Como casi todos los de mi entorno ocupo buena parte del tiempo que dispongo en cuestiones que me importan un bledo, pero que se convierten en la parte más importante de nuestra imagen si atendemos a los varemos de común usados para establecer el perfil social. Hablando en plata, los trabajos de supervivencia que malqueremos se convierten en nuestra identificación primordial en sociedad. De esta condición es mi trabajo más gratificado.
Alguna vez, en horario de oficina, emulando mis años escolares, me voy por los cerros de Úbeda, cerros que visité hace bien poco en mis vacaciones por la provincia Jaén y que no desmerecen para nada su mitología. Pues bien, contradiciendo a mis profesores, algo de provecho puede encontrarse en estos cerros además de olivos. La mayoría de las veces estos paréntesis nos derivan hacia cotidianeidades más gratificantes, nos sirven como de estupefacientes para aliviarnos de la dura realidad, pero no es inusual caer, en estos estados de trance, en revelaciones luminosas o en parajes absurdos. La cuestión es que, algunas veces, tomo escueta nota de algún desvarío enlazado a bote pronto durante estos lapsus y luego cuando pasado un tiempo releo lo escrito sucede que no encuentro donde se esconde su interés.
Hace muchos días anoté un escueto “idealizamos una óptima vida”. En ninguna relectura de la susodicha frasecita desde su alumbramiento le encontré gracia alguna. Hoy me da, sin haber dado con la luz que la inspiró, el hurgarla, y pienso que su significado más evidente, la necesidad que todos tenemos de creer en un futuro halagüeño, no la define tanto como la de estar en los cerros de Úbeda, que es vivir en un estado ideal que no se ajusta con la realidad pero que sirve para mantener en alto el optimismo positivista de nuestras vidas. Cuando bajamos o nos bajan de los cerros de Úbeda y la realidad se impone, parece de pronto que todo se va a ir al garete. Estos momentos de lucidez no dejan de ser otro paréntesis antes de volver a encaramarnos felices en los cerros de nuestros sueños.
Alguna vez, en horario de oficina, emulando mis años escolares, me voy por los cerros de Úbeda, cerros que visité hace bien poco en mis vacaciones por la provincia Jaén y que no desmerecen para nada su mitología. Pues bien, contradiciendo a mis profesores, algo de provecho puede encontrarse en estos cerros además de olivos. La mayoría de las veces estos paréntesis nos derivan hacia cotidianeidades más gratificantes, nos sirven como de estupefacientes para aliviarnos de la dura realidad, pero no es inusual caer, en estos estados de trance, en revelaciones luminosas o en parajes absurdos. La cuestión es que, algunas veces, tomo escueta nota de algún desvarío enlazado a bote pronto durante estos lapsus y luego cuando pasado un tiempo releo lo escrito sucede que no encuentro donde se esconde su interés.
Hace muchos días anoté un escueto “idealizamos una óptima vida”. En ninguna relectura de la susodicha frasecita desde su alumbramiento le encontré gracia alguna. Hoy me da, sin haber dado con la luz que la inspiró, el hurgarla, y pienso que su significado más evidente, la necesidad que todos tenemos de creer en un futuro halagüeño, no la define tanto como la de estar en los cerros de Úbeda, que es vivir en un estado ideal que no se ajusta con la realidad pero que sirve para mantener en alto el optimismo positivista de nuestras vidas. Cuando bajamos o nos bajan de los cerros de Úbeda y la realidad se impone, parece de pronto que todo se va a ir al garete. Estos momentos de lucidez no dejan de ser otro paréntesis antes de volver a encaramarnos felices en los cerros de nuestros sueños.
5 comentarios:
Yo tengo esos lapsus en el duermevela, o cuando estoy algo fumada, o cuando voy en el metro, sin más.
Memorizo, escribo, releo, y a veces, sí, y a veces no... :))
Yo soy un apasionado de todos los cerros de Úbeda. Sou cerroubetense.
Cantaba Antonio Machado:
"Cerca de Úbeda la grande
cuyos cerros nadie verá,
me iba siguiendo la luna
sobre el olivar".
Y sin verlos, los habitamos.
Es un mal extendido, me parece, o un bien. Creo que no hay, ahora que lo pienso, mejor droga que esa, pues con la práctica llega uno a establecerse definitivamente en esos afamados cerros y ya es difícil sacarnos de ahí. Los momentos de lucidez, que también los hay, como hay momentos de mala suerte, se torean como pueden. Llamémosles neuras o fobias, hipocondrías, en fin, lo que más nos convenza, todo menos lucidez.
Y además que nos quiten lo bailado, da igual si el baile es soñado o no.
¿Has pintado un beso?
Esta pintura marca alguna distancia con las que venías colgando. Me gusta más que las anteriores.
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