16 septiembre 2011

La fe entre otras cosas


Como de costumbre, divago. No tengo otro remedio, que me exonera de los desvaríos en que incurro, mis pobres conocimientos. La información enciclopédica me apabulla así que tiro de lo que, sin trabajo fue quedando: una colección de anécdotas manipuladas por embarullados intereses. Siempre me ronda el machacón: vete a saber porqué esto es así y no de otra manera, propio de los ignorantes.

Entre sueños, después de comer, oigo en la tontorrona tele una alucinante historia de unos primitivos artrópodos. Una voz relata, con cadente monotonía, la explosión de vida del Cámbrico, de cuando, según cuentan, aparecieron unos miles de nuevos y espectaculares bichos que el documental recrea en la televisión; miro de reojo; en forma de cinematográfico parque Jurásico alimentado con bichos de aquel período: unos monstruos de cuerpo duro, quitinoso y articulado que algún avispado director de ciencia ficción podría aprovechar para darles cancha de alienígenas peligrosos en alguna cinta de disparates extraterrestres, lo que me provoca meditar, que no hay peor monstruo en cualquier mitología que los que matan hombres, de los que ahora, ciertamente, nos van quedando más bien pocos, así es que, nos los inventamos o mejor dicho, se los inventan. Culpo en parte de la escasez de monstruos, a las lecciones que nos sueltan los documentales que explotan hasta el hastío la vida salvaje. Parece que está de moda contemplar a las camadas de leones como gatitos grandotes y cordiales, tanto, que, si se diera la ocasión y las pertinentes garantías, estaría dispuesto a acostarme amistosamente con un gorila espalda plateada.

Vaya con las noticias frescas del Cámbrico, luego, por curiosidad, miro en la Wikipedia, para ver que es lo que pone de este periodo, solo para redundar que el documental parece bien documentado. Un ignorante cabal como es mi caso, no le queda otro remedio que tener fe en la ciencia que, opino, cumple como un apañado dios de nuestro tiempo. Parece que, los dioses se concretan imprescindibles para un tiempo determinado, luego, sus características y cualidades decaen y las absorbe y adapta a los nuevos tiempos un redivivo dios que fagocita al viejo, pero en esencia no varían. Desconfío de los dioses que me tengo por poco religioso, pero el dios ciencia, por contemporáneo, algún crédito debe tener, aunque sospecho que quien valida el crédito es la fe, esta fe que algunos siempre andamos dispuestos a ganar o a perder y que ahora hemos decidido hacerlo a espuertas. Digo que ahora la fe se pierde a raudales, como si no fuera cosa corriente de todos los tiempo andar perdiendo y ganando afectos: que de siempre se deja de lado como si nada lo que se consideró imprescindible y se adopta como eterna cualquier idea de las que laten embrionarias. Las revisiones son, como no puede ser de otra manera, retroactivas y cambian nuestro concepto del mundo desde el mismo inicio. Explota un nuevo Big Bang en cada cerebro.

Ingenuo como soy, tengo fe en la fe, que es una curiosa manera de ser creyente. Tengo fe en que, algún día asumiremos como infranqueable tabú el que no nos podemos permitir ser los insaciables depredadores de unos recursos limitados. Se necesita mucha fe para creer que podemos darle la vuelta a nuestro cerebro como un calcetín, para poder perfilar un futuro plausible. Tengo fe en este tipo de imposibles, que es lo que tiene de bueno la fe, y algunas veces fantaseo, que ya son ganas de fantasear, con un egoísta orden nuevo que este mejor adaptado a la previsible precariedad que nos espera, un nuevo orden donde acomodarnos sin conflicto, pues deduzco, que el motor, la gasolina que enciende la fe destinada a mover montañas, es la incomodidad, la angustia asfixiante que provoca un orden en crisis cuando se manifiesta inadecuado.

La fe, pues, huye de razonamientos y si alguna lógica guarda es la de no rendirse a la dificultad, como arbusto que intenta sobrevivir entre las rendijas de un empedrado. El documental del Cámbrico me aleccionó en este sentido, pues los primeros vertebrados eran minúsculos y tenían ínfimas posibilidades de salir adelante y lo consiguieron, si es que consideramos un éxito que en su lineal descendencia estemos nosotros. El caso es que hasta aquí llegamos y nos creemos el rey del universo, que no oigo a nadie que nos replique. Pero barrunto que ahora actuamos fuera de lógica, como el virus que acaba rápidamente con la vida del que lo contrae. Muerto el perro muerta la rabia y en este caso, la rabia somos nosotros. Menudo futuro nos espera si seguimos con nuestro habitual y desmedido éxito.


No hay comentarios: