14 noviembre 2009

Fe


La inteligencia no es suficiente para que seamos razonables, es más, cualquiera, -y acostumbra a ser bastante común-, puede poner su inteligencia al servicio de alguna idea descabellada sin dudar en ningún momento de la bondad de su criterio. Pero bueno, esta es nuestra fortaleza o debilidad, según se mire, porqué la vida se nutre de la fragilidad de lo artificioso, de la trampa, de la locura, de una fe incombustible en que los milagros son posibles y que de ordinario suceden.

Si acuerdo motu proprio, que nada roza siquiera la verdad porqué la verdad tiene tantos perfiles como intereses nos mueven, quedo sin uno de los fundamentos que nos sustentan, pero sin duda, necesito de su apoyo, aunque sea ficticio, porqué es el que me indica la dirección de lo que espero que sea correcto. La verdad se confunde pues, mucho más a menudo de lo que pensamos con la fe y certifico que con ella es cierto que se mueven montañas. La fe tiene el mismo poder que la fuerza de la atracción universal. Cuando nada quede, persistirá inagotable su energía.

Al mismo tiempo he de tener cuidado con estos delirios que me invaden y transcribo, pues tienen el poder de confundirme con su apariencia de certeza, de tersa verdad y me alejan sin buscarlo de la compleja realidad en la que se halla inmerso el mundo, mi mundo. Las paradojas quedan flotando en el aire con aspecto de estupideces infranqueables. Mientras ponen al descubierto otra de las fronteras que no se pueden rebasar. Son el muro donde, constantemente, nos damos de bruces, donde se hace añicos el esfuerzo que dedicamos en descifrar los enigmas que esporádicamente nos planteamos.

Invento la realidad, mi realidad, con un minucioso deambular que ocupo a menudo en reconstruir el pasado o que dedico a elaborar propuestas para condicionar el futuro. Pero mi realidad y cualquier proyección de esta, está seriamente condicionada por las premisas derivadas del lugar en el que vivo. Es decisivo, no solo porqué es donde he de afanarme en cubrir las necesidades que me indican he de satisfacer, sino porqué influyen en que vea un tipo de mundo que con precisa arquitectura entiendo como mío.

Actuamos con un exceso de condiciones determinantes para luego creer, como creemos, que podemos modificar a nuestro antojo cualquier realidad vigente y esta fe que sin palpable razón defendemos, actúa con rigor extremo, no en forma de milagro, -que los milagros o los accidentes no surgen de la nada-, sino como gota malaya que desmenuza con sutil paciencia conceptos o mundos de sólida apariencia. El espectáculo se da cuando explota en violento instante lo que su oculta actividad hizo posible con la ayuda insobornable del tiempo y se obra el milagro de que cualquier deseo es factible y en esto, muchas veces, la fe, ocupa un lugar predominante. Otra cosa es que sean los mismos que soñaron los que vean cumplidos sus ideales deseos.

Piensa Joan, razonable a su manera y con él un buen puñado de inteligentes, que no es posible eludir la violenta ley de la selva que subrepticiamente nos rige y que esta ley favorece siempre al más hábil, fuerte o listo. El caso es que esta ley sirve de oculto designio divino para que no se anden con excesivos remilgos por la vida, aunque algunos alimenten luego su condición creyente a base de confortables dioses con más ritos que milagros. Parece a menudo que están en lo cierto, pues pocos indicios hay de que pueda cambiar esta histórica tendencia. Ambición y poder. Utilización interesada de miedos y fuerza violenta para imponer prebendas y criterios. Egoísmos, amores y odios, todo un dramático mundo de pasiones elementales que pretendidamente nos van llevando a un sostenido progreso. No sé si luego es tan evidente como dan por supuesto los telediarios o los libros de texto. Si añadimos a todo ello, la necesidad personal de afianzarnos con constantes e ineludibles demostraciones de habilidad o competencia con los que adquirir superiores niveles de supervivencia, parece imposible blindar el acuerdo para unas reglas de juego más civilizadas, reglas que regulen la crueldad de los excesos y esto no solo se refleja en los relatos de nuestra historia escrita, sino también en el sordo y violento batallar que observamos en todas las especies… aunque maestros en utilizar a gusto las verdades, somos bastante hábiles para encontrar, esto si, siendo liberales con el rigor, aquellos ejemplos que nos dan la razón y que refuerzan lo que queremos demostrar.

En estas luchas establecidas entre los que defienden que no se pueden eludir los instintos primarios y los que tenemos fe en la posibilidad de un mundo ideal, parece, en una primera impresión, que siempre vencen los primeros, sin valorar, que todo lo que nos enorgullece, se consiguió a base de cantidades industriales de fe dedicada a conseguir imposibles y que sólo con esta fe se consigue hacer evolucionar los instintos más primarios. El problema de la fe es que sus efectos son lentos, lentísimos, casi imperceptibles, pero tan duraderos que luego son estos descreídos los que creen que lo que se consiguió a base de fe no se puede modificar, que es instintivo.

Así es que en estos temas he decidido no desesperar, lo que no deja de ser una curiosidad y como yo, tanto hoy en día como en tiempos pasados, encontramos una multitud de ejemplos de hombres y acciones tendentes, sea con la ayuda de leyes o de revoluciones de distintos calibres, intentar conseguir un mundo más justo, intentar domesticar, civilizar la barbarie que demasiado a menudo nos enfrenta al furor de los instintos. Piensan algunos listos que no tiene solución, que los episodios de crisis y violencia, la extrema pobreza, las situaciones de sumisión o esclavitud son necesarias, como si las guerras fueran aires regeneradores para la sociedad, como si todos los desastres fueran higiénicos recursos naturales para autorregular los excesos de lo que sea, hombres incluidos.

Discuto con Joan o con quien sea, que lo que no ocurrió en diez mil años puede suceder ahora mismo o en un inmediato futuro, más que nada porque en este momento, si no cambiamos en un tiempo relativamente corto, los efectos producidos por nuestro sistema económico pueden resultar catastróficos. Creo que existe en la sociedad actual una conciencia bastante generalizada de que el sistema actual empieza a ser insostenible. Ahora es cuando se debe demostrar que nuestra adaptabilidad es tan increíble como pretendemos pues hemos de ser capaces de vencer los instintos primarios de este egoísmo material que consideramos natural y que ahora resulta autodestructivo. Para regular el egoísmo parece imprescindible valorar positivamente la funcionalidad y la ética de una sociedad más justa y equitativa.

La cosa no es nada fácil y más si me contemplo a mí mismo. Predico y soy conciente de que el mundo necesita para sobrevivir una inflexión hacia parajes menos agresivos, pero también sé que cualquier evolución no es posible si antes no la interiorizamos hasta absorber genéticamente sus mecanismos y también que no hay mecánica sin práctica. Observo mis mecanismos y desconfío. Parece que aún me queda un largo camino y sé que el tiempo se agota y que hemos de darnos prisa en empezar a andar decididamente en este sentido si queremos llegar a tiempo con el remedio. No me digan que esto no es tener fe en imposibles.