de unos colores.
El tema me importa un bledo. Soy de la liga de los sin bata. Pero como me las doy de artista, por lo de los colores, hoy, de buena mañana, (esta buena mañana que me encuentra receptivo para hurgar cualquier tema) pensaba, (todo mi yo vestido con uniforme de verano, bien empastelado), que no me gusta vestir colores claros. Cada cual, ya se sabe, guarda en lo que puede su aspecto y cultiva querencias y fobias. Un día alguien de quien aprecias su criterio te comenta lo bien que te sienta determinado color y sin casi darte cuenta llenas el armario de verdes. Acto seguido me imaginé con horror vestido de blanco, moreno y con gafas de sol, vete a saber porqué tal fobia, debo tener tendencia a huir de uniformismos tópicos. En esto estaba cuando caí en la cuenta que mi gusto por los colores obscuros no deja de ser también una uniformidad.
En el trayecto hacia el trabajo, el paseo matutino donde me entretengo con estos razonamientos, me crucé luego con padre e hijo de la secta de los pintores de brocha gorda, iban de mono blanco estampado con caos de gotas de colores. No deja de ser curiosa la afición por lo blanco en profesiones con imposibilidad evidente de guardar la pulcritud, me vienen como relámpagos imágenes de matarife, de carnicero, de médico cirujano y ya más tranquilo de cocinero, aunque mira, me consolé, peor sería vestirlos de negro como los curas de sotana. Las imágenes que nunca cesan me llevan del negro de cura de pueblo a los extremos colores cardenalicios, a los blancos roquetes y las doradas casullas, al arco iris de los pomposos rituales religiosos. No se quedan menos cortos los militares de verdosas tierras que inventan actos para adornarse con fajas, estrellas, condecoraciones, borlas, pompones, hasta plumas se meten. Es suficiente, necesitaría un diccionario enciclopédico de cada secta para dilucidar colores, suplementos y complementos de sus delirantes distintivos.
Lo del austero y simple uniforme obliga solo al militante raso, la misma historia de siempre, primero uniforme, luego jerarquía de colores hasta caer en lo más friky.
El que anda adornado como un retablo barroco, como un árbol de navidad yanqui es el que mas manda. Coño con la distinción.
5 comentarios:
Así es la cosa: el uniforme todavía manda. Abrazos.
De una forma o de otra ¿No vamos todos uniformados?
Es cierto que algunos impresionan más que otros.
Salud¡¡
Buenísimo tu antiuniforme.
Saluditos
Natalia en efecto, tendemos al uniformismo, que no sé si es lo mismo.
Natalia en efecto, tendemos al uniformismo, que no sé si es lo mismo.
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