25 octubre 2008

Dejar huella


La felicidad, el placer, el gusto de hacer o estar, el bienestar que procura el equilibrio, la serenidad relajada, cualquiera de estas agradables sensaciones puede aparecer como por ensalmo en situaciones de grave crisis. Parece un milagro, pero no. Lo perdí todo, y cuando digo todo pongo por ejemplo una fortuna que presuponía me había de librar de cualquier privación. Puedes perder la seguridad de un futuro previsible y curiosamente, a pesar del desastre y al transcurrir cierto tiempo, empezar a gozar con el presente de lo que antes pasaba desapercibido. Redescubrí la perfecta armonía de las cosas simples. Perdí lo que me ataba a la locura del progreso y me congracié con el pulso de vivir al día. Recuperé el tiempo atmosférico de la calle y el tiempo íntimo que regala una geografía abarcable. Es una muestra de que hay estados que se podrían considerar decepcionantes cuando se atina con lecturas clarificadoras. El trauma nos instala en otra realidad que al fin se muestra más complaciente que la presuntamente óptima en la que vivíamos. La realidad siempre es una ficción que condiciona las circunstancias.

 La utilidad que tienen las crisis, si es que tienen alguna, pasa por el estado reflexivo en el que te sumergen. Si tomas la distancia pertinente para evaluar los errores, el imprescindible optimismo de la supervivencia encuentra caminos alternativos a lo que parecía imperturbable, imperecedero.

 Una ambición sin límites es nuestra tortura y el instinto de hacer como si fuéramos eternos. La constatación no del todo asumida de nuestra fragilidad impulsa, desde un tiempo al que no le guardamos memoria, el deseo de dejar huella, y la impronta de alguien con ambición y suficiente poder, puede llegar a ser del calibre de una pirámide. Si alcanza un tamaño mayor mucho mejor. Así la grandeza acostumbra a mostrarse conceptualmente simple cuando se trata de satisfacer vanidades y sigue construyendo periódicas y barrocas torres de babel con la intención de llegar a un cielo siempre inalcanzable. Nada conocido es capaz de conseguir las hazañas que logró y sigue empeñada en superar la humanidad cada día.

 Lo paradójico, siempre lo paradójico, es que las huellas más perennes las dejaron los dinosaurios con descuido fosilizadas en las rocas. No podrá conseguir el hombre lo que consigue casualmente la naturaleza sin esfuerzo.

 Sé que lo accidental no es casual y que el espectáculo lo ponen las crisis en el instante traumático de su eclosión. Las causas son las condiciones que con el tiempo petrifican las huellas de dinosaurios dejadas en el barro. Tantas veces las razones alcanzan tiempos lejanos, fuera del alcance de la memoria convencional que utilizamos.

 Es una locura construir rascacielos cada vez más altos, no se demuestra por ello más inteligencia que los que pusieron en pié el primer menhir, simplemente las condiciones con el tiempo y la técnica, han variado. No me extraña que los diplodocos se hicieran cada vez más grandes, atrapados por el instinto de explotar cualquier superioridad plausible, aunque al fin un cambio de condiciones demostró la fragilidad competitiva de estos mitos que se median por toneladas.

 Yo creo que estamos inmersos en una crisis que abarca mucho más allá que lo que pueda condicionarla una economía determinada de mercado, pero también sé que las soluciones suelen ser rocambolescas y que necesitan de tiempos sin límite para demostrar su competencia. Vengo a elucubrar que el paso que la humanidad tiene pendiente, el salto que nos propondría horizontes completamente nuevos y relucientes no tiene nada que ver con esta locura que vivimos y que nos colapsa el futuro. Habríamos de interiorizar que esto de dejar huella no tiene el menor mérito ni sentido, que un gusano la deja. Constatar que no por tamaño se perdura mejor en el tiempo para abandonar estos espectáculos colosales que montamos con y por cualquier cosa. 

El hombre se siente cómodo, le excitan los retos difíciles. Nos gusta luchar por imposibles, llegar a la luna, pero debemos ser más inteligentes. Hoy mismo, probablemente, ganaría la carrera en una supervivencia exigente mucho más quien nada tiene que el rico más rico. Los recursos naturales para enfrentarse a la escasez son infinitamente superiores en un mendigo. En un colapso del capitalismo, África volvería a ser un paraíso. El reto no está en ponerle más kilos, más kilómetros, más dinero, más altura, más velocidad, más lo que sea donde sea, sino en poner menos conservando lo que nos beneficia, guardando lo que da calidad a la vida. La exigencia más remarcable no está en dejar espectaculares huellas y montones de mierda, en esto superaremos sin problema cualquier record posible, sino en borrarlas cuidadosamente con la estrategia impune que persigue el homicida. La sociedad adquirirá su madura perfección cuando aproveche la tecnología avanzada para dejar los mares intactos, la atmósfera pura, los ríos limpios, los paisajes naturales, una población contenida o sea un mundo en esplendor y no este desecho miserable a que nos abocan los sistemas especulativos. El éxito imposible por el que luchar es conseguir dejar la tierra como si ningún ser humano la hubiera pisado. Este si es el gran reto.

 Así luego, en este futuro imperfecto, cuando nos invadan los agresivos alienígenas especuladores de otros planetas contaremos con la ventaja de mantener nuestra superioridad oculta, perfectamente camuflada dentro de un variopinto mundo floreciente.

 Aunque no creo que los extraterrestres pierdan el tiempo en visitarnos, ni que la humanidad necesite de regresión alguna tipo el buen salvaje sino que deberíamos afanarnos en encontrar una sofisticada sabiduría que cuide la casa y despeje el futuro como la humanidad merece y necesita. A la mierda los manuales de esta ley de la selva que siempre nos supera.

2 comentarios:

M. Domínguez Senra dijo...

Apreciat Cerillo, aquest teu post té l'amplada d'una cosmogonia i m'ha apasionat el referent de les petjades dels dinosauris i els cucs.
Jo, per la meva banda precisament aquesta setmana, quan passava davant dels despatxos dels meus companys, com vitrines del Terràrium del zoo de Barcelona, vaig ser plenament conscient de què d'aquí 40 no quedaria res de nosaltres (o inclús abans, com és natural). No és que m'agafés el tedium vitae, no. Vaig anar a fer el que havia de fer fins i tot de més bona gana. Total, pel que em queda... Semblava el savi Nachiketas.
Una abraçada i felicitats pel post, que vindré a rellegir quan tingui més temps (i no em refereixo a aquests 40 anys!)

fgiucich dijo...

Totalmente de acuerdo: hagamos una pira de esos manuales arcaicos o modernos que nos atan y torturan. Abrazos.