16 septiembre 2008

Desvaríos

  

Pensar es vivir en otro mundo. Las palabras enloquecen en este desierto que machacón propone sin control. 

Pensaba pues, irreflexivo, que la verdad tiene su sentido profundo en lo oculto, en lo que no se deja ver. Pienso mientras de refilón me repaso el ombligo, que tras la verdad se encuentra el caos percibido a través de espejos o sombras, así como entreveo mi  barriga, de pasada, poco antes de entrar en la ducha. Pienso que damos por buenos los reflejos, los afeites, los velos con que camuflamos nuestros defectos, conjurado todo el mundo en ver solo lo que queremos. 

Me relacioné por afinidad, por roce, por el gusto de quien me sorprendía, o por quien me divierte y también, sin razón, atraído por químicas enloquecidas. Luego, la afinidad, la sorpresa, la diversión o la química se desvanecen y el engaño se muestra desnudo aunque la fidelidad permite que muchas vinculaciones sigan. Decido mientras me froto con energía la espalda con la toalla, que la gente con la que te relacionas la acabas queriendo más por sus defectos que por sus escurridizas virtudes. Pienso de que ni el tiempo, que descubre sin misericordia cualquier enredo, puede erosionar la ciega y apasionada mirada con que distinguimos a los que queremos.

 Este puede ser el esfuerzo primero, recomponer cierta inocencia en la mirada que permita creer la realidad de los efectos y otro, volver a asumir que cada segundo es eterno

 Me aburro. Podría incluso decir que hasta la angustia que tan mal sobrellevo me produce hastío. Cada día que pasa se pone más difícil, perdido el punto de voluntad suficiente, caer en los efectos chispeantes que alelan la vida con banales obcecaciones que regalan de propina el no enterarte de nada. Siento extinguirse, el gusto de saltar electrocutado de una a otra ligera obsesión hasta caer agotado de placentera actividad. La felicidad anda por parajes elementales para los que en principio no ambicionamos nada, pero la mente es frágil y pide siempre contradictorias compensaciones. Le cojo pues inquina al tiempo que anda midiendo en falso lo que deben durar los afectos. Tiempo que, cuando nos va bien, conjuramos para que nos duren con profusión y que el mismo tiempo, sin variaciones cualitativas que constatar, se ocupa en deteriorar hasta lo insoportable, y anhelamos que el cambio al que accedemos gozosos después de acabar con lo que nos oprimía sea otra vez eterno, como nosotros mismos, patológicamente enseñoreados con engaños parecidos.

Me veo en la obligación de reconquistar, mal que me pese, la fe en la eternidad de lo que cambia a cada momento, de admitir la solvencia y la certeza de lo que sólo son bambalinas, de rogar que mi desierto se conforme con lo incierto y el argumento incuestionable que me permito presentar es que el espectáculo lo es todo, que sólo hay eso. Aunque siempre busque razones que amparen la necesidad de no propasarse en la virtualidad extrema, pues la nada, me parece, insostenible.

4 comentarios:

M. Domínguez Senra dijo...

A veces me pregunto qué es peor, el aburrimiento o la ansiedad. Creo que es el aburrimiento, porque no tiene fácil remedio.
Espléndido post donde no dormirse.

Índigo dijo...

Filosófica entrada, Cerillo.

fgiucich dijo...

Siempre pensé que es preferible el caos a la nada. El tembladeral del caos nos enseña que estamos vivos. El silencio de la nada es el precipicio final. Abrazos.

Erranteazul dijo...

La inocencia, Cerillo, no la pierdas please. Aún pienso que volverás. Dónde está Rodrigo?