22 abril 2008

En el refugio o en la intemperie


Parece que tenemos dos potes en el cerebro, uno analítico y serio, y otro emocional y desparramado, pero de hecho sé que conviven en el mismo tarro.
Este tipo de paridas que sin ser mentira tampoco son verdades me vencen, así es que me permito seguir con el mismo cuento. Cuidamos de cultivar una suerte de parcelas que nos sirven para uso cotidiano y mientras, también alimentamos, sin solución de continuidad, parajes singulares desde donde elaboramos mitología. Luego todo se nos divide en una marabunta de apartados que visitamos como relámpagos. En estas divisiones de no acabar hay de todo y es usual que algunas se contradigan. Son como casas distintas y sin ser muy conscientes de ello, actuamos de manera distinta según sea el caso, el momento, el lugar o las personas con las que establecemos relación. Así pues en una casa aseguramos con absoluta seriedad y convicción lo que desde otra no podríamos defender. Para que esta radicalidad no nos venza guardamos espacios donde nos paramos a meditar, lugares que vienen a ser como la calle de en medio o cuando disponemos de tiempo para reflexionar, de un tipo de espacios que conservamos sin urbanizar. Estos parajes singulares reservados a una ilusión de objetividad, solo los podemos habitar en determinados momentos pues son un no vivir y es que sin casa es como que no puede ser. El cerebro no se habitúa a la intemperie y construye sin remedio casa que le proteja. A pesar de vivir comúnmente a resguardo en este laberíntico interior compartimentado de casas, la calle esta muy transitada pues a menudo a cambiamos de casa. De un razonamiento a otro, en un suspiro nos acomodamos a otra distinta y quedamos tan panchos. Esta es la gran paradoja que soportamos, la de ser seres contradictorios, muy distintos si nos contemplamos desde una desapasionada observación analítica o cumpliendo con aquellos deberes cotidianos personales y colectivos ineludibles para sobrevivir o cuando nos encontramos afectados por pasiones que nos ciegan de cualquier objetividad que no sea la de satisfacer los deseos que nos dictan los excitados instintos.

A mí me gustan estos parajes objetivos desde donde intentamos reflexionar desapasionadamente sobre nosotros mismos o sobre la sociedad o sobre los mitos o sobre cualquier materia que nos afecte o interese. Son desabridos y secos y como menos al abrigo de construcciones defensivas estén, mejores son para elaborar los conceptos con que alimentar luego el futuro y el progreso de nosotros mismos. Es como ir de acampada, son lugares incómodos, duros y agotadores pero de una gran belleza, con aire puro para respirar, vivificantes y enérgicos y si por un casual se da el caso de que entras en comunión con el todo, la gratificante sensación de plenitud es extrema, allá se pueden encontrar estas inexplicables esperiencias que sirven para creer en algo sin dejar luego de creer en nada

Pero la intemperie es la intemperie y cuando el tiempo no acompaña, cuando se desatan las fuerzas incontrolables de la hostil naturaleza, nos encontramos sufriendo a pecho descubierto embates que nos pueden empujar hasta el mismo borde del abismo. Aunque si vences, si sobrevives, es el mismo agujero el que se retira, es el abismo el que se aparta servil unos cuantos metros.

1 comentario:

fgiucich dijo...

Es sorprendente darse cuenta de la cantidad de personalidades que habitan en nosotros, desde el ser reflexivo, pensante, hasta el lanzado , audaz y, tantas veces, irresponsables. Por ello es necesario, primero, saber convivir con nosotros mismos. Abrazos.