23 septiembre 2011

A bote pronto


Esto va así: puede, lo que sea, funcionar unos millones de años y luego en unos cientos dejar de ser operativo. También pasa con las maneras de pensar y de hecho, en el trascurso de la vida los cambios son constantes. Ahora tiene buena fama por ejemplo imponer voluntad o espíritu de sacrificio u orden y mañana o dentro de cien mil años todo lo contrario, que lo que creemos no es otra cosa que una lectura terciada de la realidad y digo que no es otra visión que la que impone el sentido común, que no nos alcanza para otro mecanismo. Nada es bueno, ni es malo y los límites con que topamos son los que a la fuerza rigen (una especie de equilibrio ecológico) y fuera muros toca experimentar la incertidumbre. Es inevitable que circulemos por todos los ámbitos. No podemos estar quietos ni en la comodidad ni en la angustia. No nos podemos dormir en lo trillado que toca aborrecer cada cierto tiempo, ni soportar la incomodidad de la trasgresión que hemos de asumir e imponer si no queremos malvivir fuera de ley . El santo y el asesino buscan y encuentran amplias lagunas de impostada comodidad. Justificamos no solo textos, que toca estar en constante estado de revista: frescos, ordenados y convencidos durante largos períodos de tiempo.


En arte o lo que sea que hago, manualidades como últimamente vengo diciendo, es más de lo mismo, todo sirve y anda revuelto y no es tal como pretendo que sea. Si me aburre lo que venia haciendo; un orden donde busqué parcial acomodo y que, mientras duró, impuse con entusiasmo; se revuelve en gusto tantas veces contrario a lo que venia asegurando que no sé como me atrevo volver a defenderlo. La locura acecha si no se guarda largos paréntesis de concierto, pausa, orden, fe y certidumbres. No se a que atenerme cuando, si bien parece que puedo con todo, que soy libre de hacer lo que quiera, de cambiar de credo, al ponerme en ello, la necesidad de asideros para concretar lo que sueño, hace que se mida por centímetros lo que me alejé de mi caduca y pesada ortodoxia. La impostura es preciosa de pensar pero difícil de concretar. El surco que pretendemos en la mente queda en el lienzo como un ligero aire, un paso vacilante, detalles que quedan sólo al alcance de la aviesa mirada del que propuso la revuelta. Soy como soy y sé lo que sé, lo quiero todo, pero no puedo con nada. Me derrotó mi cabeza atenazada por los sobresaltos. Cojo, y cojeando, lentamente, me dirijo a ninguna parte y si cuento que llegué o que llegaré a lugar concreto, miento.


16 septiembre 2011

La fe entre otras cosas


Como de costumbre, divago. No tengo otro remedio, que me exonera de los desvaríos en que incurro, mis pobres conocimientos. La información enciclopédica me apabulla así que tiro de lo que, sin trabajo fue quedando: una colección de anécdotas manipuladas por embarullados intereses. Siempre me ronda el machacón: vete a saber porqué esto es así y no de otra manera, propio de los ignorantes.

Entre sueños, después de comer, oigo en la tontorrona tele una alucinante historia de unos primitivos artrópodos. Una voz relata, con cadente monotonía, la explosión de vida del Cámbrico, de cuando, según cuentan, aparecieron unos miles de nuevos y espectaculares bichos que el documental recrea en la televisión; miro de reojo; en forma de cinematográfico parque Jurásico alimentado con bichos de aquel período: unos monstruos de cuerpo duro, quitinoso y articulado que algún avispado director de ciencia ficción podría aprovechar para darles cancha de alienígenas peligrosos en alguna cinta de disparates extraterrestres, lo que me provoca meditar, que no hay peor monstruo en cualquier mitología que los que matan hombres, de los que ahora, ciertamente, nos van quedando más bien pocos, así es que, nos los inventamos o mejor dicho, se los inventan. Culpo en parte de la escasez de monstruos, a las lecciones que nos sueltan los documentales que explotan hasta el hastío la vida salvaje. Parece que está de moda contemplar a las camadas de leones como gatitos grandotes y cordiales, tanto, que, si se diera la ocasión y las pertinentes garantías, estaría dispuesto a acostarme amistosamente con un gorila espalda plateada.

Vaya con las noticias frescas del Cámbrico, luego, por curiosidad, miro en la Wikipedia, para ver que es lo que pone de este periodo, solo para redundar que el documental parece bien documentado. Un ignorante cabal como es mi caso, no le queda otro remedio que tener fe en la ciencia que, opino, cumple como un apañado dios de nuestro tiempo. Parece que, los dioses se concretan imprescindibles para un tiempo determinado, luego, sus características y cualidades decaen y las absorbe y adapta a los nuevos tiempos un redivivo dios que fagocita al viejo, pero en esencia no varían. Desconfío de los dioses que me tengo por poco religioso, pero el dios ciencia, por contemporáneo, algún crédito debe tener, aunque sospecho que quien valida el crédito es la fe, esta fe que algunos siempre andamos dispuestos a ganar o a perder y que ahora hemos decidido hacerlo a espuertas. Digo que ahora la fe se pierde a raudales, como si no fuera cosa corriente de todos los tiempo andar perdiendo y ganando afectos: que de siempre se deja de lado como si nada lo que se consideró imprescindible y se adopta como eterna cualquier idea de las que laten embrionarias. Las revisiones son, como no puede ser de otra manera, retroactivas y cambian nuestro concepto del mundo desde el mismo inicio. Explota un nuevo Big Bang en cada cerebro.

Ingenuo como soy, tengo fe en la fe, que es una curiosa manera de ser creyente. Tengo fe en que, algún día asumiremos como infranqueable tabú el que no nos podemos permitir ser los insaciables depredadores de unos recursos limitados. Se necesita mucha fe para creer que podemos darle la vuelta a nuestro cerebro como un calcetín, para poder perfilar un futuro plausible. Tengo fe en este tipo de imposibles, que es lo que tiene de bueno la fe, y algunas veces fantaseo, que ya son ganas de fantasear, con un egoísta orden nuevo que este mejor adaptado a la previsible precariedad que nos espera, un nuevo orden donde acomodarnos sin conflicto, pues deduzco, que el motor, la gasolina que enciende la fe destinada a mover montañas, es la incomodidad, la angustia asfixiante que provoca un orden en crisis cuando se manifiesta inadecuado.

La fe, pues, huye de razonamientos y si alguna lógica guarda es la de no rendirse a la dificultad, como arbusto que intenta sobrevivir entre las rendijas de un empedrado. El documental del Cámbrico me aleccionó en este sentido, pues los primeros vertebrados eran minúsculos y tenían ínfimas posibilidades de salir adelante y lo consiguieron, si es que consideramos un éxito que en su lineal descendencia estemos nosotros. El caso es que hasta aquí llegamos y nos creemos el rey del universo, que no oigo a nadie que nos replique. Pero barrunto que ahora actuamos fuera de lógica, como el virus que acaba rápidamente con la vida del que lo contrae. Muerto el perro muerta la rabia y en este caso, la rabia somos nosotros. Menudo futuro nos espera si seguimos con nuestro habitual y desmedido éxito.


10 septiembre 2011

La realidad

La realidad es punzante presente, es embriagadora, inconsciente e inaprensible ventana de lo verdadero. La conciencia, por el contrario, es reciclada memoria o proyección de lo que queremos que ocurra. Instalados en lo instantáneo saboreamos la eternidad, pero recordar nos condena. Confirmamos, como elementales dioses que somos, señalando piedra, vegetal o andante bicho con simples nombres lo que son, interminables cadenas de recuerdos insondables. Vegetales y bichos que traspasaron el tiempo a base de repetir con innumerables y desiguales copias un primitivo e incomprensible hálito, pulsión o misterio. La señora conciencia es entrañable mientras la realidad es epitelial, pura y dura superficie. No conformes con la simple realidad, intentamos aprehenderla y con la ilusión de conquistar sus esencias nos adentramos en el laberinto del tiempo y la memoria. Lo que trajinamos con la mente se vuelve fantasioso y el interminable fracaso de nuestro empeño lejos de arrendarnos nos lanza a nuevas y laberínticas búsquedas que nos alejan incomprensiblemente de lo que, al sentir, cumple con todo.


Fijar es nuestra obsesión hasta tal punto que nos dedicamos exclusivamente a ello y cuando, por desgracia, se derrumban a nuestro alrededor las virtuales construcciones que minuciosamente elaboramos, buscamos aunque no exista, firme sustento que nos valide, que nos ayude a seguir viviendo y es por ahí donde anclan nuestros dioses, sea lo que sea en lo que acabamos creyendo sin dudar. Sin entorpecedoras conclusiones, pienso que nuestros delirios en poco o en nada modifican la realidad pero conforman con eficacia lo que percibimos, así es que estamos obligados a andarnos con tiento, somos víctimas que no verdugos como a veces creemos, y elegimos más bien poco de nuestro destino por más que apreciemos que lo podemos modificar.


El delirio de pensar siguiendo impenetrables laberintos, es otra manera de vivir que se independizó poco a poco de la dictadura de la realidad. El cerebro que funcionó para sobrevivir se empezó a utilizar para usos tangenciales como, justificar el tránsito, conjurar abismos o proteger el deseo de las penurias y así lo que se desarrolló para adaptarse al acoso del presente, adquirió naturaleza propia enlazando con el pasado y el futuro. El lenguaje encontró en los signos un inicio de fijación que sirvió para disgregarse en los múltiples metalenguajes y las variadas simbologías que cada nuevo caso necesita.


A los estúpidos dioses se nos reventó el laboratorio sin comerlo ni beberlo. Pienso, igual que escoba que carga el diablo, que nada es elemental aunque lo parezca. La acrobacia de simplificar absolutos con la absurda concreción de darles un nombre demuestra que se necesita bien poco, casi nada, para empezar un buen lío. Quien dispuso conocer que uno es uno y todos los demás eran otros, no hizo más que concretar lo que las leyes físicas cumplen desde la más ínfima partícula, digo yo, que si estoy equivocado no importa, que el error puede ser fuente de azarosa inspiración.


Uno dijo: estoy yo y los otros, y otro mas listo, o mas aburrido, o por error, distinguió a su interlocutor, o a su amor, o a su enemigo recalcitrante y este específico otro fue el dos. Así la distinción elemental de uno, dos y los otros adquirió carta de naturaleza matemática. Será la ambición, o la necesidad de ordenar lo que resulta caótico, o la felicidad de saber que los de mi clan son cinco como los dedos de una mano, o lo práctico que resulta numerar para optimizar cualquier actividad que con este inicio y la suma de aportaciones cada vez más complejas, provocó que el desarrollo de lo que se aprendió en un instante glorioso, ahora muy pocos o nadie domine. Carga el diablo con bala la escoba y los lenguajes se multiplican incomprensibles para sus propios creadores, pero los derrotados dioses no pierden nunca la fe pues aprendieron a leer, a intuir que todo el universo no es mas que un inmenso conglomerado de signos que con infinita suerte y inagotable paciencia se puede llegar a descifrar. La pregunta del millón es: ¿para que?


El destino, pienso en el destino que por intuido preferimos desconocer alimentados por la fe de que todo es posible, la intranquilidad, la insatisfacción, el gusto por las rarezas que señalamos como espectáculo, los constantes desequilibrios que padecemos, la misma saturación o el aburrimiento, la locura o el delirio, o el simple hecho de que no podemos estar quietos y ahora, descifrar signos de cualquier especie, la huida hacia adelante del acoso del tiempo, el mismo y constante movimiento que lima, tropieza, rompe o transforma cualquier objeto, la amalgama de todo ello buscando aire para ser, para existir, todo ello más el infinito que no alcanzo y desconozco… me inclina a menudo a desear dejar de pensar y cumplir solo con el gozo de vivir en el delirio epitelial de lo que, por superficial, ahora mismo, en este instante, valoro como lo más preciado, delicia de lo que es fungible, de lo que no puede ser más frágil y delicado.