17 marzo 2007

Lo real



Lo real lo define y perfila un vestido que somos nosotros. Lo que percibimos es una imagen cierta, pero nunca todo lo que es. El vestido filtra el contacto con lo que existe y somete los sentidos.

La imagen adoptada, los gustos adquiridos, los reflejos inconscientes, la modelación del carácter, las utopías del yo, cose el vestido. Este vestido que es coraza, esconde abismos, condiciona la mirada y se alinea con una jerarquía de ritos, valores, estados de ánimo, identidad al fin de quien lo soporta. Y este vestido se ensucia, arruga y envejece, y hasta podemos cambiarlo, aunque no siempre al gusto, no siempre cuando quisiéramos. Si alguna vez nos despojan o despojamos de él y nos mostramos desnudos, nuestra desnudez es más irreal que cuando andamos vestidos. Este otro mundo, el desnudo, es más imaginario, más sensible, cruel, frágil y oscuro.

El vestido del yo, nos borra ángulos, nos escamotea vistas, nos encoge el mundo en proporción directa a la complejidad dispuesta en su elaboración. Se puede en esto ser ascéticos y ya que no es conveniente ir desnudo que sea el vestido simple, de color crudo, sin adorno ni hechura, no nos salvará de la muerte pero puede que si de algún que otro íntimo ridículo.

02 marzo 2007

La atención


Hay un dicho que me gusta porque pienso que lo entendí. Es aquel que dice que a veces el árbol no nos deja ver el bosque.

Me pongo a pensar y me viene: ¿y a quien se le ocurrió que alguien pudiera tener algún interés en ver el bosque?

Desde la historia, la prehistoria, la protohistoria o lo que sea que nos alcance, debemos de andar topando de manera regular con los árboles con nuestro estilo de siempre, o sea, tropezando sin ninguna contemplación ni consideración con todos los obstáculos que la madre naturaleza tiene a bien de colocar entre nosotros y nuestros objetos deseados. Nuestra empecinada insistencia en derribar árboles con el morro llamó, supongo; hace ya mucho tiempo; la atención de nuestro demoledor empirismo.

Siempre me pierdo en estos vericuetos. A lo que iba es que el árbol no nos deja ver el bosque porque nuestra atención es limitada. Mirar es un trabajo absorbente y cuando nos concentramos en atender un objeto específico, nuestros recursos se ponen al servicio de lo observado y no del decorado. Además hemos de contar con que siempre dejamos una parte de la atención para el asunto de estar alerta, un cuerpo de guardia vaya.

Aunque yo creo que, más que los didácticos golpes que intercambiamos con los troncos lo que nos cautiva de los árboles son sus frutos y si no que se lo pregunten a Eva. A la atención le motivan en general cosas muy simples, es luego, al querer entender un poco más de lo elemental cuando las cosas se nos complican sin desearlo. Porque, vamos a ver ¿Porqué los manzanos no dan manzanas todo el año?

Planteas ingenuamente una pregunta obvia y sin remisión te cae encadenada un aluvión de ellas, a cual más complicada y todas sin respuesta y ahora, aunque sepamos que todo está en los libros de texto… hay saber donde encontrarlos y ponerse leerlos y al fin entender lo que disponen. La mayoría de veces no es cosa fácil.

Las manzanas ya hace días que no están en los árboles sino en el frutero y este, todo el año anda completo, y como dije, no creo que nadie pierda el tiempo en ver el bosque.

Pero si es cierto, que el arce enano japonés del vecino me enerva y esta irritación, curiosamente, sí que me deja ver el meticuloso trabajo de embutir un espeso bosque en un reducto de cuarenta metros cuadrados.

Veo cosas mientras voy valorando otros posibles objetos con los que alimentar el apetito desmesurado de mi despechada e insatisfecha ira.