14 enero 2007

La verdad



La verdad es palabra grande y hermosa, de las que llenan la boca sin necesidad de argumento. Aunque y quizás por esto, debería ser considerada de exclusivo uso científico, dado que para otros fines no es exacta pues se da la paradoja de que esconde en sus interioridades una mentira de considerable calibre. La verdad no existe inmutable y de las que nos venden para su consumo inmediato deberíamos recelar

Así planteado este asunto, es hora de afirmar no obstante, que sin verdades peligra nuestro equilibrio y sustento. Nadie puede vivir sin estos agarraderos.

Nada debe existir en la nada que es su esencia misma, pero en otros parajes menos desiertos, para asirnos a ellos necesitamos dar con apaños que nos anclen a su realidad, dar con hechos o suposiciones de hechos que expliquen nuestra pertenencia a tal o cual experiencia. En realidad, intento decir, que si no hay verdades y las necesitamos, lo que nos queda como sustituto son más bien certezas y estas, por útiles, las elaboramos más sobre la necesidad o conveniencia que sobre la verdad.

Innumerables, infinitas vidas en nuestros genes ha seleccionado seres profundamente optimistas y prácticos. Somos el último eslabón superviviente de estas premisas y nuestra libertad queda por ellas limitada. Es casi imposible romper con certezas que han sido útiles y efectivas durante generaciones. Su fiabilidad parece fuera de toda duda pero deberían alarmarnos las en exceso rígidas, de la misma manera que deberíamos de dudar en la inmutabilidad de nuestras mas íntimas creencias. Me parece y quizás sea absurdo, que más allá del peligro de quedar desasistidos en según que tipo de aventuras está la necesidad de dar con soluciones a nuestros desasosiegos y para ello es necesario muchas veces no tener juicios, valores, verdades o soberbias que limiten nuestra capacidad de adaptarnos a nuevos retos. En los saltos acrobáticos de la mente sólo los muy flexibles tendrán la capacidad o la posibilidad de superarlos.

Me rompe el corazón ver como se destruyen por dentro edificios personales de apariencia sólida por ser sus dueños incapaces de dar el saltito que les devolvería el equilibrio. Que crueles las reglas que rigen los equilibrios, medidos demasiadas veces en pocos milímetros.

No es la aventura social distinta de la humana y debe la sociedad arriesgarse a cambios drásticos cuando lo que funcionó perfectamente durante milenios da síntomas de agotamiento. La certeza es esta, el ritmo geométrico de consumo no se debería mantener. Es cierto que fracasaron parcialmente en todos los tiempos los intentos de distribución equitativa de la riqueza, pero nunca en los distintos fracasos se jugaba con la supervivencia de la especie

01 enero 2007

Un puzzle de yo



Hay por ahí (en los blogs) muchos filósofos y a casi todos admiro. Los leo con atención y aprecio la justicia de sus razonamientos. Deploro no haber leído aquellos filósofos que por sus citas concuerdan mejor con mi pensamiento. Me quedé corto de tiempo y más corto de ganas. Temo también, que no tenga la agudeza necesaria para entender según que argumentos. El caso es que no leo ni veo que lea en un futuro inmediato textos enteros ni de ensayo ni de ficción. No obstante, esto no es óbice para que mi mente construya relatos relativos a los temas fundamentales de la filosofía, si bien, a mi simple estilo y con poco fundamento.

Tendré que pasar por el médico si quiero evitar estos preámbulos justificadores.

Lo veo todo como dibujo, parábolas de imágenes que aparecen como relato de un sueño. Necesito este soporte para mis razonamientos. El yo, es traje o rompecabezas o animal hambriento.

Se puede pensar en el yo o en otros conceptos cuando la tripa esta callada. Sin esta condición no hay argumentos que valgan, primera imagen.

No me para el yo quieto. Nunca fui el mismo de ahora. Por más que recuerde muchas anécdotas, eran de otro sujeto y el presente no lo atesoro pues constantemente se me va, segunda imagen.

El sueño: nos vemos en la necesidad de armar un retrato convincente de nosotros. Lo hacemos a menudo como si de un puzzle se tratara, con el piloto automático puesto y con las piezas que nos sirven desde todos los medios, construimos un bonito perfil útil para nuestras relaciones de sociedad. Pero queda por elaborar el siempre desabrido, el siempre descompuesto yo íntimo. Así pues, recogemos una montaña de piezas sueltas de muchos lugares e intentamos apaciguar con entereza el yo que nos sustenta. Como con los puzzles verdaderos lo montamos a rachas, encajamos las fichas a veces veloces y otras muy lentos y en muchos casos cansados paramos un tiempo. La imagen nunca se perfila nítida y menos aún entera, siempre parecen faltarnos piezas esenciales.

Si por un azar milagroso un día nos levantamos con la imagen completa, desde este mismo instante de gloria o deja de interesarnos este aspecto y empezamos la búsqueda de uno nuevo o quedamos expuestos para siempre a la lamentable fatuidad y rigidez de los objetos.