Convoqué al caos como recurso infructuoso para no quedar varado tras el surco de un arado. Discerní más tarde que no puedo evadir el escoger y esto limita y fija mi andadura, es en parte piedra. La piedra que observo quieta, escogida, no recuerdo, como pieza de jardín. Desde que fijó el orden su estructura mineral no estuvo siempre inmóvil en este viaje, que por culpa ajena, le arrastró desde su sedimentación al espacio acondicionado junto a un rosal. Cuando la tuve entre mis dedos, acariciada, me dio el equilibrio que nos regalan las cosas inanimadas cuando cobran la vida de las manos. Pensar en piedra, que es un orden aposentado, aunque no pare quieta y está como si sentidos tuviera: fría o cálida, húmeda o seca, brillante, oscura, aterciopelada ahora con el sol oblicuo de esta tarde de noviembre. Y sin contar con los viajes futuros que el azar le procurará, le espera el oscuro destino que junto con nuestros restos tiene forma de agujero negro. Baila el baile de la tierra que le arrastra el sol en su deriva hacia un centro galáctico que se atrae con otra galaxia cercana, de tal forma que todo se mueve, sin conocer otra referencia que no sea este punto indeterminado donde se originó el caos. Todo danza, nada para quieto. No tiene satisfacción ninguna el orden supremo.
De un bloque inmenso y sin fisuras, atemperado por la profundidad de su estancia, que no vio otra luz que la candente, un azar literario, un milagro le iluminó y fue acondicionada como sillar de palacio o mejor, mucho mejor, dintel, peldaño, capitel, friso. Esta piedra escogida por su ductilidad y lisura la hicieron imagen, figura, torso, pies, manos y cabeza de escultura. Sin variar su inanimada estructura mineral, de la solitaria soledad de su profundidad cósmica, adquiere vida en su pulida superficie. Se enamora de ella la frágil alma cándida que recrea vívidos deseos carnales en una piedra.
Perdió el sustento que miles de años la guardó y arrasó en su caída en aluvión mucha vida, una piedra grande y asesina.
De un bloque inmenso y sin fisuras, atemperado por la profundidad de su estancia, que no vio otra luz que la candente, un azar literario, un milagro le iluminó y fue acondicionada como sillar de palacio o mejor, mucho mejor, dintel, peldaño, capitel, friso. Esta piedra escogida por su ductilidad y lisura la hicieron imagen, figura, torso, pies, manos y cabeza de escultura. Sin variar su inanimada estructura mineral, de la solitaria soledad de su profundidad cósmica, adquiere vida en su pulida superficie. Se enamora de ella la frágil alma cándida que recrea vívidos deseos carnales en una piedra.
Perdió el sustento que miles de años la guardó y arrasó en su caída en aluvión mucha vida, una piedra grande y asesina.
3 comentarios:
Y le llamamos piedra a todo: al canto rodado, a la losa, al guijarro, al meteorito, al diamante y al pedernal, a la china, al escrúpulo, a la peña que se despeña, al escollo, a la piedra de que surgió la Venus que parece que se desmorona y a la piedra de que surgió y surge sin cesar la Niké alada del Louvre.
Que tenga usted muy buenas tardes.
A pesar de no extrañarme al leerle, tengo que reconocer que me he quedado sin respiración.
Muchas gracias
En lo inmóvil tal vez esté el extremo de la velocidad.
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