30 septiembre 2012

Autenticamente absurdo




La mayoría de las veces, lo que me gustaría reflejar en estos delirios que transcribo son los vericuetos del absoluto más desconcertante con el que a menudo tropiezo, el absurdo.

Claro que el absurdo se distingue por no tener mecánica alguna y aquí radica la dificultad de ser coherente en lo que sea si hemos de contar con él. La meditación, que para la mayoría es de un engorro ingobernable; pues parece en extremo peligroso esto de pensar; esconde en sus entrañas simplicidades como el OM y la contradicción de que el objetivo del meditar sea llegar en alguna ocasión a no pensar en nada.

Me sorprende también todo lo que con apariencia de simple, exige incontables cantidades de tiempo y esfuerzo.

Dado que la verdad se me niega, dirijo la distraída atención hacia parajes similares. Lo que aceptamos como auténtico me parece ideal. Auténtico es una palabra de compleja articulación probablemente debido a los estragos que sufrió por uso indiscriminado y también porqué la modernidad ya no está para según que fiestas. Son aquel tipo de palabras que no se sabe porqué se les extravía el sentido y entran en alarma de extinción, como las especies no protegidas. Antes, cuando la palabra auténtico cumplía como una cualidad personal encomiable, reflejaba a personas que eran capaces de transmitir fe a base de defender objetivos nítidos, sin dobleces, nada que ocultar, siempre en tono positivo, gente de una sola pieza.

Como es evidente, los tiempos cambian y ahora llamamos auténticos a los friquis, o sea a los estrafalarios, a los que no les importa o parece no importarles lo que los demás piensen de ellos, algo así como Esperanza Aguirre. El significado de las palabras que manejamos se modifican sin pausa, constantemente y como son de entre nuestros recursos narrativos de los preferentes, nos enseñan que, para entendernos hemos de mantener frescas una buena cantidad de acepciones curiosas.

Los recursos narrativos que disponemos son más numerosos de lo que parecen y aunque me cueste descifrar que es lo que busco transmitir, sé que en los dibujos afloran, como en muchas otras actividades, nuestras vivencias, estas experiencias que nos marcaron porqué a menudo rayaron lo absurdo.

De alguna manera, todo esto viene a cuento de que la simplicidad que ahora quiero que luzca en esta presente actividad, el objetivo de batalla para en definitiva huir de la nada, es probar de intentar mostrarme como soy. Alardear de auténtico. Menuda contradicción, pues esta voluntad, que de lógica no necesita de esfuerzo alguno, pues cada cual es como es y no de cualquier otra manera, se vuelve sumamente intrincada de cumplir cuando se quiere merecer. Así resuelvo que es posible que no intente buscar tanto el auténtico yo, como encontrar un tipo de narración llena de gestos de transparente honestidad que me tranquilice, un relato donde que me sienta cómodo, que me dé equilibrio, cuestión de ir pasando el tiempo sin sufrir demasiado.

Así lo que en principio parece sencillo se retuerce complejo al atender en exceso que es lo que debo hacer para cumplir. En este caso, como no tengo por costumbre valorar constantemente si lo que digo o hago tiene que ver con mi auténtico yo o si por el contrario es una actitud formal para evitar problemas o tener que dar explicaciones. En fin que no sé cuantas veces soy yo o me camuflo agazapado en lo que la corriente general permite sin sobresaltos. Esto me obliga a andar hurgando interioridades para descubrir que lo elemental siempre anda enmascarado y que se acoge más al absurdo que a lo intrincado.

Quiero. De verdad que quiero. Esto es lo que quiero con feroz y auténtica firmeza: mostrar sin ninguna vanidad (que igual si la tengo bajo un conveniente disfraz) que lo que hago, estos dibujos que regularmente cuelgo en el blogg, no tienen secreto alguno. Vaya descubrimiento pensaran muchos de ustedes. Pues... a estos no me dirijo, para qué si ya lo tienen claro, hablo para los que creen que algún mérito tendrá la ocasional fanfarria orgánica a que me dedico, aunque el valor sea mínimo.

Para empezar con este cuento, me pongo, abocado en el zafarrancho de poner de alguna guisa, orden en los desaguisados que mi rabiosa parte conceptual de entender el arte y el azar puso en abundancia. En el momento de valorar lo que dejó la automática mezcla para constancia de mis ojos y cuidado de mis manos.

Quizás continuará... o no...

05 septiembre 2012

Picar piedra





A pesar de que me gobierna, poco de lo que hago tiene que ver con el azar. Como buen desordenado me cuesta seguir una disciplina y carezco de cualidades para disponer de una técnica primorosa y una catadura moral sin sombras, aunque no me quejo de ello pues creo que la flexibilidad a que obliga la falta de orden tiene más ventajas que inconvenientes.

Orden, lo que se dice orden siempre lo hay, pues nada de lo que percibimos escapa de un orden, incluido el mismo acto de percibir. Así pues, dispongo lo que sea, en este caso romper, triturar si considero que es necesario el dibujo escogido (ya de por si el dibujo original eracomplejo, estaba hecho de retales).

Como dije, el orden general acostumbra a ser simple, por ejemplo: cortar a tijera un trozo de dibujo, romperlo a pedazos con las manos y pegarlo en las mismas coordenadas que el original en un soporte rígido. La consigna en este caso fue alterarlo todo, pegando del derecho o del revés a base de pedazos minúsculos o de tamaño más considerable dependiendo de órdenes accidentales, a menudo de un solo uso, que varían por cuestión de gusto o por necesidad, tanto por planteamientos estéticos como prácticos, dependiendo siempre de lo que tengo en las manos. Luego está lo de no seguir puntualmente, el orden general, saltárselo a la torera para mas tarde, cuando la cosa se desmanda, volver al redil. Este asistemático sistema no deja de tener un orden difuso que acepto resignado.

El trabajo duro por mecánico, consiste pues en romper en pedazos un trozo de dibujo y pegarlo de forma aleatoria en soporte rígido. Esta es una faena de lastre, pesada, como la de subir al taller el soporte, maniobrando con dificultad en la escalera de caracol con el tamaño máximo que puedo subir en rígido y que resulta que es el que ahora mismo trabajo. Es la parte desagradable de picar piedra.

Las normas generales me vienen dadas por acumulación de experiencias pasadas y que enfatizo sin mucho convencimiento al iniciar un nuevo trabajo intentando regular cuestiones como:

El tamaño de los pedazos
La mezcla ideal de tamaños
La mezcla ideal del derecho y del revés
Si permito que los pedazos se solapen.
Si me esmero a consciencia en no dejar espacio entre ellos o voy más a bulto, pegando en forma de islotes y por lo tanto de manera más sencilla.

Normas que luego sirven paro lo que sirven contando las veces que deportivamente me las salto.

Las normas implican una atención adicional, o sea un esfuerzo suplementario en lo que hacemos que en general no estoy dispuesto a mantener mucho tiempo.

Saltarse las normas acostumbra a ser una liberación.

He aquí una larga introducción, circunloquio que poco a poco debería soslayar puesto que los antecedentes siempre son indescriptibles por absolutos pero lo que a continuación cuento es real dentro del escueto hilo de esta narración.

Empecé pues pegando del derecho o del revés según me sugería el pedazo que tenia en los dedos y en un principio me limité a pegar en el soporte rígido los trozos que iba rompiendo del dibujo original en las mismas o parecidas coordenadas para obligarme a algún tipo de disciplina de estas que dan sentido a cualquier trabajo. Intenté como casi siempre que los pedazos se recompusieran idealmente pegados formando un puzzle perfecto pero la cosa no es nada sencilla para alguien tan poco metódico como yo. Mi primera intención es cubrir del todo el nuevo soporte pero a medida que pasa el tiempo voy dejando agujeros pues no consigo soportar la presión de una atención desmedida. El: ya lo arreglaré, es norma básica y me da que no soy el único que me permito este tipo de licencias.

Cuando rompo o trituro un dibujo siempre dejo restos inservibles. Es una basura adicional de lo que ya se convirtió en escombros. En este caso y fuera de toda lógica razonable, llegué a creer que por culpa de la cantidad de restos que iban quedando, al final me faltaría papel. Evidentemente ocurrió todo lo contrario y queda un buen pedazo aún del dibujo antiguo para reponer en caso de desgracias no previstas o eventualidades varias.

Nunca dejo de observar esta micro mierda que sobra, meditando que se podría hacer de provecho con ella.

Al acabar y cuando toca, se inicia una contemplación que alterna el mirar con el observar, para continuar luego con el siguiente paso que consiste en empezar a actuar sobre lo que un conceptual y dirigido azar dejó planteado.

01 septiembre 2012

Masticar

(figura 1)

Enrique Lynch cuenta los efectos que le producen tanto la prosa de Kierkegaard como las sinfonías de Bruckner porqué según él son muy parecidos y lo asocia a la metáfora (wiederkäuen) de Nietzsche–. Lynch dice textualmente: “no se contentan con repetir un tema sino que lo mastican y lo vuelven a masticar, de tal modo que el lector (o el oyente) acaban por descubrir en el asunto sentidos inesperados que permanecían enterrados bajo la superficie de los signos”.

No pretendo ser pretencioso, pero de común, lo que sea, en cuanto aparece, obedece religiosamente a los mismos parámetros. Si hablamos de masticar; si se insiste con el dale que te pego mandibular, descubrimos incontables e inesperados sabores.

Esto que he bajado (figura, 1), no es un dibujo pero me gustaría encajarlo en el amplio abanico que actualmente se concede a lo que llamamos arte y seguro que se puede considerar arte si aceptamos que discurre por los raíles del concepto, pues estos, son de tan ancha vía que entre ellos se podría meter al universo entero.

Me gustó lo de masticar porqué como cualquier otra palabra, si la agarras con insistencia, al conjurarla descubres que se pueden elaborar un sinfín de ocurrencias, parece como si, dedicados a extraerles el jugo, cada palabra pudiera desvelar montones de enigmas.

En bellas artes me llamaban el náufrago y este temprano vaticinio de los dioses se cumplió religiosamente ya que no interpuse defensa alguna a lo que presagiaron sería mi destino, aunque esto ahora, no creo que venga a cuento.

Un día conté, muy aproximadamente, los dibujos que se amontonan en mi estudio. No recuerdo la cantidad que tengo ni importa, lo que cuenta es su peso, su peso en días, en horas, en imágenes nunca del todo satisfactorias y en su fatídica decadencia. Pero lo que peor llevo es su esclavitud, el peso de lo que se me convirtió en un cautiverio, en un malquerido álbum que desbroza al detalle la ruina de mi vida, y por esto ahora me gusta jugar a los naufragios que sí, vienen a cuento.

Lo que quería desde un buen comienzo es buscar la manera de justificar esta deriva que me impele desde hace unos años a destrozar (y esta mierda es la martingala que tiene que ver con el llamado arte conceptual) viejos dibujos. Seguro que alguien lo hizo hace mil años o lo está haciendo ahora mismo en cualquier otra parte del mundo, vaya una originalidad.

No quiero remontar hacia atrás que luego me pierdo, pero es que no soy original ni conmigo mismo, que de siempre me ha gustado jugar con la casualidad, que este tipo de artificios me viene de mucho antes, de cuando insatisfecho con el resultado de un dibujo lo partía y para alterarlo pegaba aleatoriamente sus pedazos o, para continuar masticando mas posibilidades, los mezclaba con pedazos de otros dibujos que penaron la misma suerte. A partir de aquí, como de milagro, aparecía un mundo distinto, con la gracia de que, sin dejar de ser un producto de elaboración propia me resultaba mucho más sugerente. El azar siempre sacaba a relucir interesantes matices de entre las miserias rechazadas.

Mastiqué hasta hacerlo trizas, un antiguo dibujo y como un nefasto aprendiz en el arte de la marquetería de papel, he pegado con azaroso gusto pedazos y trizas, mas del revés que del derecho (¿Puede haber algo mas oculto que el adverso de un dibujo?), en una faena parecida a desbrozar y arar un campo para luego, al atardecer, contemplar el arrasado paisaje (figura 2), un desastre que de pié a que el Ave Fénix resurja.

Me gustaba y me sigue gustando una recuperación tipo ave fénix. Como una metáfora que cuente que todo lo que existe tiene su parte orgánica: la casita de pescadores con piedras de una antigua muralla romana brillando en su fachada. Así, mis dibujos pasan por mil avatares, los destruyo y recreo continuamente mientras sigan acompañando mis inseguros pasos y mal que me pese no puedo ni quiero evitarlo.

(figura 2)