24 mayo 2008

Bulas y equilibrios


Hablo de potes, de compartimientos, de casas, de laberintos subterráneos, sin percatarme que buceo en la esquizofrénica relación entre el libro de estilo con el que intentamos guardar el imprescindible equilibrio interior y la vida cotidiana, el día a día, la confrontación de nuestros principios con la vida doméstica. Hablo de la verdad y de su compañera de viaje, la realidad que, aunque manipulables como la arcilla, se convierten en sólidas, valga la redundancia, realidades o verdades cuando aparecen en el duro laborar de cada día. Nadie puede huir sin serio descalabro de los asuntos cotidianos que con pinta de intrascendentes son la esencia de vida.

Los Papas idearon unas bulas con la que los adinerados se saltaban a la torera aquellos pueriles sacrificios domésticos con que cargaron la Cuaresma. Los otros, los indigentes, ya ayunan todo el año y no comen carne nunca. Esto sí que es economía de mercado, se saca dinero de donde lo hay y se premia la continencia obligatoria de los desarrapados con cielos que no cuestan un duro y así todos contentos, la madre iglesia más.

Nosotros, que también nos creemos elegidos, en transida y constante especulación con la escurridiza armonía, autorizamos bulas sin cuento a los desajustes que a diario sufrimos. Y todavía mas, nos premiamos, de vez en cuando, con excepcionales licencias con las que nos saltamos las normas que previamente aceptamos y nos convertimos por un tiempo circunstancial y variable en un burro obcecado que sin traba alguna se deja llevar por los instintos más primarios. Contentos deberíamos estar si compungidos, nos abrazamos luego al manual que desautorizamos con nuestros actos. Que conste que soy de los que piensa que hay momentos en los que no se puede y quizás no se deba luchar contra aquel destino que nos incita el instinto, o los sentidos o lo que sea y que nos dicta contradictorios actos, contrariedades que empañan a menudo la sinceridad de nuestras buenas intenciones, si luego, como redención, somos capaces de encontrar en los desenfrenos ocasionales, el hilo para retomar luego con renovada voluntad el camino de lo honorable y lo positivo.

Educar instintos no es tarea fácil y ya se sabe que lo que cuesta magnifica luego su valor. Los instintos para que se afiancen en la magnanimidad necesitan de un abundante tiempo del que los egoísmos prescinden sin problema y que conste que pienso también que la generosidad es egoísta si contamos con la satisfacción que rentan actos sin evidente beneficio.

Vivir y penar, soñar y despertar, caer y levantarse, andar y desandar, flirtear con la maldad, con la bondad, con la mente, odiar, amar, todo adquiere realce cuando nuestros actos se contrastan con aquel ideal al que honestamente nos sometemos y se pierden sin ningún remedio en un magma sin sentido, en una alucinación sin retorno cuando despreciamos o no disponemos de referencias a las que amarrarnos después de nuestros seguros desvaríos.

2 comentarios:

fgiucich dijo...

Vivir dentro de las Normas Administrativas Internas que nos imponen, resulta muy aburrido. Por eso, mientras se pueda y te lo permitan, hay que largarse por caminos más divertidos y menos estructurados. Abrazos.

Susy dijo...

Pues sí,
cierto es que no se puede ni se debe ir contra la naturaleza pero, a veces, ir contra ella y sus instintos de forma razonable nos devuelve a la racionalidad y el bien actuar común.

Pues sí.