Como todo, la fama es de actualidad pero no es actual, sospecho que antaño surgía de manera natural con el ejercicio del poder o como reclamo por alguna característica inusual: una extraordinaria condición física o intelectual o una peculiar habilidad, crueldad o belleza. Aunque la fama; como dice el dicho “Cría fama y échate a dormir”, cuando traspasa el ámbito de lo familiar desdibuja la realidad, siempre tuvo como base alguna cualidad superlativa.
La fama pues, era una consecuencia de algo relevante y ajena muchas veces a la voluntad del famoso. Aunque más de uno se encontró cómodo con la fama, con sus servidumbres y prebendas, lo frecuente debió ser intentar eludirla o enmascararla, pues ser muy conocido, da pábulo a envidias y venganzas, y en un mundo no muy seguro quizás lo mejor era el anonimato.
En la actualidad el tema se desbordó adquiriendo una descomunal envergadura. La relevancia del famoso ha ido adelgazando a medida que su consumo se multiplicaba. La etérea fama sin cualidades que la justifiquen se adquiere por la inmediatez e insistencia de los poderes mediáticos y se vuelve rentable por si misma a base de desquiciados montajes donde se exhibe con crueldad todo tipo de intimidades, mientras, los medios se excusan de su ordinariez con la incombustible ley de la oferta y la demanda. Hoy cualquier ciudadano de a pie se puede sentir cualificado para ser famoso. Aquellos sujetos que por su mala fe, por su incontinencia verbal, sus mentiras, su interés desmesurado, su ambición de protagonismo, sus desplantes y horteradas eran antes una curiosidad en sus respectivos pueblos, pueden con la ayuda de los medios de comunicación volverse populares para amplias capas de la población ávidas de héroes fatuos fáciles de digerir. Sus miserias particularmente simples y domésticas, sirven de útil justificación de nuestros desordenes más vergonzantes. Cualidades que se deploraban y penaban socialmente ahora se valoran gracias al abandono de las más simples normas de ética social.
La fama pues, era una consecuencia de algo relevante y ajena muchas veces a la voluntad del famoso. Aunque más de uno se encontró cómodo con la fama, con sus servidumbres y prebendas, lo frecuente debió ser intentar eludirla o enmascararla, pues ser muy conocido, da pábulo a envidias y venganzas, y en un mundo no muy seguro quizás lo mejor era el anonimato.
En la actualidad el tema se desbordó adquiriendo una descomunal envergadura. La relevancia del famoso ha ido adelgazando a medida que su consumo se multiplicaba. La etérea fama sin cualidades que la justifiquen se adquiere por la inmediatez e insistencia de los poderes mediáticos y se vuelve rentable por si misma a base de desquiciados montajes donde se exhibe con crueldad todo tipo de intimidades, mientras, los medios se excusan de su ordinariez con la incombustible ley de la oferta y la demanda. Hoy cualquier ciudadano de a pie se puede sentir cualificado para ser famoso. Aquellos sujetos que por su mala fe, por su incontinencia verbal, sus mentiras, su interés desmesurado, su ambición de protagonismo, sus desplantes y horteradas eran antes una curiosidad en sus respectivos pueblos, pueden con la ayuda de los medios de comunicación volverse populares para amplias capas de la población ávidas de héroes fatuos fáciles de digerir. Sus miserias particularmente simples y domésticas, sirven de útil justificación de nuestros desordenes más vergonzantes. Cualidades que se deploraban y penaban socialmente ahora se valoran gracias al abandono de las más simples normas de ética social.
Miramos hipnotizados el mundo opulento de la fama y se nos insinúa que una suerte de destino puede hacernos famosos en cualquier momento sin esfuerzo. No es más que una probabilidad insignificante esta suerte de popularidad llamando la puerta de nuestra casa, pero mientras tanto, esta nueva fe nos libera por mimetismo de antiguas obligaciones ciudadanas, y si no caemos en tal engaño puede que hasta nos sintamos mejores que ellos haciendo gala de un pésimo rasero para valorar nuestra autoestima