26 mayo 2007

Política

Abracemos el concepto de política que más nos motive pero no digamos sin riesgo a parecer imbéciles que no nos interesa la política. La política impone las reglas, el marco donde se desarrollará nuestra vida o sea que, aparte de anecdóticas cuestiones personales todo lo demás es política. Me parece que por una clara perdida o un exceso de confianza; aún no lo tengo claro; de la que hoy gozan nuestros políticos, cualquier asunto nos debería de parecer lo suficiente importante como para no abandonarlo a su control exclusivo. Pasar de política viene a ser como escupir para arriba, es como conceder a un desconocido la administración de nuestra vida.

A mi me gusta la política cuando se entiende en su sentido ético como ejercicio del bien común, aunque a menudo presiento que en estas refriegas prima más una encarnizada lucha por el poder mientras se defiende bajo manga unos intereses muy particulares. Si el marco legal o su desarrollo se establece como botín de guerra tendremos entonces siempre una buena colección de perdedores. Esto es lo que de común ha sucedido y sucede, y que consideramos natural o corriente como forma de comportarse para el que consigue y ostenta el poder, caldo de cultivo ideal en el que se instala a la derecha clásica. Seria pues trabajo de la izquierda la lucha en conquistar terreno o marco legal para el bien general. Pero esto es una visión maniquea y estrecha de la realidad que ahora no parece convencer o convenir.

Nunca me ha abandonado la sensación de una visión de la política como el de guerra perdida pues los intereses humanos son demasiado complejos para que los que en cada etapa dominan cedan cuotas de poder importante al bien común. También sé que si no existiera la lucha constante por el bien común la sociedad dejaría en muy poco tiempo de ser habitable. Este es el orgullo y estandarte de los que defienden territorios habitables para los que poco poseen.

El caso es que a menudo me vence el ánimo de que en este juego las cartas siempre andan marcadas. Una parte se beneficia de suculentas ventajas normativas y además aprovecha para hacer trampas, y aunque, en pequeños y determinados periodos de tiempo las ventajas parecen diluirse, en general un bando siempre gana con holgura, y este acostumbra a ser el que estableció o domina el tramado de las reglas del juego a veces de forma harto subterránea. Si alguien rompe con las reglas y vence sea cual sea su causa, acaba a la larga imponiendo normas otra vez injustas aunque contraríen a los ideales que le impulsaron en la conquista del poder.

En cualquier caso lo cierto e indudables es que todos jugamos la misma partida en un único terreno de juego y por esto mismo seria muy beneficioso para el bien de la mayoría ser conscientes de ello para poder compensar condiciones injustas y para que esto sea posible se deben modificar o cambiar las reglas y para modificarlas o cambiarlas se debe de hacer política. Nuestro destino siempre está en juego.

19 mayo 2007

Escribir


Como todo el mundo, puedo escribir sobre cualquier cosa. El fundamento de este arte consiste en el ejercicio de tirar de cualquier hilo y esperar a ver que es lo que sale. Es como pescar, tienes que esperar a ver que pica, zapatos incluidos. Otra cosa es la enjundia y la calidad de lo escrito.

En estas mañanas de primavera mientras voy andando hacia el trabajo me acompañan junto con el fresco y el rocío temas sin fin que me sorprenden, desarrollo y olvido. Diserto en solitario y de corrido por cualquier motivo, con o sin fundamento. Es un juego que siempre me satisface pues ascuas y sardinas son sólo mías. Pero al ponerle texto nada es lo mismo. Lucho no sé si con o contra las palabras y siento que en exceso me vencen y me orillan. Mi discurso es ridículo por su simplicidad, verdad es verdad y no mentira, que absurdo. Palabra es palabra y verbo, verbo. Quiero decir libertad y parece oscurecerse el horizonte. Que mierda de palabra es esta que siempre tenemos cautiva. La puta palabra comprada y vendida, pienso, ha dejado su pulcra virtud abandonada en la etimología. Amor, felicidad, justicia, progreso, vida… quien sabe lo que son si es que algo fueron. Solo se salvan hambre, dolor, muerte, con estas nadie discute, todo el mundo se entiende.

Tengo un problema, me pongo a escribir de cualquier tema y derivo hacia lo plomizo. Se lo dije a JM y me contestó: que coño quieres, eres pesimista y punto.

Quiero y deseo humor pero cuando escribo se me disipa en un santiamén y como en un colador de trama gruesa solo me deja los tarugos del desánimo. Me siento como enemigo de mi mismo.

He aquí, me pongo a escribir y me invade un sarpullido de trascendencia. Escribir me impone, me da por la seriedad aunque sepa perfectamente que si de algo se debe abusar en esta vida es del humor. El disfraz de la adusta dignidad sólo nos lo deberíamos poner en casos de grave desfallecimiento. Y dale, fijaos, hablo de humor y se me vuelve palo, no tengo remedio.

El hecho es que nos birlaron el sentido de las palabras. Abusaron de ellas hasta convertirlas en el hazmerreír de la modernidad. ¿Quién pierde el tiempo en desnudarnos de letras, de artes y de ciencias? ¿Quién nos dejó sin nuestra defensa más activa?


Como no puedo hablar de invisibles, tenebrosas y desconocidas fuerzas sin poner en peligro mi razón, acuso a nuestros ilustrados y sometidos culos, a estos mismos que vendimos hace tiempo en asiento burocrático, por un puesto en el seguro, una plaza de catedrático, un pintor de renombre, un fabricante de latas, un comercio de avestruces, un director de cine, un vendedor de ilusiones, un usurero y todos los que satisfechos con el valor de nuestras posaderas y buen sustento lubricamos con destreza esta maquinaria que nos engulle.

Quizás todo sea debido a la general ambición de tener algún día el premio de llegar a ser miembros de este selecto, tenebroso y desconocido poder que a todos y a todo puede someter, o esto me parece.