Hoy, de buena mañana,
recordé el viejo y mal chiste que sobre el arte moderno, se viene
repitiendo desde tiempos del TBO, probablemente porqué, hace unos
días, una de nuestras adocenadas televisiones lo reeditó. Una
reportera o su equipo de esforzadas mentes pensantes tuvo la original
idea de poner en mano de una panda de niños de guardería una tela y
suficientes pinturas para embadurnar además del cuadro, un par de
metros de alrededor (en el antiguo TBO ponían unos simpáticos
monos). Se cumplieron estrictamente la previsiones que ya he
contrastado otras veces cuando grupos heterogéneos se ponen en la
faena de pintar en común, no importa que sean bebés, adultos o
primates. La secuencia es la siguiente: se empieza con cierta
timidez, al perder el miedo o el respeto, sea al material o a los
presentes, se inicia una estridente juerga gestual donde cada cual
experimenta autista con su estilo, formas y colores. Cuando empiezas
a pensar que no está mal, que mira por donde, los artistas se
empiezan a pisar la obra y por segundos se establece la competición
de quien ensucia y borra mas de lo que los demás han pintado. Lo que
mejor quedaba es lo primero que se embadurna y por ensalmo desaparece
cualquier atisbo de frescura o singularidad que en un inicio
despuntara. El descorazonador resultado final es en general y
haciendo justicia al estricto color y textura conseguidos, una mierda
considerable.
El desenlace humorístico
todos lo conocemos. Se expone la obra en un lugar de prestigio (Arco
en este caso) y entonces empieza el segundo acto que consiste en
burlarse sin medida de una colección de incautos que valoran en
sobremanera el cuadro. Esto gusta mucho a todo el mundo, tanto si nos
las damos de enterados como si somos neófitos en arte o en lo que
sea, disfrutamos cuando se pone en evidencia al ignorante o al
vanidoso, siempre claro, que no se dé el caso que seamos nosotros el
objeto de la chanza.
Esto, lo pensé en décimas
de segundo pues tenia concretado el relato, pero lo que me intrigó
de pronto y que a la postre me robó unos minutos fue el nexo que
unía la ridiculizante broma con una de las fuentes primordiales del
arte y la moda: atreverse con el absurdo, lo disparatado, porqué,
concluí, uno de sus ideales preferidos: lo que es o será bello, se
inspira a menudo en el desinhibido absurdo. Así el absurdo se
convierte en una de las materias primas, o primeras para elaborar sin
cesar lo que el tiempo o el azar sorteará o consolidará con
réplicas para que se convierta en gusto, canon o pesada convención.
Desde este punto de vista, el experimento, es uno más de los
desatinos que constantemente se proponen y el tiempo diluye. Más
intrigante es que se repita la idea y que siga gozando de simpatías.