Me lancé en brazos del caos, como quien se lanza en brazos del vudú, del budismo o del tao. Andamos una importante minoría, (si he de hacer caso de lo que oigo, leo y siento) rebotados con nuestras religiones naturales, supongo que algo aburridos de ceremonias, normas, doctrinas y éticas absurdas y el caos me cumple con la función de cubrir, (por cierto con ninguna contundencia ni fiabilidad) estos agujeros enigmáticos que engrandecen y ensanchan a medida que los vamos hurgando (cosa natural, cuando se insiste, los orificios suelen crecer). La ventaja que tiene el caos sobre las otras teorías, es que me la adecuo a mi gusto, (esto es importante), y no tiene iglesia, doctrina, ni otra moral que un sentimiento caótico que abarca todo lo existente.
El tema es suspicaz y peligroso, las mentes mas preclaras hablan con el máximo tiento, sutileza y propiedad de ello. Yo solo hablo desde mi simple y llana experiencia personal. Las religiones me parecen una mezcla de valores espirituales y normas sociales. El vértigo de lo que ignoramos o no comprendemos, genera apañadas doctrinas al abasto y uso de cada angustia. Se cubre agujeros con la fe y se aprovecha para impartir unas normas que siempre acaban con algún beneficio. Se puede favorecer a la sociedad en general (no matarás) o a particulares (santificaras las fiestas). En general las religiones regulan y homogeneizan las sociedades y también, puestos en faena, especulan con el poder adquirido favoreciendo en general a las clases dominantes.
Toda esta larga introducción solo para contar un sentimiento que de manera vaga me agobia. Proliferan en los blogs buenas intenciones, buenos sentimientos y en los correos se reenvía bondad hasta al empalago. Las buenas intenciones que a todos se nos suponen son caldo de cultivo de lo religioso como el deporte, el circo romano o la patria lo son para lo político. Sirve esta buena voluntad de consuelo a un ideal de justicia o de solidaridad que damos por perdido y cubrimos nuestras vergüenzas con buenas intenciones. Sirve como sedante o como somnífero. Es un juego que apacigua la conciencia y confunde nuestra actitud para acometer acciones más reales y efectivas. Las buenas y bellas intenciones nos narcotizan. El circo, el deporte y la patria nos enardecen. Entre dos fuegos vivimos, bien, mejor, nos dejan vivir.