28 diciembre 2007

Felices fiestas

No quiero este mundo de felices fiestas y como correctivo me resignaré a soportar lo que caiga aunque resulte doloroso. Me subleva que se proclame una felicidad de factura general. Rechazo por instinto estas simplificaciones que alimentan los que, por alguna turbia razón, se preocupan en adoctrinarnos de como debemos vivir. Recelo de una felicidad de pote como la que parece emanar de esta caja aleccionara de simplicidades en que convirtieron las televisiones. No es pose mi rechazo, simplemente no puedo y no duden de que, cuando me ataca el pesimismo me da por envidiar los efectos hipnóticos de esta roma felicidad. No tiro pues cohetes por esta empeñada elección que me obliga a plantearme constantemente si de verdad elijo cuando me hallo inmerso, sin haberlo asumido, en este o aquel lado de lo que dicta la corriente cuando no es nadando en su contra.

La felicidad tiene su miga, y si nos paramos a lo que en cada tiempo se establece como bueno con parámetros que alguien osa definir, veremos que ahora, andamos como locos interesados en comprar la felicidad como si fuera un botín. Un rebaño de ilusos persiguiendo a base de dinero una pieza que nunca para quieta y que a menudo se da un festín con los restos del infeliz cazador.

Acotan y regulan nuestros mentores con desigual destreza cualquier actividad no tanto para procurar nuestra satisfacción, como para controlarlo todo. Demuestran tal efectividad que pronto llegaran a plantearse como obligación entrar a saco en el mundo de las emociones. Este rechazo a recetas que atienden a la mayoría afecta a los que se nos indigesta el café para todos o la tila o el ricino con que cuidan de empacharnos cuando les conviene. Todo el tiempo estamos ocupados en rendir para tener crédito con que gozar de una felicidad impuesta, esto sí, pagando a tocateja. Que no pare, sentencian, esta maquinaria contra la que desde hace tiempo desertamos de luchar de tal manera que ahora, cuando levantamos la voz por cualquier cosa, nos amenazan con que nuestras protestas perturban su buen funcionamiento y puede dejarnos en la pura inopia.

No es que mi felicidad sea caprichosa, que quizás lo sea, lo que pesa en este dislate aunque no tenga materia, es la necesidad que tengo de satisfacer a una personalidad que anda por ahí exigiendo gusto a sus particularidades y a esto ando sirviendo. No me deja constreñir a una felicidad con unos varemos que por si solos me provocan irritación, y si lo que se me impone para conseguir esta prometida felicidad me hace infeliz, no necesitaba para este viaje de tales alforjas.

Así, desatiendo las verdades obtusas que me venden. Uno se agotó de perseguir fugacidades impuestas, cansa esto demasiado y ya con el horizonte menguado de sorpresas que no sean las previsibles, espero ahora armado de paciencia alguna alegría discreta, amparada en una literatura elaborada desde el desierto, intentando provocar mágicos espejismos de laboratorio que alivien la sed irredenta que nutre la desesperación.

22 diciembre 2007

Propósito de enmienda


Me miré desnudo en el espejo y días después, la curiosidad de indagar en el recuerdo me llevó a distinguir, entre otras acepciones que entonces solapé, la necesidad de mostrarme tal como soy. Ahora, solo unos días más tarde, lo encuentro de una presunción infantil que me ruboriza. Hoy, mientras enciendo fuego, mientras pienso en dejar de escribir, o mejor, dejar de intentar escribir, me parece ridícula aquella orgullosa pretensión de exhibirme sin artificios. Sin apenas reflexionar, me asalta en oleadas la sensación que lo artificioso no tiene porqué ser distinto de lo real, caso de que la realidad existiera. La tendré en cuenta, pienso divertido, en cuando se revele idéntica desde distintas perspectivas.

En realidad esgrimimos a la realidad como espada, la utilizamos como sicario a nuestras órdenes, como irrefutable prueba de que nuestras convicciones son las verdaderas. Y es que las palabras, estas dos de momento: verdad y realidad, cuando se ensañan con la precisión se convierten en diosas intolerantes.

Abandono unos dioses para refugiarme en otros con la fe de que su bondad me redimirá, y luego al perder la fe entre los escombros de la vida cotidiana, arrimo el ascua a mi sardina y amontono a todos los dioses que considero oportunos en el capazo de razones que deberían justificar la existencia. El caos bendice este alocado movimiento de razones que como relámpagos brillan y se desvanecen, porque esta es su ley.

La ley de la Navidad, el color de los días que reclaman enmienda. Propongo, como regalo de poco gasto, intentar desprenderme de pesadas palabras con connotaciones sagradas, como felicidad, verdad, amor, realidad, razón, justicia, fe y arreglarme con contenidos menos complejos, como podría ser el dirigir mis facultades hacia cuestiones de poca trascendencia, por ejemplo el que se me reconozca en confianza como vecino y digo en confianza como el crédito que debo ganar para conseguir que una buena mayoría de los que me rodean se sientan cómodos en mi presencia y si esto no es posible, al menos no incomodar. Esto no me debería privar de ser flagelo de los que como mosca cojonera me fastidian sin remedio.

15 diciembre 2007

Un desnudo de caos




Me imaginé desnudo en la báscula cuando, hace unos días, Ene se interesó por mi peso de buena mañana. La palabra imagen desnudo me impactó por su carga simbólica y el vértigo que me produjo discernir entre una avalancha de acepciones intuidas. Me alivié al desviar mi atención hacia un sólido desnudo natural.

Natural. Como si hubiera algo que fuera natural. La naturaleza del caos no es abarcable y como tal no se puede medir ni codificar, pero lo mismo ocurre con casi todas las cosas, como por ejemplo mi nada etéreo desnudo. El tiempo juega malas pasadas y cuando me da por valorar mi imagen, esta ya pasó. Puedo atender del cuerpo aspectos parciales en estadios incorrectos y por lo tanto falsos. Me miro desnudo a través del espejo y ver el desnudo no es más que ir extrayendo pedazos maltrechos desde el recuerdo.

El caos participa de lo absoluto y la totalidad no está a nuestro alcance, pero la decisión de estudiarlo, implica al instante, que las probabilidades que atesora pasan de infinitas a finitas, se vuelve, en cierto grado, manejable. Le metemos mano al caos y se vuelve inmenso pero manipulable y esto procura un orden. El orden, de complejidad pareja al caos, queda formulado en precaria estabilidad pero suficiente para verlo, medirlo y encontrar donde y que podemos modificar, donde y como podemos incidir para que sirva mejor a nuestras necesidades.

Medí con cánones mínimos y superficiales asociados probablemente a la salud y a la belleza mi cuerpo lozano y esta mirada parcial y tramposa entrevista a través de un tiempo de espejo, posibilita datos casi correctos. Consigo una información plausible que de la totalidad de la imagen nunca hubiera podido conseguir. Puedo decidir acciones o actitudes con datos parciales que mi atención elaboró a base de una delirante simplificación. Sé, ahora, si lo que me conviene es ir a la Corporación Dermoestética para cambiar mi aspecto a lo bestia, o tengo que hacer régimen, o emprender alguna actividad física adecuada a lo que pretenda suprimir o fortalecer, pero también puedo, siguiendo cualquier otra lógica, hacer todo lo contrario. O no hacer nada y dejar que disponga el cuerpo del ritmo natural al que lo acostumbré a vivir, donde la parte natural es que lo que sea, será. El hecho es que observar una cosa caótica la vuelve predecible e implica que puedes modificarla en parte, pero también puedes dejarla tal como estaba aunque ya nunca será como antes de ser observada. El mirar no solo elabora sino que modifica constante el objeto observado.

Alejé de mí el vértigo del desnudo y hoy extraigo una de las opciones que eludí para que participéis de ella, más que nada porque el desnudo del que hablo no será si no cuento con vuestra obligada observación. Hablo de este diálogo interno que es cómplice de vivir, este diálogo cifrado entre el yo activo que ejecuta y el hondo cultural instintivo que manda y que a menudo roza lo caótico o indescifrable, al atenderlos, se crea un doble diálogo que modifica la percepción original. Pienso el porqué pienso esto y el visceral pensar se vuelve más predecible. Ya sé que no se puede escribir un relato que ocupe la totalidad en su fluido transcurrir: la escurridiza realidad, pero no abandono el deseo de mostrar la desnudez de esta esencia, el tal como soy. No sé aún como interpretar este deseo de mostrar lo íntimo, esta complacencia radical en enseñar como funciono: la exhibición sin artificios de los artificios, de las trampas, recovecos y búsquedas, los esfuerzos en descifrarme, en dar con las claves que me acerquen o que parezcan acercarme a la realidad. Quizás lo que pretendo, es que, al guardar constantes dudas de mi bondad, puedan los que me observan disponer la generosidad de una absolución.

Aunque, nadie puede evitar ser tramposo en el sentido literal. ¿Quien no achica la barriga o saca pecho? ¿Quién no esconde con las manos lo objeto de pudor? ¿Quien no se afeita, se saca brillo o colorea? Me parece que sin este tipo de ayudas, de artificios, no existiría nada, ni desnudo ni vestido.

La encadenación de manipulaciones crea otra realidad sobre la realidad. ¿Es máscara o suplantación esta otra verdad? La verdad de los apaños para o en sobrevivir.

08 diciembre 2007

Sinopsis de una biografía anónima.


Por decir algo.

Un día engarzaré las palabras justas para redactar la introducción y al amparo de su precisión fluirá incontenible el relato biográfico.

Introducción.

Me repito como ajo, pero insisto siempre en lo mismo. Si he de resumir la vida en una palabra esta podría ser amor, pero al atender cualquier palabra que de por si sea grande, se expande con tal fortuna su desmesura que luego incontenible todo lo contamina. Su cuestionable presencia preponderante desmerece y falsea los infinitos colores que nutren el laberíntico caos.

Prólogo.

Padecen los allegados del narrador por su temida incontinencia. Les trae a mal vivir el saber que el prócer quiere titular su biografía “Nada en el tintero”. No sufra aquí nadie por esto, que este anónimo no tiene conocidos, y si algún sujeto paranoico pudiera sentir temor de verse involucrado inadecuadamente en tales divagaciones, se de muy buena tinta que esta biografía se titulará si nadie lo remedia “Que poco que recuerdo” o “No sé si siento que se me olvidara todo”

1.- Año primero.

El invento tiene una impoluta memoria nueva e inconexa a estrenar. Tiene tantos cabos sueltos que es cuestión prioritaria enlazar algunos. Así se encuentra sin comerlo ni beberlo. Esto no priva al bebé de ser inmensamente feliz y que nadie me lleve en esto la contraria pues la cuestión me corresponde y no permito discusión. Es cierto que se inicia al mismo tiempo en sentimientos desdichados y llora, pero en el balance gana la felicidad por goleada. El bebé está en un cielo y me da por sentirlo curioso. Los temores absolutos que le asaltan se subsanan con facilidad por el arrojo irrefrenable con el que se sirven de serie. Quizás la sombra de esta dicha sea un fácil aburrimiento. El mundo le crece y se complica con las cosas que aprende pero prefiere sin dudar la excitación que le proporciona lo que le es desconocido. Puede vivir y vive muy feliz sin saber quien es, ni a que se dedica, y desde luego nada pretende fuera del instinto de vivir al instante.

En esto estaba tan contento hasta que a caballo de un taca-taca experimenta unos sentidos encontronazos con la realidad. Empieza pues a sentir que es alguien y se encuentra en la necesidad de tener que protegerse de según que excesos. Poco debe frenarle el dolor cuando se trata de aprender. Y entre el dilema que le plantean las dolorosas punzadas y su exasperante y cautivo freno deberá practicar a jugar con riesgos, acotando con rigor sus límites más peligrosos que le definen la muerte intuida.

2.- Año segundo

Ya veremos.

01 diciembre 2007

La realidad cotidiana

La realidad siempre cumple aunque no la atiendas. Le llevo de buena mañana a Ene un café largo recién hecho y tres galletas María con la mejor mantequilla del mundo. La despierto y aun medio dormida pregunta: ¿Hace frío? Si, cuatro bajo cero. ¿Te pesaste hoy? Sí, como cada día. ¿Adelgazaste? Sic. Interrogatorios que se interesan por hechos cotidianos y por lo tanto reales ¿Llueve? ¿Está nublado? ¿Funciona la calefacción? ¿Queda leche? ¿Te tomaste una aspirina? ¿Te quedan camisas limpias? Hoy tocó el peso y yo me imagino de inmediato desnudo, sometido el dictamen de la báscula. Pesé desnudo ochenta y tres quilos y setecientos gramos, doscientos gramos más que ayer a la misma hora.

Digo peso desnudo, porqué es un peso más real, pienso, y se fija la imagen y luego la palabra desnudo y me propone ella tan amplias acepciones, que reboto al origen salvando el vértigo y corto el viaje con un, desnudo es desnudo, sin ropa, a pelo, en pelotas, como Adán. No quiero ser prolijo porqué no quiero. Funciona el cerebro y empieza a perder la realidad tersura y si continuas pensando, desaparece cualquier resto si aún quedara algo de ella. Entraste en el mundo de las suposiciones.

No me extraña que recuerde tan poco si casi todo lo que pienso pertenece a la esfera de lo imaginado, Título de mi autobiografía: “Supongo que no recuerdo nada”. Es probable que algo recuerde, vaya, que algo recuerdo es seguro, lo que no es seguro es que tenga nada que ver con la realidad. Lo que ocurrió hace tiempo, tiene más que ver con ahora, con lo que describe la realidad inmediata de estar desnudo encima de la báscula que el no saber nada sabiendo que algo sabré si me lo propongo, porqué el que controla mi peso, el de hoy, el de ayer, es el sujeto que valorará lo que convenga de todo recuerdo pasado. O sea que tendrá más que ver con esta realidad que con la pasada

Me pregunta por el peso, ahora de pie, atento a despedirme y pienso en un desnudo abstracto y luego vuelvo a esta realidad que tan mecanizada mantengo que ni siento que sea real, de tal manera que mi abstracción me lleva a un desnudo que por atención se convierte en una realidad más real que estar de pie despidiéndome. Así la realidad es un sueño que se repite con metódica precisión cada día. Mantengo el piloto automático puesto si el día es corriente hasta que algo altere la percepción de seguridad del todo va como siempre. Mientras tanto pienso, ando en el mundo de la fantasía, de tal manera que estoy poco atento a la mecánica diaria mientras elaboro constante ilusiones, ficciones, relatos que van desde las divagaciones anecdóticas de lo que estoy haciendo a otros mundos imaginados, que se alejan irremisibles de la realidad hasta que, de sopetón, esta aparece con física presencia.

Salgo de casa con el día amanecido y lo repito cinco días cada semana, y lo más real del trayecto tiene que ver con el tiempo mismo, ahora el frío, el sol, el viento, el aire que respiro profundo, miro el reloj y procuro el paso preciso que me marca el tiempo que dispongo y mi realidad, alejándose otra vez de lo físico busca sin respiro alguna cosa en la que entretener una cabeza que sin descanso ha de laborar a todo trapo.