22 septiembre 2007

Ficción sin ciencia

La máquina no es más que un desarrollo sofisticado de la herramienta. No se me ocurre una que no funcione con sentido pues son concreción del ingenio para mejorar una actividad. Se les exige así pues funcionalidad aunque su cometido solo sea el recrear las absurdas locuras de su creador.

Me invade la tentación de convertir esta habilidad para construir maquinaria en una metacreación en la creación, prolijamente explotada por otra parte en la ciencia ficción. Este delirio se inspira en lo que Stanley Kubrick plantea en 2001 Una Odisea del Espacio.

De la infinita cantidad de probabilidades que genera el caos una es el orden. Algunos tipos de orden el azar los apaña para consolidarse un tiempo. Estrella o gusano, prisioneros de esta fijación imperdurable crean la ficción de trascender el tiempo replicándose y así transmitir con mejor o peor fortuna el orden conquistado. Esta es la mecánica de ganar pedazo a pedazo la eternidad a base de replicas de cada orden. La disfunción orgánica terriblemente desequilibrante empieza cuando esta mecánica evoluciona y sin dejar de estar sujeta a la necesidad intrínseca de la supervivencia, siente que siente, recreando desde este mismo momento un universo paralelo a la altura de las luces de esta mutación. La máquina quiere entender pero no ha sido creada para ello.

El caso es que este ser pensativo, ensimismado y melancólico, recrea la creación desde un mundo de ideas, alguien en un principio, piensa, debió pensar en crear el universo. Cree que alguien creado creó.

¿Y porqué no? El hombre se ayuda de herramientas para mejorar o superar sus limitaciones orgánicas. Son prótesis externas con las que pretende subsanar las deficiencias con que la naturaleza le dotó y rizando el rizo desea ahora lo que la naturaleza nunca procuró, que es crear máquinas pensantes, réplicas de un mundo ideal, elaborado a la medida de los dioses que se inventaron.

Tiene lógica que máquinas ideadas para pensar lleguen a superarnos sin problemas, tienen, claro, el defecto de que por ahora no saben replicarse, pero todo se andará si el tiempo y las autoridades civiles y militares lo permiten.

Todo esto sin hablar de biótica.

Me voy a Jaén a digerir todo esto.

19 septiembre 2007

Palabra



Aposté que la primera palabra fue comida y perdí. Que lujo el decidir cuando gano o cuando pierdo.

Con estas trivialidades me entretengo de buena mañana.

Dije que la segunda palabra fue peligro y acerté aunque de pura casualidad.

Antes del caos sin duda fue el orden y si no, pues corrijo.

Antes que la palabra fue el silencio, aunque el silencio no exista, un ruido de fondo ensordece el universo.

El ruido es un producto de maquinaria en movimiento, aunque todo el mundo intenta moverse en silencio. Cada bicho tiene un depredador del que esconderse o una víctima que levantar.

La primera palabra no fue ninguna palabra sino un ruido surgido del miedo, un desgarrado sonido que atravesó los conductos orgánicos como explosión de entrañas acongojadas, temerosas, dolientes. Un ruido sin forma, siempre distinto y sin otra utilidad concreta que ser sonido de la mala suerte.

La economía de la supervivencia no desaprovecha nada y el ruido anormal enciende la alarma. De ruido inconsistente a ruido de alerta y a su asunción como de signo de peligro son pasos plausibles.

La primera palabra eran todos los ruidos que alertan del movimiento, estímulos a la atención para no ser comidos.

La primera palabra, como todo magma primigenio abarcaba todas las palabras, todos lo sonidos.

Estas intuiciones me vienen de un estudio científico sobre los Carcopitecos de nariz blanca.

La primera palabra articulada fue peligro y la segunda pudo ser mimética de la primera para distinguir dos peligros, el que viene por tierra del que vuela.

Que magnifico invento este de las orejas.

Y el juego que dan, si hasta se les puede colgar unos pendientes.

18 septiembre 2007

Uniformes y colores

La condición sectaria de determinados grupos sociales se hace más evidente con el uniforme de rigor. Encuentro deleznable la uniformidad por aburrida y alienante. No entiendo otro gusto en parecer iguales que la pelota picada. Aunque celebro los uniformes que cumplen la función de alerta peligro que para esto se lo ponen. Como sufridor de años victoriosos sé que como mas totalitario sea un régimen más tendencia tiene a uniformar al personal o uniformarse el personal y sentirse además orgullos. El absurdo orgullo de unos colores.

El tema me importa un bledo. Soy de la liga de los sin bata. Pero como me las doy de artista, por lo de los colores, hoy, de buena mañana, (esta buena mañana que me encuentra receptivo para hurgar cualquier tema) pensaba, (todo mi yo vestido con uniforme de verano, bien empastelado), que no me gusta vestir colores claros. Cada cual, ya se sabe, guarda en lo que puede su aspecto y cultiva querencias y fobias. Un día alguien de quien aprecias su criterio te comenta lo bien que te sienta determinado color y sin casi darte cuenta llenas el armario de verdes. Acto seguido me imaginé con horror vestido de blanco, moreno y con gafas de sol, vete a saber porqué tal fobia, debo tener tendencia a huir de uniformismos tópicos. En esto estaba cuando caí en la cuenta que mi gusto por los colores obscuros no deja de ser también una uniformidad.

En el trayecto hacia el trabajo, el paseo matutino donde me entretengo con estos razonamientos, me crucé luego con padre e hijo de la secta de los pintores de brocha gorda, iban de mono blanco estampado con caos de gotas de colores. No deja de ser curiosa la afición por lo blanco en profesiones con imposibilidad evidente de guardar la pulcritud, me vienen como relámpagos imágenes de matarife, de carnicero, de médico cirujano y ya más tranquilo de cocinero, aunque mira, me consolé, peor sería vestirlos de negro como los curas de sotana. Las imágenes que nunca cesan me llevan del negro de cura de pueblo a los extremos colores cardenalicios, a los blancos roquetes y las doradas casullas, al arco iris de los pomposos rituales religiosos. No se quedan menos cortos los militares de verdosas tierras que inventan actos para adornarse con fajas, estrellas, condecoraciones, borlas, pompones, hasta plumas se meten. Es suficiente, necesitaría un diccionario enciclopédico de cada secta para dilucidar colores, suplementos y complementos de sus delirantes distintivos.

Lo del austero y simple uniforme obliga solo al militante raso, la misma historia de siempre, primero uniforme, luego jerarquía de colores hasta caer en lo más friky.

El que anda adornado como un retablo barroco, como un árbol de navidad yanqui es el que mas manda. Coño con la distinción.

14 septiembre 2007

Viajar y saber

Una olla podrida es mi guiso para entender el mundo, necesito de este recipiente donde todo cabe. Esta receta no es muy exquisita, pero nutre, aunque siempre me queda la duda de si además es saludable. Y es que, aunque me encuentre o seamos solistas radicales, este mundo que vivimos resulta coral. De las historias celebro su condición de parábola y de las palabras la maleabilidad de que hacen gala. Ayer hablaba del río como parábola de la vida tal como la leí en los versos de los poetas medievales. Hace un tiempo utilice en un post el esquí, no de fondo, sino como fondo de este trayecto vital y ahora enfrascado como estoy en palabras redundantes como verdad, saber y vida, tropecé en la misma piedra con viaje, doble contra sencillo que nada tiene de original esta semblanza.

El viajar, nos aleja de nosotros mismos en un trayecto lo suficientemente elíptico para contenerlo todo. Y aquí me encuentro con la querencia, que recreo, de apoyarnos en historias para explicar historias de historias en una espiral sin fin de relatos. Hay momentos en que las reflexiones en vez de acercarnos a la realidad nos alejan irremisibles de ella hasta hacernos temer de su existencia.

Viajar y saber, aunque los viajes de mi vida, no los ficticios sino las historias reales, estas que todos sabemos que estamos viviendo, que no atienden a las palabras vertiginosas que nos radican en mundos inciertos, pues, viajar, lo que se dice viajar he viajado poco. Puedo excusarme y de hecho me excuso en la precariedad económica en que siempre he vivido. No es excusa suficiente ni creíble. Nunca tuve este impulso o necesidad que nos mueve a viajar o a cualquier otra actividad a contrapelo. Nunca tuve la voluntad insobornable de viajar, pero si pude imaginar que viajé casi con el mismo placer pues el mundo real y el ficticio no están tan alejados, andan cogidos de las manos.

Hoy por la mañana empecé el viaje, vi con meridiana claridad que saber es como viajar. Andas o aprendes de un sitio para otro. Un viajero empedernido puede con el tiempo y la voluntad necesaria sacar de sus viajes una idea particular del mundo entero, pero lo que nunca puede es pisar cada palmo de terreno. Si viaja a muchos lugares los conocerá en superficie y de esta piel es de donde extraerá sus personales conclusiones. El que no viaje andará por la comarca o no saldrá del barrio y el tiempo sin quererlo le conducirá a conocer a su mundo con una intensidad fuera del alcance del explorador ajeno. Pero al fin lo que saben y no saben el uno y el otro se igualan en lo que de común tiene la experiencia de vivir. Quedará como remarcable, anecdóticos ritos, costumbres y creencias exóticas, lo mismo que explotan con reservas las revistas de viajes y cuentan o novelan los relatos de trayectos y aventuras.

No quiero ser científico y que conste que tampoco puedo, tengo problemas para elegir siempre, y por supuesto entre viajar en extensión o en profundidad. Escoge cada cual entre cosas diversas lo que le parece, los itinerarios, el tiempo y la profundidad de los viajes, luego las sorpresas las podrá sin medida el azar. Sabemos que no podemos hacer todo lo que deseamos. ¿Quien decidirá que elección fue la correcta? Pues nadie, pues todo el mundo, pues ni en esto me pongo de acuerdo, decidirá o el yo autista que no atiende lo que no sea su intima realidad, o el tu curioso, alerta, comparando con las señales que de todas partes llegan. Y que conste que eludo el juez más complicado y que es al fin quien cualifica definitivo, el recuerdo.

Así de sinfónicos y enrevesados se nos vuelven los viajes, la vida y el saber y si no fuera porque las particularidades de cada uno acostumbran a ser comunes no podríamos entendernos, es por esto mismo que puedo volver a contar otra vez este mismo discurso de manera diferente, como lo contamos todos, tan distintamente iguales.

11 septiembre 2007

Si quieres ser patriarca

El frasco de las esencias del buen patriarca es la sorna y la sorna se elabora con aromas de viejo, de hecho se elabora mejor si se procura ser viejo antes de llegar a serlo. Este tipo de viejo se hizo sabio sin necesidad de vivir, se hizo sabio mirando y acumuló con esta mirada desapasionada la injusticia del tiempo y el revoloteo impertérrito de la muerte.

Mirar con constancia ayuda mucho a saber mirar y tras la sorna, el aspecto descuidado y la socarronería se esconden sin airearlo un gusto por estar y un sentido contemplativo de los lugares, del tiempo y su belleza redonda surgida de la fecunda humildad del que nada espera.

Para ser patriarca se debe querer serlo y antes que él reinaba el desorden o la nada. No le pidas otra cosa que ojo y criterio firme. Nombra las cosas por su nombre, padrino parece de su bautizo. Sin él la prosperidad no es posible pues es la semilla que la contiene. Forma parte etimológica de cualquier fortuna. Nadie puede acumular nada duradero sin su carga de humildad, su ciencia, su visión de futuro, su firmeza para proteger luego la fragilidad de lo obtenido a base de sentido común que conforma su criterio distintivo. Se va con el deber cumplido y si la muerte no le llega mientras mira el ocaso, de pie, tambaleante ante el dios horizonte, su rara felicidad se enturbia sin remedio, pues nunca se quejó de estar enfermo.

Tiene el patriarca como todos los modelos un defecto. La dificultad cargada a sus herederos de parecerse a ellos. Imposible empeño pues tanto da si para mejor o para peor siempre se fracasa.

Ni mi padre ni mi abuelo fueron patriarcas, me quedé pues varado en la miseria sin fortuna. Puedo claro, como así me lo propusieron, por unos pocos dineros armar un árbol genealógico. No me sirve y no lo quiero. El caso es que tampoco tengo madera de patriarca pues carezco tanto del instinto como de las cualidades necesarias para llegar a serlo. No me extraña mi insoslayable naufragio, la fecha de caducidad del ademán en que me he convertido no tiene consuelo, pues aunque pudiera volver a vivir sé que nunca podría eludir este mismo destino, con lo que a mi me gusta el sabor de las complejas sagas familiares con fortunas, misterios, tragedias y leyendas que nunca desvanecen.

06 septiembre 2007

En el camino


En el Café de Ocata Gregorio Luri desempolva cuando cumple 50 años de su redacción “En el camino” de Jack Kerouac.

Yo ya leía cuando Jack Kerouc escribía su mecanografiado rollo, pero el libro aún tardó algunos años en caer en mis manos. Me gustó tanto Kerouac que leí todo lo que de él pude. El libro resultó sin pretenderlo iniciático y no lo digo porque me influyera pues me creo inmune a cualquier tipo credo. El caso es que los caminos de aquellos tiempos empezaron a llenarse de una alegre panda de gentuza fraternal en constante orgía. La sensación general era que aquello nunca acabaría. Allí se encontraba un servidor con su cuerpo adolescente. El franquismo se tambaleaba y casi toda la gente que conocía estaba enfrascada en sus particulares revoluciones. Yo estaba de acuerdo, aunque era incapaz de discernir, ni me importaba demasiado, en que acabaría todo aquello. Todo el mundo discutía de política y se fraccionaban como amebas promiscuas los partidos políticos de izquierdas. El partido comunista era el traidor adocenado y vendido. En particular no leí ni el manifiesto aunque me tragué el dieciocho brumario por culpa de una bella de filosofía y historia que tenia un trabajo urgente que entregar. Le gente se implicaba con ardor en cosas que nada me importaban. Así es que con inconsciencia me dedicaba a dos vidas paralelas igual de poco fructíferas y peligrosas. En una seguía la corriente de asambleas, manifiestos y carreras con los grises aunque sin militar en partido y en la otra hurgaba en la vida bohemia que era lo que más se parecía de lo que me quedaba a mano de “En el camino”.

En realidad solo quería decir que para vivir en este tipo de extremos no sólo es necesario valor o inconsciencia sino una salud de hierro, un cerebro, un hígado y un estómago a prueba de bomba. Mi timidez, fragilidad y cobardía me salvó de una vida corta, aunque aún no sé para que.

01 septiembre 2007

Asumir


Entender, que salvo yerro es uno de los caminos del saber, consiste muchas veces solo en asumir. La mecánica es sencilla y lo nuevo la desencadena.

Lo nuevo nos fascina pero nos crea problemas. Eludo hoy el porqué nos fascina.

Asumo que, si por nosotros fuera, moriríamos al nacer si nos diera por entender la vida como se desprende del relato indio.

Dice la sabiduría india que andar es más cómodo que correr, que sentarse es mejor que estar de pie, que mucho mejor se está tumbado que sentado, mejor dormido que despierto, mejor al fin muerto que vivo. Da miedo pero es cierto.

¿Quién dijo que la culpa del progreso la tiene la holgazanería, la comodidad?

Somos holgazanes y aquí me incluyo junto a los hiperactivos, los ambiciosos y a los trabajadores incansables. Dejémonos de cuentos, todos queremos ser miembros horarios del ministerio del bienestar social.

Lo nuevo, las novedades son las que nos obligan a estar alerta y nos impiden seguir con nuestra querencia habitual, estar atontados, con el piloto automático puesto.

El puto instinto de supervivencia nos despierta violentamente de nuestro estado vital preferido, o sea dormidos o durmiendo (que Cela lo decida desde el cielo).

El instinto recela de lo nuevo y me obliga a trabajar (que lata) con el cuestionario (y aquí empieza la mecánica maniquea) y bien provistos de etiquetas.

La maldita novedad nos pone en alerta:

Grado primero, estado de atención máxima, ¿tiene o no tiene peligro?
Grado segundo, estado de atención normal, ¿qué gano o que pierdo?
Grado tercero, estado de atención irritado, ¿porqué coño me sacan de quicio?

Bien etiquetado y con las presumibles cartas al director por sus desconsideraciones varias a lo establecido, con el instinto apaciguado y la atención maltrecha y agotada, archivamos la novedad una vez asumida, la conocemos, no es peligrosa y al final igual será de la familia.

Muchas veces creemos que sabemos cuando lo que hemos hecho es simplemente asumir. Quizás es lo mismo.

Efectos colaterales. La actividad decrece con la edad por culpa de que el conocimiento anquilosa y si o fuera porqué el aburrimiento o la saturación nos inclina a buscar cosas diferentes, en cuatro días tendríamos la faena hecha y estaríamos perfectamente preparados para el sueño eterno.