22 junio 2008

Felicidad 2


Atrapados por la placidez que da la felicidad revolvemos cielo y tierra sin descanso, exprimimos los recursos de que disponemos con el implícito deseo de dar con las condiciones ideales para conseguirla, sin saber a ciencia cierta como se conquista ni que es lo que hemos de hacer para merecerla. Los momentos en que nos embarga la felicidad son suficientes para sucumbir golosos a su experiencia y, como cualquier adicto, desde entonces elaboramos con desigual fortuna, intricados sortilegios y delirantes estrategias para conseguirla.

¿Porque ando ahora enfrascado en batallas que considero perdidas?

Tropecé esta mañana con una cita del muy ilustre Don Miguel de Cervantes: “La peor locura es ver la vida tal como es y no como debería ser” Un romántico me dije. Aunque, buena felicidad da –consideré- aquel equilibrio que se consigue cuando crees que has desvelado, cuando pretendes haber encontrado las claves que descifran la realidad. Dura poco, pero también sé desde hace algún tiempo que lo efímero es consustancial de la vida.

El “estoy muy bien” debería ser suficiente, pero nunca lo es, y siempre condicionados en buscar este algo más, conseguimos que la intricada vida con impunidad nos zarandee. No atinamos luego, cuando podremos gozar de nuevo de los beneficiosos efectos que atribuimos a la felicidad. Por mucho que lo intentemos, a esta señora, siempre le da por aparecer sin previo aviso, por sorpresa y en cualquier momento.

Días tuve que consideré que la revelación, que el puro trance de saber daba la felicidad. Disponía pues de una teoría del conocimiento que respondía, no sé si a mis dudas o a mis inclementes deseos. Contestaba al caos que se cernía sobre mí con concluyentes razones que lo disipaban.

Elaboramos o encontramos en nuestro periplo vital, teorías, razones, fórmulas, citas, situaciones, que parecen ser la ajustada y definitiva respuesta o el principio fundamental donde solventar todas nuestras contradicciones. Son aquellos momentos en que nos negamos aceptar la fragilidad de las empresas que emprendemos, hasta el punto de llegar creer en fantasías como que, cosa tan efervescente y desequilibrante como suele ser el amor bastará para llenar de sentido nuestra vida. La maldita realidad nos aplasta luego con su devastadora crueldad, pero sin esta fe no conseguiríamos ganar el equilibrio ni el sosiego con que nos deleita la sutil armonía de los momentos felices.

Así es que hoy doy la razón al clarividente Cervantes y me apunto muy circunspecto a eludir, esforzando para distraer la objetividad, aquello que ocurre sin gusto ni remedio, y me abrazo con ilusión a la maravilla de lo que pienso que debería ser y será si me lo propongo con obstinación. Al fin, lo más relevante de la vida es la ilusión con que emprendemos la lucha para conseguir lo que con persistencia deseamos, aunque a veces resulte poco menos que imposible. Siempre con cuidado de que los deseos propuestos no deriven luego en situaciones de catástrofe.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Raro es que el deseo no acabe en catástrofe. Siempre dista tanto de la realidad.

M. Domínguez Senra dijo...

Por eso se titulaba el libro de Cernuda "La realidad y el deseo", dos sustantivos que en cuanto los colocamos juntos ya se ve que hasta pertenecen a ficciones diferentes, como le pasa al apóstol Santiago y la virgen del Pilar o a Winie the Pooh y Micky Mouse.
Saludos.

fgiucich dijo...

La ilusión, amigo, es esa bella compañera que te arrastra, más de una vez, al caos total. Abrazos.

manolotel dijo...

Haces bien en creer que esas cosas existen, aunque sea a través de las teorías de Cervantes (¡Ese gran visionario!) sobre la inconsistencia de la realidad, en mi opinión, nada empíricas (si es que eso prueba algo).

Otro día hablaremos sobre los riesgos calculados de la ilusión.

Me alegra saberte próximo a ese tipo de satisfacciones.

Un abrazo