16 agosto 2007

A vueltas con la verdad


No consigo prescindir de la curiosidad que me inclina a indagar algún origen del porqué resulta la verdad trascendente. No es, lo sé, una obsesión de particular rareza. Pero el caso es que los caminos trillados no facilitan, la mayoría de las veces, encontrar el antídoto que libere de estos encantamientos sino más bien todo lo contrario. Quedé varado en la verdad como antes lo estuve de otras pesquisas. Ahora bien, para mi consuelo, la verdad es a su pesar sólo una palabra y todas las palabras en su momento, es seguro que significaron algo concreto, luego ya se sabe, con el tiempo todo se retuerce sin remedio.

Como ingenuo ejercicio de saber, que entiendo como ver. Para mirar de ver en verdad, es imprescindible obligar a toda nuestra atención, pues sin ella no se alcanza a saber lo que no sea regalo de otras atenciones anteriores. La atención pues al mirar tiene que atender no solo en lo que es nuevo y por lo tanto curioso y de fácil interés sino en lo que queda oculto en hábito o forma hasta verlo como nuevo.

No creo que las palabras primeras definieran conceptos y si que fueron cosas concretas. El peligro existe antes que el miedo. No podemos bautizar el miedo sin pronunciar antes peligro. La importancia de lo real en el significado de la palabra no es una cuestión de pureza lingüística, un adorno estético sino una herramienta vital de supervivencia. Las palabras están obligadas en origen a ser el guardián de lo cierto. Las primeras palabras tienen por naturaleza que ser precisas y ciertas, deben ser la verdad de lo que proponen pues nacen por utilidad.

Y la paradoja es, creo, que lo divino de la verdad tenga que ver con lo erróneo. La capital trascendencia que la verdad exige a cada primera palabra le extrema su valor y más aún cuando la experiencia descubre luego, una palpable incapacidad de mantenerla.

Apuesto a que la primera palabra fue comida y que la segunda fue peligro. Son dos palabras útiles que pudieron abrir un nuevo horizonte para optimizar la supervivencia usándose como reflejo de la realidad. La formulación de la palabra tuvo forzosamente que ir unida a la verdad pues gritaba el hombre comida o peligro cuando veía comida o acosaba el depredador y en esto no hay magia alguna. La magia empieza cuando el hombre se aventura a señalar un lugar anunciando comida o peligro antes de que su evidencia lo confirme y cuando la aseveración no se cumple inflinge un castigo al sentido radical que protegía la palabra. Cuando la verdad se desvanece, su necesidad se vuelve mágica y por lo tanto divina, porque su defecto pone en peligro la vida en sentido literal. O sea que la verdad va intrínsicamente unida a lo real en su acepción de la totalidad de lo que es. Pero ¿a quien importa otra realidad que no sea la que nos sustenta? Mucho más cuando la precisión y verdad de lo que las palabras concertaban aumentaba la supervivencia en situaciones de riesgo asumidas en parte gracias a la garantía que su información les procuraba. Los errores cuestan muertes. Los brujos debieron aparecer con estos errores de apreciación; investidos de protectores y generadores de la verdad cuando las palabras incumplen lo predicado; la divinidad surge con la debilidad de las certezas. Así aparece lo mágico, lo divino, pues de la verdad real depende comer y salvaguardar la vida de los peligros. Así la verdad es confirmación de la realidad, y esta da sentido a las primeras palabras. Con las dudas es cuando la verdad pierde su condición de infalible y gana el halo trascendente.

El impulso de la verdad en cada palabra y la necesidad ineludible de atenta perfección para poseerla que hoy buscamos oculta en enmarañados cultos, conciencias, leyendas, en montones infinitos de palabras, tienen que ver con su capital valor para la vida y la muerte, tiene que ver con el rigor que se le reclamaba cuando la supervivencia soportaba una fragilidad extrema, todo esto que desapareció engullido por el progreso y la comodidad que de su precisión deriva.

Me crece la sensación de que a medida que la civilización se vuelve más compleja, la verdad, que no es más que nuestro contacto con lo real, con lo próximo, se aleja y entiendo que esta asimetría puede llegar a tener efectos nocivos.

2 comentarios:

M dijo...

Cerrillo,

Creo que estamos cerca de todo, menos de la verdad. Que este es un mundo dónde todo queda a un vuelo, pero somos incapaces de afrontarnos con realidad.

Todos.

Es la mentira un bien social, por eso hablamos de mentiras piadosas, de verdades a medias, de excusas....Como si fueran necesarias.

Aprendemos a mentir con la palabra, lo llamamos eufemismo...

Cada dia soy más partidaria de la verdad, cruda y desatada, me da igual. Es la unica herramienta que encuentro con capacidad para validar todas las acciones, acertadas o no, propias y ajenas.

Si la primera palabra fue "comida", y la segunda "peligro", espero que la tercera fuera "ven", imprescindible acortar distancias para dejar de ser gregarios.

Un saludo,
Hilda

manolotel dijo...

La palabra y la verdad, en un remoto origen, quizás hasta que el animal se convirtió en hombre, es muy posible que efectivamente se correspondieran fielmente. A partir del momento en que un animal dijera "comida" o "peligro" y otro dijera "no" y se instalara la duda como cuarta palabra y la "elección" como quinta, la verdad dejó de reflejar una realidad universal y por tanto "útil" para pasar a ser "utilizable", es decir una condición maleable y relativa. En definitiva, un acto de fe (religiosa, familiar, social, política -o poética-, médica etc).

El famoso sentido común, bajo este aspecto, sería una herramienta a utilizar dentro de un sistema de valores determinado e incluso las matemáticas una utopía restringida a su própio lenguaje.

Yo creo que hay dos escuelas de pensamiento (al menos). La que dice que la verdad solo puede ser una (generalmente la propia) y la que dice que la verdad es un prisma de multiples facetas del que solo vemos la que se nos revela a través y según del foco de luz esté localizado.