08 octubre 2011

Barullos



A bote pronto digo, digo, cuando digo lo que en este momento me pasa por la cabeza y digo, que esta mañana cuando leía a Robert Musil, como cada mañana, y que luego reflexioné que no era cada mañana sino alguna mañana, de tal manera que, el susodicho Musil hace años que me dura, que lo leo solo unos dispersos minutos, que tengo otras querencias y días pasan que ninguna, como cuando me escruto en el espejo o rumio entretenido en cuestiones varias, y además como a veces solo me da para leer un párrafo y como no sé cual, leo el mismo que ayer o que anteayer y no te digo cuando lo dejo por semanas, que fue por esto que un día marqué con un asterisco hasta donde había llegado, lo que me sirvió de poco pues para enlazar la lectura a la mañana siguiente o al otro día, no me privé de leer el párrafo anterior y marqué pues, como homenaje, un último asterisco hasta que me de por otro arranque de orden en cualquier otra parte, que yo hago este tipo de cosas racionales y ordenadas, pero no me duran nada, que siempre vivo a caballo del caos, lo que no me impide ser rutinario, que para esto esta la vida ordinaria como el paseo que he de dar hasta el trabajo cada mañana, siempre por la misma ruta o parecida, con contadas variaciones pues no me parece coherente alargar el trayecto a la tonta, que tanto a la ida como a la vuelta tengo de arbitro el reloj, lo que si hago es cambiar de acera según busque o huya de sol o culo o lo que sea y atravieso la calle por aquí o por allá, que las rutinas obligadas como este paseo a las ocho menos cuarto cinco días a la semana, o las imprescindibles como comer en unas horas determinadas si no quiero cargar con un mal genio de dos pares de cojones, o las relajadas como la destinada a la siesta, o instintivas como todos los tics, sean ganados o genéticos, imperceptibles o evidentes con los que cargamos y que sirven para identificarnos, no impide que me resulte muy complicado establecer de forma duradera cualquier tipo orden con el que tantas veces suspiro, que pienso que el orden debe dejar un espíritu limpio y una cristalina y tranquila conciencia, y ya que hablo de limpieza, que no existe orden más exigente, otra cosa que me relaja cantidad es fantasear que puedo desprenderme de todo lo que mi particular síndrome de Diógenes me impele a conservar, como si fuera cosa fácil, que cuando lo intento no me da tiempo a tirar nada, que al rato de empezar me embarco en cualquier otra medida más perentoria o interesante y quedo a medias, que digo a medias, a décimas o a centésimas de lo que necesitaría, que no hay cosa que estorbe más para hacer limpieza y ya no te cuento para mantener el orden, que el exceso de cosas prescindibles que amontono y que luego complican cualquier actividad hasta límites insostenibles por más que me ufane en predicar, como tantos, que conservo un orden dentro del desorden, que si esto fuera cierto no doblaría, triplicaría o elevaría a la enésima potencia cada cosa que me parece necesito, así, sin entrar en cuestiones domésticas donde tengo alguna que otra pertinente ayuda, circulan por mi estudio en abundancia sin contar los pinceles: tijeras, cuters, pegamentos y casi medio centenar de maquinillas de hacer punta, distribuyo botes con agua por todos los rincones y dejo abandonados en todas partes lápices, bolígrafos, ceras, pasteles, óleos, pigmentos y rotuladores de todos los colores que cuando busco y no encuentro, cosa que ocurre a menudo, me da el vértigo, el mismo que siento cuando ando perdido o caigo en los abismos con los que tropiezo cuando desganado, no hago nada, que a menudo solo me ocupa la pereza y digo que no por suerte, como dicen los que me envidian por lo bien que me lo monto, que no hablan, no cuentan lo de sin beneficio y lo otro, que cuando no faeno toca malvivir, que luego hago balances que me obligan a encontrar asideros para no desfallecer de angustia, aunque por experiencia sé que pensar solo sirve para regodearse en ella, que lo que me gustaría, como ayer comentaba con unas compañeras de trabajo que estaban en lo de cargar pilas, que donde se cargaban estas cosas y por donde me las metía para poder trabajar sin descanso, que a mi me gusta trabajar pero la rutina me asola, que luego asoma el aburrimiento y desaparece el gusto, quizás porqué a base de tiempo todo se vuelve simple, aunque lo simple no es mas que el espejismo que esporádicamente nos permitimos como homeopático remedio para negar los laberintos donde a menudo caemos por las constantes contradicciones que entorpecen el camino que lleva a lo elemental, que es a lo que aspiro en el trabajo-vocación que por las tardes cultivo y que se convirtió en espejo de los mismos delirios con los que de continuo batallo, así que uso el mismo remedio con resultados no siempre recíprocos que consiste en dejarse llevar por el confuso caos y intentar cuando se deja, poner un poco de orden, que luego viene lo bien que sienta conseguir, aunque sea un palmo, un dedo o un milímetro de claridad, aunque la sensación solo dure el mismo instante de obrar y observar, que luego al rato, o al día siguiente, o a los tres años no noto haber alcanzado nada parecido, que si algo gané, si alguna vez llegué, el mimético entorno lo absorbió o el tiempo que se aceleró y ahora envejece de sopetón las imágenes o cualquier otra cosa con solo respirar un par de veces y que no deja a nada ni a nadie madurar, como si la pátina del tiempo o la experiencia fuera pecado imperdonable, lo que me recuerda que hace un tiempo, en unos días de ingenua clarividencia redacté mas de veinte páginas, interlíneado 1’5, con una especie de tratado sobre la importancia de lo nuevo, de lo que por inédito, resulta esperanzador y luminoso y que al ver que no tenía suficientes luces para seguir el trazo que seguro llegaba a algún oculto y deseado paraíso, me conformé en concluir que lo mejor para no caer en lo decrépito en que el uso convierte las cosas, era dejarlas inconclusas, un punto antes de poder ser estrenadas, es cierto que envejecen igual o peor, que me recuerdan los edificios que la crisis o la miseria deja a medias y que siempre imagino que rehabilitados con una mano de pintura y poco más, sea lo que sea que falte, quedarán como nuevas, digo que todo estos embrollos que me meto o imagino, parecen hijos de la antigua alquimia de convertir el barro en oro, que no veo que sea demasiado práctico, como tampoco lo es, empezar a soplar para que surja Adán, que luego queda la faena de la costilla y todo lo demás, que la cosa cansa, que ya me cansé y lo dejo.