Ciñéndome
solo en lo que pienso que sé, digo que la apariencia es lo único
fiable dentro de sus difusos límites. La polifacética apariencia se
confunde con el todo. Lo considerado real no es mas que una ficción,
una ilusión propiciada por la sesgada condición de quien mira. Si
añado a esta contrariedad (pues todo mi entramado se apoya en creer
en la inapelable verdad de esta fantasiosa mirada) la cada vez mas
asumida convicción de que nada tiene sentido, en menudo naufragio he
ido a caer. No mandamos ni poco ni mucho sino nada.
Si
el juego en el que flotamos tuviera alguna justificación, que no la
tiene, habríamos de buscarla en las estructuras, ellas sólitas se
sueltan a probar cosas diversas sin orden ni concierto, aunque
nosotros, productos suyos, no nos privamos de dárselo, el sentido
claro. Menudo lío.
La
suerte es que cuando dejas de pensar en las incógnitas que te
instalan en los pulcros espacios donde divagamos, aterrizas suave o
tropezando (el estado de ànimo decide) en el mundo donde las
apariencias se convierten en simples o complejas realidades y sin
aparente problema te reintegras en el juego de siempre, el que luego
relatas cuando te dejan como vida
De
todas maneras siempre hay algo que enturbia la mirada. Las
estructuras piden, reclaman, andan ya en otros juegos que sin pedir
permiso se forjan sin necesidad de que los apreciemos. Cuando los
percibamos ya hablaremos de ellos.