21 julio 2006

En el corazón de la mediocridad

Cuando los límites se trabajan desde un pueblo, cuando son domésticos, cuando los límites están en el centro, en el corazón mismo de la mediocridad, cuando la singularidad es la propia y solitaria experiencia y no los resultados de las exploraciones, no varían para nada las filigranas que debe hacer el cerebro para mantener el precario equilibrio, exactamente igual que cualquier otro individuo, lo mismo da que su historia sea parecida o radicalmente distinta a la tuya.

A la sensación de íntimo fracaso que casi todo el mundo percibe en los balances vitales; materializados siempre por debajo de nuestras posibilidades; se une el fracaso social, o sea el público, que no es mas que nuestra inmerecida ubicación en la compleja jerarquía social de nuestra sociedad. Es una estupidez y no debería ser causa de tristeza o insatisfacción, pero lo es, y el cumplimiento o incumplimiento de lo esencial de la vida que es vivir pasa a un segundo término, gana así relevancia esta derrota multitudinaria de no llegar a ser aclamado como el único número uno y; como esto es improbable para todo el mundo; el no ser uno de estos números unos discutibles pero constatables que aplaque a esta insolidaria vanidad que nos atormenta.
Vamos a ver, ¿porqué nuestra felicidad premia menos lo obtenido que lo por obtener? Parece mas importante el seré feliz si consigo esto que la felicidad al conseguirlo siempre ninguneada por la aparición instantánea de nuevas metas. Las metas se suceden y el resultado final es en el mejor de los casos decrepitud y muerte, y mientras, continuas aferrado a la sensación de fracaso mientras naufraga la vida. Es como si con el éxito pudieras conseguir esta inmortalidad que sabes fehacientemente negamos cada instante a la totalidad de los que nos precedieron sin excepciones y esta pantomima de inmortalidad que dejamos grabada en los libros de texto tiene la fecha de caducidad de cada civilización, sin contar que el futuro de nuestra especie no es, creo demasiado halagüeño.

Algo deberíamos cambiar en nuestro cerebro. Nuestros objetivos deberían de andar por otros páramos mas humildes, ser menos exigentes en según que niveles, vivir sin el lastre de una competitividad que nos hace infelices y que acerca paso a paso a nuestra civilización al abismo

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