Obama ya gobierna, bueno, gobernará, en la medida en que pueda mandar el presidente electo de la nación, que sobre el tapete, es la más poderosa de la tierra. De la traducción en directo que hacían de su discurso por la tele percibí la intención de dar un paso atrás como para tomar carrerilla para dar un salto hacia delante, intentando sortear estos tiempos en que el neoliberalismo a ultranza ha permitido que los listos arramblaran con todo sin descaro, desde la óptica de que la riqueza crea riqueza sin necesidad de ningún tipo de control. Y desde este cuento de la óptica y el paso atrás de Obama me da por recuperar el castizo refrán de que siempre todo es del color del cristal con que se mira.
El hombre triunfa o fracasa, o mejor dicho triunfa y fracasa, más allá de lo que se establece como triunfo y fracaso en los varemos contemporáneos, o en el papel cuché o en los concursos televisivos. Incluso diría que, triunfa y fracasa más allá de lo que la sociedad doméstica, o sea, su vecino piense sobre él. Porqué el triunfo y el fracaso es primordialmente una sensación íntima, si, pero que a menudo está condicionada por estados anímicos temporales o circunstanciales. En cualquier caso el triunfo y el fracaso son el reflejo de una simplificación, como el título de una crónica, como el Obama gobierna de este post. Simplificaciones que esconden una historia que no merece nunca tan sucinta síntesis.
Las palabras contundentes nos gustan más que un caramelo a un niño y así yo mismo, celebro gozoso, palabras como: triunfo, felicidad, verdad, Dios, fracaso, etc. Palabras falaces, veladuras que esconden detrás de su contundencia, un torrente de triquiñuelas inventadas y consumidas para ir tirando. Cuando te bajas de la nube mística de su potente presencia al terreno llano de la vida cotidiana, percibes que tanto si estas triunfando como si fracasas nada se inmuta, todo sigue igual, como si nada. El soldado reventado moral y físicamente por la batalla, siente piar los pájaros impertérritos, inmunes a su desastre. Es lo que tiene el tiempo, pasa sin remedio, sea cual sea tu estado de ánimo.
Resulta que el triunfador televisivo cuenta, pasado el tiempo, que su vida fue un desastre. Subido en la cresta de la ola de la fama, admirado por medio mundo, la vorágine del éxito se lo había comido irreflexivo, perdió pié en la realidad y necesitó media vida para cerciorarse de que el éxito social no llevaba implícito el éxito íntimo. Necesitó media vida para volver a dar valor a lo que el hombre de la calle no pierde nunca de vista.
Así reflexionaba de buena mañana y entre el Obama, el éxito y el fracaso, el cristal con que se miran las cosas, se me apareció una palabra pequeña sin la cual la vida se complicaría mucho. Todos apuramos, aún sin salir de casa, felicidad, amor, éxito, fracaso, dolor, olvido, tristeza, alegría, toda la gama de emociones posibles, la representación tragicómica de lo que es una vida. Pero lo que luego resulta casi imprescindible para vivir es una cosa tan pequeña como la ilusión. Sin ilusión, el futuro, la vida es una mierda y la ilusión como su propio nombre indica es sólo un engaño, un ardid, un cuento.
Obama es un ilusionista que nos promete cambiar el cristal con que debemos mirar las cosas.