17 mayo 2008

Un pollo singular




Sé que ando por ahí como un gallito sin, como suele suceder a menudo, ser conciente de ello. Lo sé, porqué he soportado, a lo largo de mi vida, repetidos comentarios en este sentido de gente a la que quiero.

Si, sé que ando por ahí como un pollo sin tener ningún motivo, así es que, si me aplico los criterios de igualdad que defiendo, ando en taimada contradicción con mis propios pensamientos. Aunque igual mí sobrada actitud chulesca, y así con descaro me absuelvo, se deba a que tengo fe en que me ampara la razón en sentimientos como la paridad humana y también, seguro, en otras muchas cuestiones. O sea, no tenemos remedio. No tengo remedio.

Nos asusta la soledad, la tememos, unos más que otros.

Unos más que otros buscamos con ahínco arrimarnos a nuestros semejantes. Todos con fruición deseamos este contacto que nos aplaca la soledad esencial que nos acucia.

No sería rubio ni moreno, si no hubiera rubios ni morenos, pues para construir la ilusión literaria de lo que somos, no nos toca otro remedio que basarnos en lo que comparando nos iguala y que luego, asumimos como propio.

Ya tengo bien claro que soy alto o bajo, blanco o negro, zurdo o diestro, guapo o feo, de sexo establecido canóniga o difusamente. Lo que sirve para identificarnos en cada apartado marca, sumado el conjunto, múltiples y variopintas diferencias. Así es que una cantidad ilimitada de parciales parecidos nos sirve sólidos seres distintos.

Demasiado claro lo tengo y me pesa ahora la conciencia de que soy un bicho único, sin parangón. Se me acrecienta el vacío y el consiguiente gusto paliativo por una ansiada compañía.

Andan por ahí sin descanso mis genes, dominantes o generosos, exigiendo identidades parecidas o en busca de afinidades consentidas.

Anda este hombre con su físico bien definido, con su genética a cuestas, huyendo de su temida soledad. Busca identidades parecidas o afinidades compartidas y esta deriva social debida a la óptima percepción de este buen remedio a la soledad, le crea, nos crea, necesidades afectivas.

Lo que fue igual por parecido y que luego se distinguió con la suma de semblanzas, resuelve de pronto buscar simpática compañía con la que aliviar el vacío de su específica singularidad. Esta asociación afectuosa resultó sin ningún tipo de duda sumamente efectiva. Sirve casualmente para superar mejor cualquier tipo de adversidad si no contamos la que genera la contradicción primera: seguimos siendo iguales y muy diferentes, y con este dilema nos encontramos constantemente, sin descanso, batallando solos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Entre mi mejor yo y mi peor yo, siempre estoy yo, el verdadero ser que soy, y que se busca para recordarse.

Siempre único, solo, pero creador de relaciones sin parangón.

Y puesto que seres esencialmente sociables, todos al encuentro del intercambio. Al fin y al cabo este escenario ha sido concebido para eso.

M. Domínguez Senra dijo...

Pasaba por aquí y veo que todo está en orden y claro. Aunque no lo parezca no encuentro nada tan interesante como las personas (singulares o no). Tengo que pasar mucho tiempo sola para poder aguantar bien la vida social, de la misma manera que supongo que hay gente que pasa mucho tiempo acompañada para soportarse a si misma. Otra limitación que tengo, además de mi parte de pollo o de leona, es que empiezo a disfrutar verdaderamente del trato cuando ha superado unos diez años de vida o quizás más. Las etapas preliminares cada vez me inspiran una mayor pereza, y terror los malentendidos y los sobreentendidos.
Saludos, Cerillo. Te recuerdo, Amanda.