La melancolía nace con el recuerdo, también como proyección fatalista del futuro y si de algo sirve, si es que sirve de algo es de contraste para que la felicidad brille con más intensidad, por este motivo tiene en la adolescencia un dulce y enfermizo sabor. Un desmemoriado como yo, aun recuerda, que a los dieciocho años escribía en un plomizo diario adolescente por fortuna extraviado, que la chica de la que andaba enamorado había llegado a mi vida irremediablemente tarde. El dulce sabor de la tristeza por un amor que pretendía inalcanzable me embargaba de dolor y añoranza al no poder satisfacer tan anhelada felicidad. Craso error de bulto en esta apreciación desolada, pues este tipo de emociones son el caldo de cultivo ideal para que arraigue el optimista fuego del amor con su consecuente estallido de locuras, plenitudes y desdichas. Sin el correspondiente pesimismo el optimista pierde el picante contraste que da la explosiva alegría de cuando se consigue lo que con tristeza se daba por perdido.
El optimismo es la fuerza que nos impulsa a vivir, a superar todo tipo de adversidades. Es la flor que enraíza en la piedra o las bacterias que viven en las aguas ácidas de Riotinto. El optimismo es capital imprescindible y fundamental para la vida y como todo capital debemos cuidarlo con mimo para que no pierda valor. El optimismo se trabaja, se busca si es necesario debajo de las piedras como agua de mayo. Es un capital social irrenunciable, pues el optimista arrastra con su confianza no solo su propio destino sino la vida de los que le rodean. El optimista es como un imán al que todos nos arrimamos aunque sea poco razonable porqué celebramos gustosos las veces que, con su fe, dobla las rodillas a la razón.
Es por todo esto que me satisface y celebro el comentario de Gallardón a cuenta de los contrincantes de su mismo partido que presuntamente le vencieron recientemente: “Triunfó Doña Cuaresma, la del gesto agrio y la estricta conducta”. Frase que me reafirma en la convicción de que no debería estar permitido que sea la melancolía, el catastrofismo, las predicciones fatalistas, argumentos válidos para hacer política ni desde el gobierno ni en la oposición. De la misma manera que nos arrimamos en la vida cotidiana a los constructivos optimistas deberíamos exigir a todos los políticos que sean positivos.
Aprovecho esta reflexión para hablar de la institucionalización de una melancolía que sienta sus reales en muchas religiones, la religión católica como primera inductora. Desde muy pequeño tuve la sensación de que curas, frailes y monjas eran pájaros de mal agüero. Como chico melancólico intuía que no me convenían derivas más extremas que las que ya padecía motu propio. Mi parte optimista reclamaba dudar de sus oscuras manifestaciones y así paré consciente atención de que frailes y curas se movían a sus anchas, eran tristemente felices en tiempos de cuaresmas y semanas santas, que si de ellos dependiera todo el año seria de penitencia, que su bandera es la tristeza, el temor y la oscuridad por mucho que luego prediquen luz, amor y vida. Y así siguen, capitalizando predicciones desgraciadas, impregnando de resquemor todo aquel que queda prendado de sus malévolas artes.
Deberíamos luchar para que no nos depriman el presente los que nos atosigan con tormentas del pasado, del futuro y hasta de los más ocultos pensamientos.
El optimismo es la fuerza que nos impulsa a vivir, a superar todo tipo de adversidades. Es la flor que enraíza en la piedra o las bacterias que viven en las aguas ácidas de Riotinto. El optimismo es capital imprescindible y fundamental para la vida y como todo capital debemos cuidarlo con mimo para que no pierda valor. El optimismo se trabaja, se busca si es necesario debajo de las piedras como agua de mayo. Es un capital social irrenunciable, pues el optimista arrastra con su confianza no solo su propio destino sino la vida de los que le rodean. El optimista es como un imán al que todos nos arrimamos aunque sea poco razonable porqué celebramos gustosos las veces que, con su fe, dobla las rodillas a la razón.
Es por todo esto que me satisface y celebro el comentario de Gallardón a cuenta de los contrincantes de su mismo partido que presuntamente le vencieron recientemente: “Triunfó Doña Cuaresma, la del gesto agrio y la estricta conducta”. Frase que me reafirma en la convicción de que no debería estar permitido que sea la melancolía, el catastrofismo, las predicciones fatalistas, argumentos válidos para hacer política ni desde el gobierno ni en la oposición. De la misma manera que nos arrimamos en la vida cotidiana a los constructivos optimistas deberíamos exigir a todos los políticos que sean positivos.
Aprovecho esta reflexión para hablar de la institucionalización de una melancolía que sienta sus reales en muchas religiones, la religión católica como primera inductora. Desde muy pequeño tuve la sensación de que curas, frailes y monjas eran pájaros de mal agüero. Como chico melancólico intuía que no me convenían derivas más extremas que las que ya padecía motu propio. Mi parte optimista reclamaba dudar de sus oscuras manifestaciones y así paré consciente atención de que frailes y curas se movían a sus anchas, eran tristemente felices en tiempos de cuaresmas y semanas santas, que si de ellos dependiera todo el año seria de penitencia, que su bandera es la tristeza, el temor y la oscuridad por mucho que luego prediquen luz, amor y vida. Y así siguen, capitalizando predicciones desgraciadas, impregnando de resquemor todo aquel que queda prendado de sus malévolas artes.
Deberíamos luchar para que no nos depriman el presente los que nos atosigan con tormentas del pasado, del futuro y hasta de los más ocultos pensamientos.
5 comentarios:
Jajajja, me recordaste una anécdota de mi madre.
Hace mucho, muchas décadas atrás, acá, no sé si allá también, se decía que encontrar a un cura de frente daba mala suerte.
Mi madre, era muy jovencita, topó con uno, y con disimulo sacó el llavero del bolso, porque tocar metal o llave, contrarrestraba el mal influjo.
Pero el cura la vio, y cuando pasaron uno al lado del otro, se llevó la mano atrás y le djo:
- Cuando veo a una puta me toco el culo...-
Mi madre se quedó apichonada, más mortificada por haberlo herido, que porque la hubiera tratado de puta...jajajja
Cuando lo contaba, decía: "eso por mal educada y supersticiosa".
Un abrazo y buen fin de semana
Que curioso!. Mi abuela comentaba siempre una historia similar a la de Umma, solo que el cura en lugar de tocarse el culo le mostró el crucifijo que llevaba diciéndole "Toque, Sra. toque"...
En fin, hay de todo y para todos...
Por ejemplo yo. Desde los 5 años y hasta los 18 estudié en el Salesiano San José de Rosario, y unos de los pilares que sostenían los curas de esta congragación era justamente el optimismo. Eran cuatro los pilares... optimismo, alegría, dinamismo, y el cuarto no lo recuerdo vaya a saber uno porque será. Pero lo cierto es que en esa época de mi vida puedo asegurar que viví en ese clima agradable que el optimismo provoca, no sé si por lo enseñado por los curas, o por ser algo inherente a la niñez y la adolescencia.
Luego comencé mis estudios universitarios en U.C.A dirigida por otra congragación, los Hermanos La Salle, y la cosa cambió. O tal vez yo cambié la manera de ver las cosas. A veces es uno mismo el que se va imponiendo sus propias penitencias, que nada tienen que ver con religiones. La vida, el mundo, te hacen cambiar el punto de fuga... y entonces dibujás o pintás en tonos grises. Por suerte, creo, en la paleta siguen estando los increibles colores que solo puede ver el optimista.
( Tome esto como una auténtica confesión , Rvdo. Cerillo )
Saludos.
Que curioso!. Mi abuela comentaba siempre una historia similar a la de Umma, solo que el cura en lugar de tocarse el culo le mostró el crucifijo que llevaba diciéndole "Toque, Sra. toque"...
En fin, hay de todo y para todos...
Por ejemplo yo. Desde los 5 años y hasta los 18 estudié en el Salesiano San José de Rosario, y unos de los pilares que sostenían los curas de esta congragación era justamente el optimismo. Eran cuatro los pilares... optimismo, alegría, dinamismo, y el cuarto no lo recuerdo vaya a saber uno porque será. Pero lo cierto es que en esa época de mi vida puedo asegurar que viví en ese clima agradable que el optimismo provoca, no sé si por lo enseñado por los curas, o por ser algo inherente a la niñez y la adolescencia.
Luego comencé mis estudios universitarios en U.C.A dirigida por otra congragación, los Hermanos La Salle, y la cosa cambió. O tal vez yo cambié la manera de ver las cosas. A veces es uno mismo el que se va imponiendo sus propias penitencias, que nada tienen que ver con religiones. La vida, el mundo, te hacen cambiar el punto de fuga... y entonces dibujás o pintás en tonos grises. Por suerte, creo, en la paleta siguen estando los increibles colores que solo puede ver el optimista.
( Tome esto como una auténtica confesión , Rvdo. Cerillo )
Saludos.
Vaya, yo no tengo ninguna anécdota de curas, a no ser que se acepte la de uno que me tocó el culo. Digamos que se arrimó. Le enseñé los dientes como hacen los perros (había demasiada gente para darle una patada en los huevos) y me dijo "Brava como tu tía". Entonces, me lo puso tan a huevo (perdón por lo repetitiva) que le hube de decir: "¿A mi tía también se le arrimó?".
Me encantó el post, el optimismo y los comentarios. Ojalá hubiera más politicos como Gallardón. Se echa de menos hasta a Alfonso Guerra cuando se ponía como una pescatera escocida en época electoral.
Saludos a todos.
Tienes razón: el optimismo se aprende, se trabaja, se perfecciona y luego se disfruta: da réditos.
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