10 septiembre 2011

La realidad

La realidad es punzante presente, es embriagadora, inconsciente e inaprensible ventana de lo verdadero. La conciencia, por el contrario, es reciclada memoria o proyección de lo que queremos que ocurra. Instalados en lo instantáneo saboreamos la eternidad, pero recordar nos condena. Confirmamos, como elementales dioses que somos, señalando piedra, vegetal o andante bicho con simples nombres lo que son, interminables cadenas de recuerdos insondables. Vegetales y bichos que traspasaron el tiempo a base de repetir con innumerables y desiguales copias un primitivo e incomprensible hálito, pulsión o misterio. La señora conciencia es entrañable mientras la realidad es epitelial, pura y dura superficie. No conformes con la simple realidad, intentamos aprehenderla y con la ilusión de conquistar sus esencias nos adentramos en el laberinto del tiempo y la memoria. Lo que trajinamos con la mente se vuelve fantasioso y el interminable fracaso de nuestro empeño lejos de arrendarnos nos lanza a nuevas y laberínticas búsquedas que nos alejan incomprensiblemente de lo que, al sentir, cumple con todo.


Fijar es nuestra obsesión hasta tal punto que nos dedicamos exclusivamente a ello y cuando, por desgracia, se derrumban a nuestro alrededor las virtuales construcciones que minuciosamente elaboramos, buscamos aunque no exista, firme sustento que nos valide, que nos ayude a seguir viviendo y es por ahí donde anclan nuestros dioses, sea lo que sea en lo que acabamos creyendo sin dudar. Sin entorpecedoras conclusiones, pienso que nuestros delirios en poco o en nada modifican la realidad pero conforman con eficacia lo que percibimos, así es que estamos obligados a andarnos con tiento, somos víctimas que no verdugos como a veces creemos, y elegimos más bien poco de nuestro destino por más que apreciemos que lo podemos modificar.


El delirio de pensar siguiendo impenetrables laberintos, es otra manera de vivir que se independizó poco a poco de la dictadura de la realidad. El cerebro que funcionó para sobrevivir se empezó a utilizar para usos tangenciales como, justificar el tránsito, conjurar abismos o proteger el deseo de las penurias y así lo que se desarrolló para adaptarse al acoso del presente, adquirió naturaleza propia enlazando con el pasado y el futuro. El lenguaje encontró en los signos un inicio de fijación que sirvió para disgregarse en los múltiples metalenguajes y las variadas simbologías que cada nuevo caso necesita.


A los estúpidos dioses se nos reventó el laboratorio sin comerlo ni beberlo. Pienso, igual que escoba que carga el diablo, que nada es elemental aunque lo parezca. La acrobacia de simplificar absolutos con la absurda concreción de darles un nombre demuestra que se necesita bien poco, casi nada, para empezar un buen lío. Quien dispuso conocer que uno es uno y todos los demás eran otros, no hizo más que concretar lo que las leyes físicas cumplen desde la más ínfima partícula, digo yo, que si estoy equivocado no importa, que el error puede ser fuente de azarosa inspiración.


Uno dijo: estoy yo y los otros, y otro mas listo, o mas aburrido, o por error, distinguió a su interlocutor, o a su amor, o a su enemigo recalcitrante y este específico otro fue el dos. Así la distinción elemental de uno, dos y los otros adquirió carta de naturaleza matemática. Será la ambición, o la necesidad de ordenar lo que resulta caótico, o la felicidad de saber que los de mi clan son cinco como los dedos de una mano, o lo práctico que resulta numerar para optimizar cualquier actividad que con este inicio y la suma de aportaciones cada vez más complejas, provocó que el desarrollo de lo que se aprendió en un instante glorioso, ahora muy pocos o nadie domine. Carga el diablo con bala la escoba y los lenguajes se multiplican incomprensibles para sus propios creadores, pero los derrotados dioses no pierden nunca la fe pues aprendieron a leer, a intuir que todo el universo no es mas que un inmenso conglomerado de signos que con infinita suerte y inagotable paciencia se puede llegar a descifrar. La pregunta del millón es: ¿para que?


El destino, pienso en el destino que por intuido preferimos desconocer alimentados por la fe de que todo es posible, la intranquilidad, la insatisfacción, el gusto por las rarezas que señalamos como espectáculo, los constantes desequilibrios que padecemos, la misma saturación o el aburrimiento, la locura o el delirio, o el simple hecho de que no podemos estar quietos y ahora, descifrar signos de cualquier especie, la huida hacia adelante del acoso del tiempo, el mismo y constante movimiento que lima, tropieza, rompe o transforma cualquier objeto, la amalgama de todo ello buscando aire para ser, para existir, todo ello más el infinito que no alcanzo y desconozco… me inclina a menudo a desear dejar de pensar y cumplir solo con el gozo de vivir en el delirio epitelial de lo que, por superficial, ahora mismo, en este instante, valoro como lo más preciado, delicia de lo que es fungible, de lo que no puede ser más frágil y delicado.


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