26 junio 2009

Dentro de un orden


Tengo un defecto inmenso que casi es pecado mortal, no me gusta trabajar. Defecto que por necesidad he de mantener a dieta, que no puedo, como me gustaría, holgar todo el santo día. Sigo pues, obligado, un horario de trabajo con fines nutricionales. Suena cada día laborable en la mesilla de noche, a menudo bien despierto, el despertador. Así aprendí que nunca nada es del todo malo. Descubrí que para mí, las mejores horas del día resultan ahora las que van entre las seis y las ocho de la mañana, mientras me manejo, aun incontaminado, a solas con mis pensamientos. Una imagen fugaz enciende, esporádica, una cascada de razonamientos que alimentaran después toda esta catarata de reflexiones que luego busco compartir.

¿Cómo no enamorarte del orden? Pensaba de buena mañana mientras para reforzar la imagen recreaba un idílico, pulcro y geométrico jardín.

De pequeño me resultaba incomprensible que fuera pecado la carne y me pellizcaba incrédulo los brazos ante la estupefacta mirada de mi amigo Eduardo. Me sonaba también muy raro lo de animal racional compuesto de alma y cuerpo. Hoy en día, con los grandes porcentajes de ADN compartido con gusanos miro como hermano a los simios. No será tanto el alma lo que nos hace distintos sino la habilidad adquirida de luchar para conquistar frágiles espacios ordenados como perfilados jardines versallescos. ¿Que es sino orden, letras, matemáticas y música para poner unos ejemplos? Nuestras ciudades, muebles y artilugios acotan minuciosamente los intratables absolutos. Es cierto que no hay un único tenedor pero nos entendemos a la perfección cuando los nombramos. Vive el mono en la selva y nosotros en grandes ciudades. Se cubre con una hoja la cabeza cuando llueve y nosotros tenemos aire acondicionado. ¿Es nuestra alma la que genera estos útiles objetos inanimados?

Deploro carecer de carné de conducir y así no poder transitar, sólo, por sinuosos y ordenados caminos, como este del caos que inicié un veintitrés de junio del 2006 en la mágica, tronante e insomne noche de San Juan. Seguí luego con la necesidad de parar el tiempo, pincelé también un poco del arte que cultivo, hablé del sedante delirio de viajar y terminé el mes de junio, hablando de transgredir el orden y acotar el desorden.

Este año, la noche de San Juan la pasé casi a solas de puntillas. A la mañana siguiente, al atardecer, asistí en un tugurio a una reunión de poetas domésticos que recitábamos sentidos poemas protegidos por la amistosa solidaridad de los que se reconocen como hermanos de laberinto. Acusé de sobremanera, en el desordenado y un poco triste ambiente bohemio, una ligera sensación de cálida claustrofobia, de pertenecer a una secta de conspiradores contra la modernidad que enemiga bulle en el exterior, y es posible que en parte, así fuera. Al salir, mientras Ene conducía suave entre el tráfico de la noche, entré en éxtasis medio adormecido por el murmullo de la conversación entre los poetas que viajaban en los asientos posteriores. Sin resistencia alguna mi relajada mente se prendó del estimulante espectáculo luminoso que ofrecían las calles comerciales de Andorra bien protegido dentro del vehículo y bien acompañado por unas azarosas y excelentes melodías que vete a saber que radio emitía. Así, desde mi burbuja automovilista, como espectador privilegiado de un mundo rutilante, aprecié indefenso la rotunda belleza y singularidad de un determinado orden que en aquel momento brillaba perfecto en mis pupilas.

18 junio 2009

Reflejos


Yo no soy nadie pensé en la contemplativa madrugada de hoy y por lo tanto no soy filósofo, quizás, porqué jamás se me ocurrió serlo cuando me tocaba la hora de ser, pero por lo que he entrevisto en este mundo, todos nos sentimos un poco Sócrates aunque luego quien cuenta es Platón. No sé como me atrevo hablar de lo que sólo conozco por referencias en los libros de texto u otras lecturas dispersas, sino es porqué últimamente me asaltan nieblas, o sombras, o espejos, y estos reflejos los asocio a la caverna del filósofo.

Desperté hoy con un leve y matutino insomnio que me hace reflexivo, muy reflexivo si es que debo hacer caso a que, de inmediato, mi atención quedó fijada en el reflejo que daba el cristal de la ventana abierta de mi habitación y que por un efecto espejo, doblaba visualmente una persiana idéntica a la real, una contrastada ilusión sin ninguna solidez. Puede ser que así empezara Platón con sus sombras.

Llevo muchos días de crisis, tantos que no creo que pueda definir el vivir si no es como una discontinua y empalagosa crisis de vivir. Quise por necesidad intentar flotar, me obligué a nadar, pues que yo sepa a nadie le gusta sufrir el ahogo profundo de la insatisfacción y a causa de ello me puse alocado a indagar sobre lo esencial, sobre lo que creía más substancial y me pareció que debía andar alrededor de las grandes cuestiones intemporales, los absolutos de siempre, los de los nombres fundamentales como Dios, la belleza, la justicia, el tiempo, el espacio, el amor, lo real, prendido obsesivo a conciencia por una necesidad vital de conquistar la verdad. Absolutos que resultan luego inabordables, tiempo que parece desperdiciarse en el inútil esfuerzo de comprimirlos, de simplificarlos, de hacerlos comprensibles. En estas lides encuentras, tantas veces, inesperadas simples y gratificantes conclusiones, que quiero pensar que por ello, quedas con creces compensado de la aventura de pensar.

Reflexionaba esta mañana insomne, sobre el efecto espejo y su engañosa verdad cuando descubrí que no empezamos a ser hasta que nos preguntamos por quien es nuestro reflejo, o sea que, sin un físico espejo donde poder vernos no se puede llegar a ser. Nuestro conocimiento nace pues de un espejismo. Nadie puede ser por si mismo. Esta obligada y tangencial manera de acercarse a la realidad es quien crea nuestros enmarañados mundos empañados por la falsa percepción de los espejos. La realidad no puede existir sino es en el marco que desvelan los reflejos, las reflexiones. Reflexiones que acostumbran a ser inciertas y dolorosas pues la anhelada plenitud que se consigue con la felicidad sólo es posible desde la inconsistencia del no ser (esto que viene a resultar la totalidad del ser, otro absoluto incomprensible de por si).

El éxtasis, la felicidad, es pues irreflexiva, inmediata, despersonalizada, situada en el limbo etéreo que nos da la inmediatez del vivir sin pensar. Instintiva y fugaz, abarca en su elementalidad instantánea tanto brillo que su recuerdo --una ilusión-- nos seduce y nos obliga para siempre a la insatisfactoria tarea de perseguir sus reflejos. Estamos castigados a luchar sin descanso con sombras en medio de la niebla para encontrar la luz en contados y ocasionales despistes, cuando desconcentrados e irreflexivos fluimos inconscientes fuera de nosotros mismos, cuando no somos nada y que luego en posteriores reflexiones, pensamos, sabemos y sentimos que fue cuando más fuimos.