Hace días que sueño historias irreales que se mezclan con formulaciones matemáticas. No logré en mis desvariados años escolares interesarme por las matemáticas aunque conservo de esta materia el dulce recuerdo de las pequeñas satisfacciones conseguidas resolviendo con alguna magia nimios problemas de cálculo elemental, y a día de hoy, y con la capacidad de aprender casi agotada, atesoro débilmente la sensación de que es en aquellos abstractos parajes donde aún podría encontrar algún resquicio donde conseguir estos estados de puro equilibrio que retuercen mis sueños.
Viene esto a cuento y a cuenta de la querencia que, de un tiempo a esta parte me inclina a buscar razones o fórmulas, equilibrios al fin, que pienso puedan servirme para sedar las heridas de la angustia, aunque cuando gentilmente me invade el alegre optimismo no descarto que mis pesquisas solo sean simple curiosidad o juegos contra el aburrimiento.
Ya sólo me quedan unas miserables porciones de voluntad para dedicarlas a saber y las limito al conocimiento que se consigue a partir de la experiencia o se nutren de la asombrosa capacidad de que todos gozamos para hacer nuevas lecturas una y otra vez de la vieja memoria. Así pues, todo lo baso en lo que pueda desmenuzar y comprender por mí mismo y en lo que intuyo que nunca conoceré.
Así pues ayer intuí, alojado en perímetros donde inexplicablemente quedo de vez en cuando colgado, que estos trabajos derivan al fin sin pretenderlo en un libro de instrucciones que con descuidado trazo elaboro de manera desordenada para descifrarme. Por aquí se debería buscar las causas de esta tardía, inútil y farragosa imposición disciplinaria que me obliga a medir con cuidado el sentido de las palabras intentando en lo posible alejarlas de malos entendidos.
Estas elucubraciones me sumergen unas veces en los orígenes, otras en lo esencial, estratos desde donde se desenmascaran muchos de los engaños que mecánicamente cultivamos. En los trabados automatismos tejidos día a día a través de los tiempos es donde pienso se ocultan las respuestas a muchos de mis interrogantes. La compleja urdimbre de nuestra personalidad y de la sociedad donde vivimos se torna a veces frontera infranqueable, pero no me desanimo. Yo voy tirando de los hilos esperando deshilachar el tejido, hacerlo legible. A veces pienso que es demasiado trabajo para una tarea abocada sin duda al fracaso, no obstante sigo queriendo creer que estos hilos que se me quedan solitarios e inertes entre los dedos, increíblemente simples fuera de sus contextos, me servirán para encontrar claves para los desasosiegos o al menos, como dije, me apaciguarán el aburrimiento o la curiosidad.
Aunque sin soluciones reparadoras milagrosas, al fin y a tiempo de valorar el consuelo conseguido en tales buceos, me quedo de natural insatisfecho, con la irritación de constatar que no me conozco, ni tengo, (porque dudarlo), ninguna posibilidad de conocerme y que aunque no puedo estar contento con este personaje que no es dueño de si mismo y que anda anclado por dudas, lagunas y recovecos intransitables a todas las inseguridades posibles, al menos sé que esta es, para bien, mi condición, aunque con estos mimbres me parece a menudo grotesco, hasta risible, la pretensión de intentar entenderme, entenderos y no digamos de creer que puedo graciosamente dominar esto que llamamos vida.
Viene esto a cuento y a cuenta de la querencia que, de un tiempo a esta parte me inclina a buscar razones o fórmulas, equilibrios al fin, que pienso puedan servirme para sedar las heridas de la angustia, aunque cuando gentilmente me invade el alegre optimismo no descarto que mis pesquisas solo sean simple curiosidad o juegos contra el aburrimiento.
Ya sólo me quedan unas miserables porciones de voluntad para dedicarlas a saber y las limito al conocimiento que se consigue a partir de la experiencia o se nutren de la asombrosa capacidad de que todos gozamos para hacer nuevas lecturas una y otra vez de la vieja memoria. Así pues, todo lo baso en lo que pueda desmenuzar y comprender por mí mismo y en lo que intuyo que nunca conoceré.
Así pues ayer intuí, alojado en perímetros donde inexplicablemente quedo de vez en cuando colgado, que estos trabajos derivan al fin sin pretenderlo en un libro de instrucciones que con descuidado trazo elaboro de manera desordenada para descifrarme. Por aquí se debería buscar las causas de esta tardía, inútil y farragosa imposición disciplinaria que me obliga a medir con cuidado el sentido de las palabras intentando en lo posible alejarlas de malos entendidos.
Estas elucubraciones me sumergen unas veces en los orígenes, otras en lo esencial, estratos desde donde se desenmascaran muchos de los engaños que mecánicamente cultivamos. En los trabados automatismos tejidos día a día a través de los tiempos es donde pienso se ocultan las respuestas a muchos de mis interrogantes. La compleja urdimbre de nuestra personalidad y de la sociedad donde vivimos se torna a veces frontera infranqueable, pero no me desanimo. Yo voy tirando de los hilos esperando deshilachar el tejido, hacerlo legible. A veces pienso que es demasiado trabajo para una tarea abocada sin duda al fracaso, no obstante sigo queriendo creer que estos hilos que se me quedan solitarios e inertes entre los dedos, increíblemente simples fuera de sus contextos, me servirán para encontrar claves para los desasosiegos o al menos, como dije, me apaciguarán el aburrimiento o la curiosidad.
Aunque sin soluciones reparadoras milagrosas, al fin y a tiempo de valorar el consuelo conseguido en tales buceos, me quedo de natural insatisfecho, con la irritación de constatar que no me conozco, ni tengo, (porque dudarlo), ninguna posibilidad de conocerme y que aunque no puedo estar contento con este personaje que no es dueño de si mismo y que anda anclado por dudas, lagunas y recovecos intransitables a todas las inseguridades posibles, al menos sé que esta es, para bien, mi condición, aunque con estos mimbres me parece a menudo grotesco, hasta risible, la pretensión de intentar entenderme, entenderos y no digamos de creer que puedo graciosamente dominar esto que llamamos vida.
4 comentarios:
Ya te he leído; ahora tengo que releerte.
Buenos días...
Y pensarte.
Muchos tenemos dudas de tantas cosas por eso los sueños se hace repetitivos para entender la vida
Saludos!!!
El conocimiento de uno mismo requiere mucho aprendizaje y, por cierto, un gran equilibrio. Abrazos.
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