09 enero 2008

Los marcos


Todos hemos acusado, alguna vez, cierto desasosiego antes de empezar a hilar cualquier discurso. Como todo aquel que pretende elaborar un modelo que transmitir, a menudo me embarga respeto o temor al vacío, a quedar en blanco.

Para no enfrentarme directamente al papel cuando, sin mácula le percibo con un poder intimidador superior al que se le puede atribuir a su limitada presencia física, yo, que trabajo sin modelo en el que apoyarme, no tengo otro remedio que utilizar rituales azarosos en las primeras pinceladas, una mecánica muy distinta de la de aquel cuya personalidad no le permite licencias fuera de los objetivos perseguidos y que por esta causa elabora modelos con gran precisión desde la idea. El gasto en vértigo al vacío lo sufrirá, al concretar desde la nada.

Queda claro que el absoluto se presenta impenetrable y esta condición nos incomoda. Resulta luego que cualquier cosa se nos transforma en absoluto al pretenderla observar en plenitud, como las abrumadoras posibilidades de un papel en blanco antes de la primera pincelada. Entiendo que la realidad idealizada como la totalidad de lo que es, permite que la cosa más insignificante consiga con una atención suficiente, la condición de absoluto. Esto sin contar con aquello del pez que se muerde la cola: los extremos que se tocan o se alejan indefinidamente en función de la intención o la voluntad de la mirada.

Cuando me canso de divagar busco ser razonable y dispongo que lo absoluto es inabarcable como totalidad. Me acomodo luego sin problema a que, para poder entender algo se necesita de la ayuda de un límite. La clave para rascar, morder, traspasar el impenetrable absoluto consiste en hacer como si no existiera. Así es que, consideramos lo que vemos e ignoramos lo que queda fuera de foco. Lo que no vemos no existe. El problema es que cuando nos decidimos a hurgar, siempre sacamos algo y así nos atenaza la angustiosa sensación de que por más que profundicemos, sea cual sea el objeto de nuestra atención, nunca llegaremos a tocar fondo. Me consuela saber que sin estos trozos que birlamos a una realidad impenetrable y que amputamos de un todo, nada existiría ni tan solo como idea.

En el marco de una sincera autobiografía remarcaría mi general condición de vago y como cualquier simplificación que busque descubrir la realidad de un solo brochazo, miento. A la postre estas definiciones simples y contundentes nos dejan insatisfechos y doloridos cuando se refieren a nosotros. También mentiré, pero en menor grado, al ensanchar límites, cuando me acerque a los recuerdos a través de distintos marcos para intentar dibujar la realidad a través de múltiples facetas, sugerentes matices y diversidad de colores.

El límite de estos futuros marcos definitorios lo dictará como siempre el tedio, el cansancio o la oscuridad, cuando lo que intentamos desentrañar resulte incomprensible, cuando el relato no se deje ver, enseñar, entender, descubrir o lo que sea.

En el dibujo más o menos preciso de esta manipulable realidad pasada, aún enmarcada en la diversidad de múltiples cuadros elaborados desde distintas perspectivas, en esta insinuación autobiográfica que constantemente reelaboro, siempre resaltará una latente condición de vago.

5 comentarios:

manolotel dijo...

Está bien poner condiciones al lector y al autor, sobre todo cuando de la biogradía de uno mismo se trata. Sobre todo (y aun así) tiene mucho mérito en un vago confeso.

Creo que incluso parcial e inconclusa, incluso con algún maquillaje preventivo, estas memorias pueden alumbrar reflexiones interesantes que, anecdotario aparte, no dejarian de ser una interpolación de lo leido en forma de ideas a una cierta realidad (creo).

Procuraré ser un lector a la altura de las circunstancias.

M. Domínguez Senra dijo...

El arquero tiene que acertar en un punto (aunque hay tramposos que primero disparen su flecha y luego dibujen la diana). No sé si la diana vendría siendo un marco. Me temo que también hay "trampas" que son como anclajes por lo menos entre los que escriben. Y sin embargo la plenitud nos asaeta.

A veces, cuando la luna llena, dejo una hoja de papel blanco como una ofrenda o un espejo en mi mesa, cerca de la ventana. ¿Blanco?. ¿Verde? No sé, es una oscuridad pigmentada, un resplandor como de sanatorio. El 22 tenemos "la luna más clara del año" según el refranero, ya veré. Ahí, si sigo bien, estaré yo, con mi hoja de papel en blanco reflejando la luna, que es un reflejo.

Índigo dijo...

Me encanta, me encanta la pintura. Enhorabuena, es estupenda. Del texto no puedo decirte nada todavía. Voy de cabeza. Saluditos

fgiucich dijo...

Creo yo, que es imposible crear sin entrar en estas disquisiciones filosóficas previas que hacen que el alma se torne más sensible y la letra o el dibujo salgan como agua de cántaro. Abrazos.

Umma1 dijo...

Decís:
"El límite de estos futuros marcos definitorios lo dictará como siempre el tedio, el cansancio o la oscuridad"

y la emoción, mi querido Cerrillo?

Pretender el absoluto me parece tan disuasivo, que justifica y garantiza la vagancia ;)

Un abrazo

Ah... como siempre, me fascina tu prosa.