Al terminar el fútbol, a
veces no tengo suficiente con el simple resultado del partido, así
que busco seguir gozando o sufriendo con las repeticiones, resúmenes,
y según haya sido el desenlace, las tertulias amigas o enemigas.
Zapeo en este sinfín de programas que con más saña que acierto nos
consuelan o enervan, que de todo hay, para que los consumamos los
sufridos y alelados televidentes, radioyentes o foro aficionados y es
que… como la parte de “todo el mundo” que me toca, asistí
religiosamente a la enésima representación de otro partido del
siglo que dirimimos tan a menudo que más que del siglo parece el
siguiente asalto de un interminable combate de boxeo del que solo nos
podría liberar un KO de funestas consecuencias. No me costaría nada
sacar punta a cualquier oportuno hilo de la efemérides para
embrollar aún más la perenne batalla entre las aficiones que
embarullan cada partido. Esta discordia forma parte de la historia,
del particular y aleatorio me gusta no me gusta de lo que sea y de la
perentoria necesidad de que los demás acepten nuestras opiniones o
certezas por inverosímiles o delirantes que sean.
En una de las tertulia, un
irreducible y desconsolado forofo abrumado por la derrota,
justificaba con peregrinos argumentos la incapacidad de su equipo de
ganar al mismo tiempo que desmerecía los méritos ajenos con
aspavientos, insultos y rosario de infamias, nada nuevo bajo el sol.
Herido en lo más preciado se descolgó agorero con la manoseada
frase de que quien ríe el último ríe mejor, un bálsamo para el
perdedor que no es capaz de apreciar que nunca nadie se ríe el
último. A menudo tenemos la necesidad de agarrarnos a clavos
ardientes para no caer en la desolación. Por la mañana y sin que
sirva de precedente, en mi cotidiana lectura de Musil leía que una
de las protagonistas “sentía que todo aquello a lo que con tanta
fuerza se agarraba, no estaba exento de la constante sospecha de que
era simple apariencia”. ¿Qué es todo sino apariencia sujeta a la
machacona apisonadora de la realidad?
Cito a Musil porqué el
pensamiento de Ágata me recordó remotamente al tertuliano y la
anoté presto en un resguardo de la Primitiva para recordarla
literalmente. Me gustaría citar con regularidad pero reconozco que
carezco de las mínimas cualidades para hacerlo, que no dispongo de
singular cultura ni de suficiente memoria que, sin ánimo de ofender,
leí a Enrique Lynch en Prosa y Circunstancia (Barcelona Anagrama
1997) que: “una persona culta no es la que ha leído y aprendido
mucho sino mas bien el que recuerda y reelabora y sobre todo sabe
citar lo asimilado, o sea los más memoriosos y hábiles en dar
referencias librescas”. A mi me gustan las citas, apuesto que con
un nutrido fajo de las buenas se puede sintetizar la cultura de todos
los tiempos, así pues resultan perfectas para los que tenemos un
escaso fondo de armario, o poco interés, o escaso tiempo para leer
lo que deberíamos. La cita nos proporciona un ligero barniz de algo
parecido a la cultura que se adapta a la perfección a la
superficialidad actual muy dada a generar desperdicios. En fin, no me
importa si citar es cultura o enciclopedismo, que en lo que a mi se
refiere, me gusta el espectáculo que proponen, pues entretiene al
mismo tiempo que permite conocer a grandes rasgos a pensadores
ilustres sin el engorro de tener que leerlos, cualquier cosa que me
divierta es una fiesta, así es que no me importa su veracidad ni la
fidelidad a las fuentes, que sé de buena tinta que los más grandes
y reconocidos citadores disfrutan inventando o enredando citas.
El actual equipo del
Fútbol Club Barcelona le recordaremos y citaremos durante mucho
tiempo porqué ofrece un gran espectáculo. Lleva camino de convertir
un abrupto ejercicio gimnástico de veintitantos jugadores dando
patadas a un balón, en un delicado juego de salón donde, el
matonismo, apoyado en la prepotencia física se ridiculiza a base de
habilidad y estrategia o sea, propone un juego absolutamente distinto
del que habitualmente nos acostumbraron a ver. Creo que han
coincidido, cosa del cielo, de las conjunciones astrales, un
milagro, que un iluminado con un loco y con la ayuda del buen caldo
de cultivo de la Masia parecen capaces de cargarse, durante un
tiempo, la visceral banca de la fuerza bruta. Veremos lo que dura y
como se desarrolla el drama en los días o años venideros.
Yo vuelvo al forofo
energúmeno en el punto donde se acentúa el encono dialéctico y en
el crispado rostro de uno de los interfectos se refleja la reprimida
intención de buscar el cuerpo a cuerpo en un intento de eludir un
enfrentamiento verbal que le ridiculiza. El encontronazo, si se
diera, sería una regresión total, una involución a un estado
anterior a cuando, siendo evidente que es muy complicado deshacerse
de un contrincante de parecida fuerza y tamaño, vence quien
encuentra ventajas en la habilidad o la estrategia. Imagino que no
tienen los personajes que he escogido otro conocimiento de lucha que
una serie de peliculeras imágenes de peleas y que si llegaran a
enfrentarse, la lucha seria un grotesco intercambió de posturas
ridículas, bofetadas, patadas, mordiscos y agarrones sin ton ni son,
que la evolución no nos regaló ni cuernos ni garras ni dientes que
no fueran para alimentarse, ni un triste aguijón venenoso nos dejó,
solo gozamos de pies planos y manos blandas y con esto, matar no
resulta nada sencillo.
La edad permite valorar
placeres nimios y una cosa como manosear algo redondo es un placer
bien elemental. Gusta cobijar en la mano juguetona cualquier objeto
que se le adapte con precisión: una manzana, una naranja, una pelota
de tenis o de béisbol, una piedra de tamaño perfecto, he aquí un
buen utensilio, una eficaz arma. Agarrar a alguien por el cuello y
apretar hasta que se le afloje la vida es duro y engorroso, el palo o
piedra o quijada bíblica simplifican el problema, que la naturaleza
nos muestra que en las luchas entre miembros de la misma especie la
muerte suele ser la excepción. Sin querer fijar unos límites vanos,
quizás la presencia implícita de la muerte marca y distingue lo que
nunca puede considerarse un juego. O sea la vida vista en general no
es un ningún juego pero en particular, en los pequeños pedacitos de
como la vamos digiriendo si que lo es y lo es en cantidades
industriales.
Escribir me pone trágico
y por esto a menudo me propongo no volver a hacerlo pero…la pelota…
el juego…
Así es que
juguemos, a ver, juegos donde se utiliza una pelota, un, dos, tres,
responda otra vez, el fútbol: pues… el balonmano, el tenis, el
waterpolo, el ping pong, el baloncesto, las canicas, el billar, el
béisbol, el golf, la petanca, los bolos, la gimnasia artística, el
críquet, los malabares… y me quedo muy corto. Yo, es que…
imagino… que la herramienta y el juego es como lo del huevo y la
gallina, vete a saber que es lo que fue primero. No puedo evitar que
mi mente infantil ilustre a un hombre de las cavernas con un amasijo
de algo en forma de pelota como Hamlet con su calavera, meditando
ensimismado que hacer con una pelota y otra, unos enloquecidos
guerreros pegando rabiosas patadas a la decapitada cabeza de un
enemigo. La violencia elemental que exige acabar con el enemigo se
dulcifica con unas reglas del juego que determinan los limites del
terreno, del tiempo y de las acciones permitidas, pero esto no ocurre
por voluntad expresa de los contrincantes sino por práctica
necesidad, porqué no conviene jugarse la vida constantemente o
porqué siendo muy ajustadas las fuerzas, la pelea se eterniza, luego
las normas se enquistan hasta hacer olvidar los objetivos del juego,
así es de complicada la cosa y como yo, lo que quería es hablar de
fútbol, de la revolución futbolística del Barça, recuerdo haber
leído en algún extracto de estos donde alguien intenta arrancar un
trozo de verdad o más bien de espectáculo de la historia, que lo
que ahora hace el Barcelona es lo que sus inventores idealizaron al
regular el juego. Pues no sé, como las reglas fueron un acuerdo
entre centros docentes británicos yo creo que lo único que buscaban
era una forma de canalizar el exceso de testosterona de los muchachos
sin que se mataran. El reglamento utilizado como base para el fútbol
fue el Código Cambridge, excepto por dos puntos del mismo, los
cuales eran considerados de mucha importancia para los códigos
actuales: el uso de las manos para trasladar el balón y el uso de
los tackles
(contacto físico brusco para quitarle la pelota al rival) contra los
adversarios. Éste fue el motivo del abandono del club Blackheath que
luego como contrapartida inventó el rugby. La leyes se hacen y luego
la realidad, la busca de la ventaja soterrada las vulneran
constantemente y lo que no consiguió la norma: evitar el
malintencionado encontronazo físico lo consigue el Barcelona a base
de jugar lo suficientemente diestro y rápido para que el rival no
llegue al topetazo violento que no sea tarde y por lo tanto
meridianamente punible. Pues sí, quizás sí que era esto lo que
perseguían las elementales reglas del fútbol en sus lejanos
inicios.
3 comentarios:
Oír esas tertulias, por la noche, mientras me preparo la cena, me abstrae porque no entiendo gran cosa de fútbol. No sé ni qué es un penalty aunque más o menos sé que supone lanzar la pelota desde un lugar determinado o algo así. Esas tertulias y los partidos me permiten flotar en un estado impermeable del que solo salgo para comprobar frases de uno y otro lado que torpedean la inteligencia más roma habida y por haber. A veces sin embargo también hay frases geniales.
Una vez vi jugar a Messi, en la TV, y me pareció de vídeo-juego, impresionante, no daba crédito a mis ojos. Me gustan mucho las piernas de los futbolistas.
Hay infinidad de repertorios de citas y proverbios, pero yo tengo debilidad por algo que llamo "frases al vuelo" porque tienen una resonancia especial y se pillan cuando menos se esperan. La última que oí fue en mi barrio de la infancia. Una mujer como de mi edad a su madre: "No me digas lo que tengo que hacer, cuando ya sabes que tú eres peor que yo".
Que tinguis molt bon dia,
Marta
Marta, el bon dia es fred aquest matí del dissabte, fa un fred que pela (-9) per aquí dalt.
Això sí serè i brillant com una patena.
Buena frase al vuelo, tú siempre tan atenta, una virtud de capa caída pasmados como andamos todos en nuestras cosas. La frase tiene su tela y enlaza con la reglas del juego en uno de los objetivos básicos de los contrincantes, quien es el que consigue asumir la condición mayoritaria de bueno y que no tiene porque ser el que gana (El Supremo). No es de recibo que se discuta quien es el menos malo. Puesto a imaginar me gustaría escuchar los diálogos entre las dos mujeres donde se fue estableciendo esta categoría, que seguro que de haberlos los hubo y jugosos.
Marta continua sempre així.
Una virtual abraçada
Seguimos escribiendo, seguimos echando los dados... cada partido hace olvidar al anterior... ya nadie recuerda como va el marcador...a veces parece que vamos ganando, pero al final todo es perder.
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