Lo que más me gustaba de la religión era la Biblia. Quedaba extasiado de lo que me contaban de aquella saga que se iniciaba con la creación mágica del universo y que proseguía en el paraíso con un doloroso e incomprensible episodio de pérdida. Un paraíso que ahora sé que no es más que un borroso recuerdo de la infancia del género humano al que me acojo sin remedio. Poco después de la espectacular creación narrada en el Génesis con gran despliegue de fantásticos poderes divinos aparece la sangre, el sudor y las lágrimas del pueblo. La Biblia se convierte en el entrecortado y recompuesto cuerpo de una narración, de raíces orales, de una buena parte de la historia de la humanidad traficada por los sacerdotes.
Hablo por hablar y siempre generalizando porqué este es nuestro estilo para la explicación fácil, motivo por el que nos quedamos demasiado a menudo en la superficie de las cosas, siempre y cuando entendamos las cosas como una aproximación a la realidad de lo que sentimos en el momento vivir y que guardamos en una instantánea y falsa sedimentación en el recuerdo.
Aquel paraíso se cruzó con el mío. La singularidad de la infancia consiste en que todo ocurre por primera vez lo que obliga a una atención constante. Las irremediables lagunas negociadas en aquellos tiempos precipitan luego océanos de dudas para el resto de la vida.
La iglesia católica, supongo que igual que todas las consagradas iglesias de todos los tiempos y todas la creencias, con el añadido de usos y costumbres familiares, de clan, de tribu, de nación o las ideas y manejos de cualquiera de las múltiples asociaciones humanas con tópicos intereses terrenales, tienen la tendencia, que a veces convierten en obligación prioritaria, de apuntar con sus dardos ideológicos a la fértil alma infantil. Todos siembran sin parar entrecruzando sus dispares leyendas en los sufridos niños con la intención de sedimentar creencias o mitos y preservar de paso, clientes, dominios o lo que sea en el futuro miembro honorario de la sociedad.
La mente infantil no está para discernir ni el alcance, ni la virtud, ni la procedencia de los relatos y crea un mundo propio, una Biblia particular a base de retazos de aquellos leyendas que desde tantos y variopintos orígenes germinan en su alma y más que la razón o el sentido común es la jerarquía, la insistencia o la presión social la que inclina a que prevalezcan unos mitos sobre otros. Sería muy curiosa, probablemente cómica y muy reveladora una narración académica relatando la cosmogonía de un niño.
Todo esto para decir que mientras la religión consistió en unos relatos que andaban parejos o mezclaban con la Caperucita, las brujas, Pinocho, los Reyes Magos de Oriente, la zarza ardiente, los personajes del TBO, el caldero de oro que señala el arco iris, la cigüeña que trae los niños de París, el coco y el ratoncito Pérez, los cuentos contados cerca de la estufa y un sin acabar de personajes buenos, malos, divertidos y peligrosos con cada una de sus interesantes anécdotas todo fue miel sobre hojuelas. La geografía de la infancia es un mundo hermoso, cruel y excitante inmerso como está en este desordenado batiburrillo de leyendas, lo que me anima a señalar y con esto ya termino, que las mezclas caóticas son el territorio más fértil para la vida. Espacios y tiempos donde no es necesario tener concierto, ni orden, ni siquiera los ojos abiertos sino unas buenas dosis de ilusión por explorar, conocer y vivir con intensidad, condición que es cruelmente atajada, atada y despedazada por la sabiduría. Virtud que para estos menesteres no sirve de una puta mierda.
Hablo por hablar y siempre generalizando porqué este es nuestro estilo para la explicación fácil, motivo por el que nos quedamos demasiado a menudo en la superficie de las cosas, siempre y cuando entendamos las cosas como una aproximación a la realidad de lo que sentimos en el momento vivir y que guardamos en una instantánea y falsa sedimentación en el recuerdo.
Aquel paraíso se cruzó con el mío. La singularidad de la infancia consiste en que todo ocurre por primera vez lo que obliga a una atención constante. Las irremediables lagunas negociadas en aquellos tiempos precipitan luego océanos de dudas para el resto de la vida.
La iglesia católica, supongo que igual que todas las consagradas iglesias de todos los tiempos y todas la creencias, con el añadido de usos y costumbres familiares, de clan, de tribu, de nación o las ideas y manejos de cualquiera de las múltiples asociaciones humanas con tópicos intereses terrenales, tienen la tendencia, que a veces convierten en obligación prioritaria, de apuntar con sus dardos ideológicos a la fértil alma infantil. Todos siembran sin parar entrecruzando sus dispares leyendas en los sufridos niños con la intención de sedimentar creencias o mitos y preservar de paso, clientes, dominios o lo que sea en el futuro miembro honorario de la sociedad.
La mente infantil no está para discernir ni el alcance, ni la virtud, ni la procedencia de los relatos y crea un mundo propio, una Biblia particular a base de retazos de aquellos leyendas que desde tantos y variopintos orígenes germinan en su alma y más que la razón o el sentido común es la jerarquía, la insistencia o la presión social la que inclina a que prevalezcan unos mitos sobre otros. Sería muy curiosa, probablemente cómica y muy reveladora una narración académica relatando la cosmogonía de un niño.
Todo esto para decir que mientras la religión consistió en unos relatos que andaban parejos o mezclaban con la Caperucita, las brujas, Pinocho, los Reyes Magos de Oriente, la zarza ardiente, los personajes del TBO, el caldero de oro que señala el arco iris, la cigüeña que trae los niños de París, el coco y el ratoncito Pérez, los cuentos contados cerca de la estufa y un sin acabar de personajes buenos, malos, divertidos y peligrosos con cada una de sus interesantes anécdotas todo fue miel sobre hojuelas. La geografía de la infancia es un mundo hermoso, cruel y excitante inmerso como está en este desordenado batiburrillo de leyendas, lo que me anima a señalar y con esto ya termino, que las mezclas caóticas son el territorio más fértil para la vida. Espacios y tiempos donde no es necesario tener concierto, ni orden, ni siquiera los ojos abiertos sino unas buenas dosis de ilusión por explorar, conocer y vivir con intensidad, condición que es cruelmente atajada, atada y despedazada por la sabiduría. Virtud que para estos menesteres no sirve de una puta mierda.
7 comentarios:
Ya hace tiempo que no me encuentro un ingenuo tal vez pretencioso de los que persiguen hacer la exégesis definitiva de los mitos del mundo mundial y presentarla en un cuadro sinóptico-hipnótico o en un libro de 23 páginas como lo es el tarot.
Estoy haciendo una lectura poética de la Biblia basada en "escenas" (por ejemplo la de Rut viuda recogiendo los granos de trigo que sus cuñados desechan adrede para que ella los pueda recoger, o la paloma que vuelve tras el diluvio con la ramita de olivo). Tengo que basarla en escenas porque no sé hebreo ni arameo ni griego. Apresar los significados aún es más disparatado que apropiarse las palabras.
Qué feliz y acertado su post, la mirada infantil que creo que es la que percibe mejor lo antiguo y lo viejo.
Ciertamente, hacerse mayor es como comer la manzana del paraíso y saber los secretos ocultos en las ilusiones, acabas expulsada de allí, claro.
Es que de niño nos han vendido y metido en la cabeza, cualquier cosa. Abrazos.
La infancia es una etapa maravillosa, porque aunque no es feliz y está atravezada por todas las corrientes dramáticas, tiene un sabiduría que luego perdemos, tiene apetito por conocer y capacidad de sorprenderse sin pudores.
De la melange de lecturas, de historias oídas, de conclusiones sobre la vida y la muerte que nos hacemos de chicos, surge el campo fecundo de lo que podríamos ser.
De lo que podríamos ser, si no nos pavimentaras con razón y buenas intenciones, lo que era barro creativo y manos de Miguel Angel.
Saludos
Precioso cuadro, Cerillo.
El texto: dichosos los que tuvimos cuentos en nuestros oídos... creo que casi todo es reparable si hemos aprendido a menejar historias.
Saludos
Usted dice a un cierto punto algo que me tocó hasta el fondo:
"La singularidad de la infancia consiste en que todo ocurre por primera vez lo que obliga a una atención constante. Las irremediables lagunas negociadas en aquellos tiempos precipitan luego océanos de dudas para el resto de la vida."
Y es cierto, sólo que no todos nos cruzamos con pequeños o grandes paraísos en la infancia. Algunos encontramos falsos paraísos, y cuando entendemos el engaño terminamos por desconectar la atención constante: para no sentir, para no sufrir. Las lagunas se vuelven océanos inmensos que fingimos no ver por años y en los que corremos el riesgo de ahogarnos si no nos despertamos.
En la búsqueda casi arqueológica de mi infancia, tratando de recuperar restos para ver si quedaba algo de vida por ahí, comencé a escribir un texto que se llama, precisamente, "Geografía de la infancia". La tarea es ardua, pero procede, sin duda me tomará mucho tiempo. Se me ocurrió ver qué cosas habían sido escritas al respecto y terminé por estos lares. Y recordé algunas de mis lecturas, mi relación con la Biblia, mi actual no-relación con la Iglesia, en fin, me di un viajecito de lo más interesante.
Lindo post.
Publicar un comentario